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Cómo salir del estancamiento

Hay una narrativa social desmoralizadora sobre el futuro del país que lleva a la queja y al pesimismo frecuente. Es una suerte de depresión social.

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Patria errante. | Pablo Temes

¿Qué hubiera pasado si Mauricio Macri luego de ganar las elecciones de 2015, se hubiese propuesto realizar una alianza de gobierno con el Frente Renovador y el peronismo de los gobernadores? Obviamente, nunca lo sabremos, pero se puede plantear la hipótesis contrafáctica que quizás habría podido llevar adelante su programa real de gobierno –nunca claramente explicitado– para finalizar la tarea menemista de realizar la reforma del Estado, la impositiva, la previsional y –por encima de todo– la reforma laboral. Probablemente una alianza de cogobierno habría disgustado a su base más antiperonista, pues habría tenido que compartir su poder, entregando Ministerios, y lugares de decisión a otros espacios políticos por afuera de Cambiemos.

Pero Macri se decantó por reducir la conducción del Poder Ejecutivo a una pequeña mesa, armar un gabinete monocolor y buscar alianzas circunstanciales para sancionar leyes a su entender, claves. Sin embargo, la “suerte” de lograr resultados pese a estar en minoría en ambas Cámaras entre diciembre de 2017 y mayo de 2018, cuando el costo de aprobar una ley como el cambio de la fórmula de actualización previsional comenzó a superar a los beneficios, y luego cuando la devaluación hizo inviable su plan económico, embarrando sus deseos de ir por la reelección.  

Manual de crisis. Parte del problema, en el curioso devenir argentino, es que Macri no recibió un país en crisis terminal a pesar de la construcción literaria de la “pesada herencia”, como sí la que recibiera Carlos Menem en 1989. En aquellos días del siglo XX se producía una verdadera hecatombe en las concepciones más arraigadas de la sociedad que le terminó otorgando al riojano un poder casi único en la historia argentina, solo comparable al de Juan Manuel de Rosas o Julio Argentino Roca. Es que la combinación de la hiperinflación con los saqueos que provenían del fin del gobierno de Raúl Alfonsín, pero que siguió en su primer año de gobierno de Menem significó una bisagra en las subjetividades sociales, al punto que le permitió a Menem no solo privatizar o cerrar todas las empresas en manos del Estado y el mismísimo sistema previsional con las AFJP, sino que pudo reformar la propia Constitución Nacional habilitando su polémica reelección que estaba expresamente vedada con la Carta Magna de 1853, así como también reprimir los alzamientos carapintadas, y hasta para eliminar el servicio militar obligatorio.

En cambio, la crisis de finales de 2001, a diferencia de la que inauguraba los 90 fue disolvente para el sistema político argentino (¡que se vayan todos!) y sirvió para construir política en términos negativos con la declaración del default a la deuda externa de Adolfo Rodríguez Saá y la salida violenta de la convertibilidad con pesificación asimétrica y confiscación de los depósitos en dólares de Eduardo Duhalde. En términos positivos de aquella crisis terminal surgieron el kirchnerismo y el macrismo, que a su tiempo se convirtieron en mayorías políticas y hoy se encuentran en proceso de reconversión.

Cerrado por refacciones. En pleno proceso de trasformación de las fuerzas políticas le toca a Alberto Fernández presidir un gobierno que a su modo es una alianza peronista-kirchnerista. Esta alianza incluye a actores que tienen gran grado de autonomía. Las reuniones de esta semana para concertar lineamientos comunicacionales centralizados para los Ministerios, el Congreso y organismos descentralizados apuntaron precisamente a homogeneizar discursos que tienden a la dispersión. Como es público y notorio algunos altos dirigentes, hoy en el Gobierno, sostienen que quien lidera el espacio es Cristina Kirchner, otros en cambio, piensan que el liderazgo lo concentrará tarde o temprano, Alberto Fernández, mientras que otro grupo de dirigentes del Frente de Todos, se reivindican como independientes o aliados y con expectativas para generar candidaturas propias a futuro. Sin embargo, a diferencia de crisis anteriores, el país está bloqueado en el desarrollo de sus fuerzas productivas con una recesión profunda y con altos niveles de inflación. En este sentido, Fernández busca una receta para capear la situación abriendo el paraguas de la solidaridad, incorporando elementos heterodoxos (como la tarjeta Alimentar) con otros ortodoxos (como proponer que no haya cláusulas gatillo en las futuras paritarias). Los instrumentos planteados hasta ahora, parecen no ser suficientes, y el indicador de esto son las presiones sobre el dólar que ya pronostican algunos analistas económicos, justamente cuando el dólar oficial está más cuidado que nunca y los controles de cambio se expanden en forma capilar.

Salir de la melancolía. Más allá de las diferencias sobre “quién tiene el liderazgo” –discusión típicamente peronista–, la suerte del país está en manos de quien conduce su economía. Cuando Fernández elige a un economista de bajo peso político como Martín Guzmán, el mensaje implícito es que el Presidente tiene la responsabilidad directa sobre los resultados económicos, y si estos resultados no fueran buenos o convincentes la elección de medio término del año entrante puede entrar en zona de riesgo, incluso allende del desmadre del macrismo.

El reto principal de la etapa es sacar al país del estancamiento, un estancamiento que puede leerse en indicadores económicos (inflación, caída de la producción y el consumo, etc.), pero cuyo mayor daño es provocado por el estancamiento subjetivo, ese que produce narrativas sociales desmoralizadoras sobre el futuro del país, que lleva a la queja y pesimismo frecuente, a la falta de perspectivas y que impulsa a los más jóvenes –especialmente a los de mayor formación educativa– a evaluar otros horizontes para vivir su vida. Este marasmo es quizás la herencia principal e invisible del macrismo, la demolición de la estructura productiva del sentido de comunidad en pos de un proyecto de un país a la chilena. Es una suerte de “depresión social” que no mengua ni siquiera con la expectativa de un nuevo gobierno y le demanda una reacción más veloz de lo que permite el ciclo económico.

 

*Sociólogo (@cfdeangelis)