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opinión

Combates a la moda

No deja de ser interesante la ausencia, o mejor dicho la poca presencia (solo Balzac) de los escritores.

La columna de hace un par de semanas, sobre Las reinas del Shopping, por Hola TV, hizo roncha. Según me comentan fuentes bien informadas, después de la aparición de dicho artículo, el rating del programa de tele habría subido por las nubes. Pues bienvenido. De hecho yo, antes, a esa hora (las 12 de la noche: vemos el programa en su horario de repetición nocturna) escuchaba El show de Boca, en radio Splendid, pero cambié por Las Reinas del Shopping desde que las descubrimos, ya no me acuerdo cómo (supongo que como se descubren esas cosas, de casualidad). Hasta ahora ya vimos, si recuerdo bien, las semanas dedicadas al “Total Look”, a “Chic con un toque rockero”, a “Elegante con calzado de charol”, y a “De invierno con sombrero”. ¡Me estoy convirtiendo en crítico de moda! ¡Yo que hasta ahora había dedicado mi vida entera a la literatura, sufriendo por ella cual un Ernesto Sabato! ¡Qué fracaso! (o qué éxito, qué sé yo…). Sin embargo, me siguen llegando esquirlas de mi vida pasada, la época en que era un literato. Sin más, esta semana recibí el más reciente boletín de la editorial francesa Gallimard (Bulletin 556, marzo-abril 2025) y encuentro allí un libro llamado S’habiller en artiste. L’artiste et le vêtement (Vestirse como artista. El artista y la vestimenta), libro de varios autores, compilado por Olivier Gabet y Annabelle Téneze, que acompaña la exposición, abierta hasta el 21 de julio, en la sucursal del Louvre de la ciudad de Lens. Transcribo el breve párrafo promocional del libro: “¿Y si el traje hace al artista? Este catálogo propone una exploración inédita de la vestimenta de artista a través de la historia del arte, del Renacimiento hasta nuestros días. La elegancia de Durero, las tocas y turbantes de Rembrandt, los largos pañuelos de Vignée-Le Brun, George Sand de hombre, la robe de chambre de Balzac por Rodin, Marcel Duchamp como Rose Sélavy, los vestidos simultáneos de Sonia Delaunay, la peluca de Andy Warhol… La vestimenta de artista revela una identidad, a la vez íntima y pública, que informa tanto de una época, una intención artística, como del lugar del artista en la sociedad”.

No deja de ser interesante la ausencia, o mejor dicho la poca presencia (solo Balzac) de los escritores. Tal vez porque los escritores no se consideran (o no son considerados) artistas. Puede ser. Pero si tuviéramos que armar nuestro mapa de la literatura y la moda, ¿cómo sería esa pose? O, más modestamente, ¿cuál sería la pose que me interesaría a mí? Pienso en un libro de Héctor Libertella, de 1975, Personas en pose de combate. Pienso también en uno más reciente de Fogwill: Los libros de la guerra. La dimensión agonística de la literatura es, para mí, la literatura toda entera. En guerra, primero y sobre todo, contra la lengua del capitalismo, contra la lengua establecida por el mercado.

Entre tanto, mientras escribo este entretenimiento dominical, me ajusto al tema, quiero decir, me encuentro con unas hermosas ojotas blancas (que, pese a su belleza, me son injustamente criticadas), una joggineta azul oscura que presenta varias tomas de aire y que, ante el estirado irreversible de su cinturón, al caminar la acompaño suavemente con la mano izquierda para que no se me caiga, y una remera en tonos mostaza comprada en un local en Chacarita al que solo accede una élite. Haber llegado a su siglo con un retraso de dieciocho, se ha revelado contemporáneo de nuestro siglo XX. ¿Qué significa este milagro? Significa que en el arte es imposible llegar tarde; que no importa de qué se nutra, ni qué busque resucitar, el arte es por sí mismo avance. Que en el arte no hay retorno, que es movimiento continuo, es decir, irreversible”.

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