Al día siguiente de anunciar a los ministros de su nuevo gobierno, en la tapa de un matutino apareció una nota con el siguiente titulo: "Alfonsín designó un gabinete de amigos". Una descripción que el flamante oficialismo interpretó como una calificación poco cordial. Extrema susceptibilidad ya en el inicio de la gestión. "¿Y a quién voy a nombrar?, ¿a los enemigos?", fue la réplica.
Contestó el periodista: “Si me tengo que operar del corazón, llamo a Favaloro, no a mi compañero de colegio”. En el artículo cuestionado aludió a que la mayoría de los camaradas del presidente que habían compartido frecuentes mediodías y tertulias en Arturito (extinto restaurante de la calle Corrientes) habían jurado por la patria como ministros con una versación diversa y tal vez incompleta. En esas nominaciones prevaleció el respeto, la fidelidad, el agradecimiento, valores insuficientes para las carteras a administrar. Pasó un tiempo, se deslizó la crisis, varios de ellos mudaron de destino y Alfonsín eligió otra gente menos cercana, tal vez más profesional, que le ofrecía soluciones distintas y sostenibles. Ejemplo: el Plan Austral, Juan Sourrouille y su equipo. Ese cambio fue un aprendizaje para el jefe radical, pero le costó tiempo para su mandato, crédito y plata: de Arturito casi no quedó nada cuando finalizó su ciclo.
Club social. Abunda la repetición del club de amigos en otros gobiernos, esa solidaridad obligada y militante. También el desatino de los elegidos por aceptar jugar en el seleccionado cuando solo practicaron en un equipo de barrio. Como todos los gobiernos han hecho lo mismo y se reiteran las costumbres políticas, el resultado no se modifica: Argentina en declive. Y puede agravarse ahora, ya que la administración de los Fernández se distingue por una nueva condición: hay dos clubs de amigos, no uno solo. Uno de Ella, otro de él. Y en la disputa, los dos bloques pujan por un repertorio de cajas, poder, nombramientos, mientras los dos directores de orquesta afirman que reina la alegría entre ellos, se felicitan en los cumpleaños, cada tanto toman el té o cenan, y Alberto jura por la felicidad de tenerla a su lado. Siempre es él, un caballero, quien le envía requiebros. Nunca Ella los devuelve, ni para la tribuna.
Nerviosa inquietud. No fue un periodista cargoso quien expuso esta fronda oficial. La denuncia proviene de un insospechable: desató la controversia el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, con determinante influencia legislativa (dispone casi de un minibloque), hombre de varios mundos (se llevó bien con Cristina, mejor con Macri y estupendo con los Fernández), cuya esposa ha sido temporaria presidenta de la Nación casi sin que nadie la conozca. Movido por el interés de un cargo nacional que no le otorgan y que había comprometido en su provincia, se apersonó ante Cristina por esa preocupación y otra, superior: hay que poner el país en marcha, el Gobierno está paralizado, no arranca. No está solo en su demanda: lo acompañan otros gobernadores, ninguno con su llegada a la dama. La vice no se sorprendió con el reclamo y con una verónica le transmitió un resumido consejo: “No me lo digas a mí, decile a quien corresponde”. Y Zamora, presto, corrió a plantearle la nerviosa inquietud al Presidente: un diálogo ríspido con promesas a futuro. Nadie imaginaba a un santiagueño tan despierto.
Poca energía. Los dos clubs de amigos discrepan en áreas sensibles, Energía por ejemplo. Nunca se cristalizan los nombramientos ni responsabilidades a favor de Lanziani, presunto favorito de Cristina, hostilidad mutua con el ministro Kulfas, mientras en la ciénaga de YPF parece condenado Guillermo Nielsen, del equipo Alberto: no logra ordenar el directorio, lo consultan poco y menos asoma la ley que iba a encender el resurgimiento económico argentino vía Vaca Muerta. Por el contrario, las empresas perforan más en Brasil y levantan equipos en la Argentina. Más desconcierto exhibe el Gobierno con las tarifas: Cafiero, una extension ortopédica de Alberto, anunció el aumento de tarifas y 24 horas más tarde su jefe lo demolió en contrario y agregó que investigara las ganancias exhorbitantes de las empresas del rubro. Había ocurrido lo mismo con Néstor: Scioli un día aconsejó la revisión tarifaria y lo desalojaron del despacho en la Casa Rosada, lo trataron de golpista, requirieron que dimitiese y en ciertos medios lo colmaron de investigaciones. A Cafiero nadie le desea el mismo destino. Igual, queda una pregunta en medio del escándalo: si las tarifas no se pueden pagar y la gente debiera ahorrar por esa limitante, no se entiende cómo aumentó el consumo eléctrico durante enero –subió 4,6%– con el tarifario congelado desde hace un año.
Desconcierto. Se añaden otros detalles que explican la quejosa presentacion de Zamora: Katopodis dice que no puede trabajar con la mitad del gabinete en suspenso, Meritello pelea por los 24 decretos de Radio Nacional en cada provincia, la nueva ley de ciencia es objetada porque persigue un cambio de manos en la caja de subsidios, en AFIP dicen que Marcó del Pont prefiere quedarse con funcionarios de Macri que concederles pista a los seguidores de Echegaray.
Siguen los nombres y se suman ambigüedades varias y escenificaciones con jubilados y obreros. A unos se les dice que les conviene el cambio del índice de los aumentos y a los otros les aseguran que la cláusula gatillo es pésima para los salarios, que conseguir una suma fija es mejor que debatir la paritaria. Patético. La clase pasiva se resigna a la fatalidad y los sindicalistas aceptan sin chistar (Claro, siempre habrá planes de capacitación que los engorde). En ese confuso enredo, Alberto confiesa cierto desaliento –ante el empresario Hugo Sigman, que acaba de hacer un acuerdo con Netflix– y reconoce lo difícil que es producir en la Argentina, casi imposible sin grandes cambios en la estructura económica. Pero esa es la opinion de un Club de Amigos.
En simultáneo, se viraliza una versión política: el Presidente atendió una llamada de la esposa de Julio De Vido, la señora Minichelli, quien reclama con esfuerzo denodado por el arresto domiciliario del marido, como antes por la prisión.
Parece que hubo un diálogo duro y que también intervino en la comunicación el propio De Vido, irritadísimo, cargado de reproches contra él y contra Ella. Como se sabe, De Vido no forma parte de ninguno de los dos clubs de amigos, salvo los intereses comunes del pasado que aparecieron en la charla, acechantes, en particular con una Cristina que nunca apreció a su ministro a pesar de que haya sido clave en su momento para que ella alcanzara el gobierno con las elecciones.
Se duda que hayan discutido, de ser cierta la versión, sobre la distinción semántica entre presos políticos o arbitrarios presos de la Justicia. Esos temas delicados superan la lingüística.