Rocky mira a las tribunas que ya se hicieron capitalistas y les dice que todos podemos cambiar, que sí se puede. Un actor igual a Gorbachov lo mira con odio, hasta que el público en éxtasis lo obliga a aplaudir. Rocky IV es un juego para desarticular la macabra Unión Soviética, algo que se logró algunos años después. En eso, justamente, anda Macri con el pasado reciente, intentando cambiar todo. Macri es Rocky contra Iván Drago en 1985, luchando contra una cultura política que siente ajena.
Nuestro país vive un experimento social sin precedentes. Una elección colocó en el manejo del Estado a un grupo grande de personas para los que la política nacional y su historia parecen cosas incomprensibles, y probablemente el peronismo sea una invención macabra del destino nacional.
La vida en el sector privado tiene otras reglas de socialización. Allí el dinero ingresa por las ventas o buenos contratos que se generan. Con eso se pagan los sueldos, cursos de posgrado de negocios con profes que hicieron cursos en Estados Unidos, la fiesta de fin de año de los empleados, viajes al exterior y las regalías a la casa matriz. El dinero es un logro y todos son evaluados en función de su participación en la construcción de ese negocio.
El kirchnerismo pudo mostrar con total fiereza que la economía y la política son ámbitos socialmente diferenciados en sus funciones. Todo esto que en las corporaciones es obvio, para Kicillof era incomprensible. Sus ironías, incluso las de hoy, tan festejadas por la juventud en plazas y ferias, hacían de un destino imposible una relación armónica con el sector privado. El mismo horror que los kirchneristas sienten con los CEO se espeja en los CEO con ellos. El país vive hace tiempo entre conceptualizaciones de horrores cruzados.
Para muchos políticos es probable que la corrupción sea algo normal y lógico. Debe haber expertos en acumular dinero para ser luego utilizado en campañas políticas e incluso subvencionar viajes, congresos partidarios, algún pago adicional a los muchachos, micros, asados, fiestas de fin de año y todas esas cosas que se imagina hacen los peronistas. El logro personal aquí es la acumulación de poder, y el éxito de un político está dado por la cantidad de seguidores que acumula y que hacen lo que ordene. Los políticos no son adorados por sus pares por tener la mayor cantidad de dinero, sino por los logros como dirigentes. Para la política, esa obsesión con la corrupción es exagerada y sólo empujada por quienes no los comprenden.
Los políticos tampoco pueden entender esto de las cuentas en paraísos fiscales. El político millonario lo sabe y pudo aprender, pero para la masa del universo político es algo opaco. Los paraísos fiscales son la zona de normalidad para las compañías y tienen todas ellas un director de finanzas, como Messi con su padre, que se encarga de encontrar el mejor modo de pagar menos impuestos. El dinero baila de país en país como algo normal y lógico, y para todos ellos no hay nada extraño. La obsesión con las cuentas de Macri no se justificaría.
Sin embargo, el ascenso del tema con el asunto de los Panamá Papers pone al mundo empresarial ante un cuestionamiento equivalente al de la corrupción. Rocky le ganó al ruso, pero nunca se aclaró dónde guardaba el dinero y si pagaba los impuestos (igual en la V pierde todo). El empresariado en el poder descubre que sus obviedades no son temas menores y cuando éstas se expanden al público general, la cuestión puede ser realmente seria.
En el estudio que hicimos en 24 países se observa, en primer lugar, el importante conocimiento global sobre el tema Panamá Papers. Al mismo tiempo, poca gente está de acuerdo en que “sea razonable” evitar pagar impuestos, también creen que hay reglas para ricos y otras reglas para los pobres, y que si un político se ve implicado debería renunciar. La ilusión fílmica y heroica está chocada con la realidad y la cuenta en las Bahamas no ayuda.
El gobierno nacional debe lidiar con las cuentas en paraísos fiscales, no sólo por tenerlas, sino especialmente por decir que no son algo relevante. Esa negación evidencia el desafío cultural del origen no político que Macri debe resolver. De cualquier manera, sus votantes van a seguir, por ahora, perdonando todo. El problema son los rusos, que, por ahora, ni se mueven.
*Sociólogo. Director de Ipsos Argentina.