Hace muchos años, un amigo, banquero, me contó un diálogo con un cliente moroso sistemático, aunque en condiciones de pagar su deuda. En el calor de la discusión, mi amigo, exaltado, le grito: “¡Pero vos sos un h... de p...!”. “Es una opinión”, le respondió el agredido.
La reciente respuesta del Gobierno al comentario del Papa sobre el “escándalo de la pobreza” en la Argentina me recordó aquella discusión, pero empeorada. A la acusación implícita: “¡Ustedes son unos h... de p...!”, la respuesta oficial fue: “¡Estamos de acuerdo!”.
Resulta curioso cómo le cuesta a la sociedad argentina identificar las causas que generaron el estancamiento económico y el aumento de la pobreza de estos años. Es como si la política económica no tuviera nada que ver con la pobreza y ésta fuera consecuencia, casi exclusiva, de la falta de solidaridad de los ciudadanos o de una mala “política social”.
Es cierto, obviamente, que las políticas de gasto social y de protección a los sectores más vulnerables de la población ayudan a combatir la pobreza. Es cierto, también, que siempre es preferible una sociedad más solidaria y generosa. Pero la pobreza es la consecuencia directa de políticas que no generan riqueza y de gobiernos que administran mal los recursos para la producción de bienes públicos de calidad.
Los países que tienen menos pobres y un gran nivel de vida para sus habitantes no son países que hacen buenas colectas o diseñan acciones solidarias eficientes. Puede ser que tengan esas cosas, pero no son determinantes. Los países con menos pobres son los países con más riqueza y mejor administrados.
Y esa mayor riqueza es una respuesta a un conjunto de políticas que incluyen muchas de las medidas y cuestiones que los argentinos, en general, y este gobierno en particular, despreciamos o subestimamos. Desde la separación de poderes, “el imperio de la ley” y la defensa clara de los derechos de propiedad, hasta la estabilidad de la moneda y la administración transparente de los recursos colectivos.
Las sociedades “progresistas” no son las que reparten mejor su pobreza. Son las que crean e incentivan la producción de riqueza. Las que atraen capitales y recursos humanos de alta calificación. Las que reparten con eficiencia y justicia la riqueza.
Un gobierno que impulsó –más allá del INDEC– la aceleración de la tasa de inflación desde 2006 para aquí, con su política de expansión desenfrenada del gasto. Un gobierno que desestimula la producción y el comercio con impuestos expropiatorios, controles de precios, y restricciones de todo tipo. Un gobierno que expropia ahorros privados, generando una violenta fuga de capitales como respuesta a eventuales futuras expropiaciones. Un gobierno que defaultea implícitamente deuda –mintiendo en las estadísticas oficiales que ajustan dicha deuda– produciendo, como respuesta, el cierre del mercado de capitales y tasas récord de rendimiento de los títulos públicos. Un gobierno que limita exportaciones e importaciones. Un gobierno que centraliza recursos y gastos, de manera de afectar el desarrollo regional. Un gobierno que, en síntesis, desalienta la producción es, claramente, un gobierno destructor de riqueza y, por lo tanto, creador de pobreza.
A este panorama hay que sumarle, por supuesto, políticas sociales mal diseñadas y despilfarros varios.
Desde el esquema de precios de los servicios públicos que subsidian a los sectores medios y altos, pasando por un sistema de transporte público e infraestructura que discrimina en contra de los sectores de menores ingresos.
Con obras sociales mal administradas, por decir lo menos. Con “perdones” impositivos a los corruptos, mientras se les cobran impuestos no evadibles a los sectores de menores ingresos. Con un sistema tributario en el nivel provincial y municipal, diseñado en contra de empresas de menor tamaño. Con impuestos al trabajo que obligan a las pequeñas y medianas empresas a mantener empleo no registrado, dejando fuera del sistema a un porcentaje importante de la población activa. Con sobrecostos en la obra pública, etc. etc.
Los problemas de la pobreza argentina responden a la peor combinación. Políticas económicas que desalientan la creación de riqueza, alientan el ahorro fuera del país, reducen el mercado de capitales y de crédito, disminuyen la inversión y entorpecen la producción y la creación de trabajo. Y políticas sociales, de subsidios y de producción de bienes públicos regresivas. Este no es un problema de poca solidaridad y colectas con baja recaudación. En todo caso, es un problema derivado de una sociedad y de políticas “no productivas” y, después, “no progresistas”.
Es por eso que el adjetivo del Papa “escandalosa” para la pobreza local no pudo ser más preciso. Y es por eso que no se puede admitir que la respuesta del Gobierno sea: “Estamos de acuerdo”.