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¿Cómo sigue Irán, señor Timerman?

Desde el retorno democrático, nuestro país sufre la peor política exterior. Crisis con EE.UU., Brasil y Uruguay. El increíble parate del increíble acuerdo con Teherán.

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Argentina sufre la peor política exterior desde 1983. Aunque no cambiará durante los dos años y medio que le quedan al Gobierno, hay temas –como el tratado con Irán– que requieren un seguimiento cuidadoso.

Las evidencias del deterioro de las relaciones exteriores abundan. Cuando el presidente de Uruguay anunció que su país tendría una relación directa con Brasil, fuera de la letra muerta del Mercosur (según expresó), hizo una descripción breve y descarnada del peso internacional de la Argentina.

Las reuniones tensas de la señora Kirchner con la presidenta brasileña (con comunicados escuetos y sin anuncios) son otro ejemplo de la mala relación con países con los que, en otro tiempo, imaginamos y comenzamos a construir un futuro conjunto. Como no se puede llevar adelante la integración entre cuatro países, lógicamente, se promueve la de toda Sudamérica, con los resultados que están a la vista.

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Los costos de esta manera de dirigir las relaciones exteriores no se perciben inmediatamente, como sucede con otras áreas donde los errores tienen efectos instantáneos en la población. Excepto en el caso de algunas cuestiones que derivan en polémicas públicas, el acuerdo con Irán por ejemplo, generalmente la sociedad no se estremece con los daños que se producen y convive con una enfermedad silenciosa.

Parte de este triste espectáculo es la irrepetible escena, difundida en todos lados, del ministro de Economía que no se atreve a dar una cifra sobre la inflación, que quiere escapar de una entrevista con una periodista extranjera y da la magistral explicación: “No, aquí no se hacen esas preguntas”. Es así como las cosas pasan y se olvidan mientras que el señor sigue siendo ministro. Por cierto, los que no olvidan esta pieza del absurdo son los interlocutores internacionales de la Argentina.

Nunca en estos últimos treinta años el país estuvo tan aislado. Excepto las reu-niones de las organizaciones regionales que traen a otros jefes de Estado, prácticamente no hay visitas relevantes. Varios presidentes y jefes de gobierno saltearon deliberadamente a la Argentina, de Brasilia a Santiago, sin siquiera una escala protocolar. Hace pocos días, el señor Obama anunció una amplia lista de Estados latinoamericanos que resultan importantes para su país; el nuestro es omitido. Cierto, quizás exagero porque esto podría ser visto como un triunfo de la política antiimperialista del señor Timerman.

Creo que exagero porque no somos tan ignorados. Por ejemplo, cultivamos las visitas de personajes como Correa o Maduro, cuyos comentarios hacen las delicias de los autores de las antologías del ridículo. Maduro nos visita con el espíritu de Chávez trasformado en pajarito y nos informa sobre los dilemas esenciales de su sociedad: “Los venezolanos tendrán que elegir entre la soberanía o el papel higiénico”.

Vivir separados del resto de los países, en la actual forma de organización de las relaciones mundiales, es dañar el futuro de la Argentina. Desgraciadamente, no hay nada que indique el menor signo de cambio. Esto seguirá así, lector. En los treinta meses que le quedan de gestión a la señora Kirchner no habrá ningún cambio mayor. El Gobierno continuará ignorando el siglo y el mundo en el que vive.

Creo que más bien nuestra esperanza debería concentrarse en el próximo gobierno. Si bien estos temas no aparecen en los comentarios que hace la oposición acerca de lo que piensa hacer si ocupa el gobierno, no deberíamos desesperar. En todo caso, si alguien quiere tener política, en general, sobre cualquier cuestión, sin incorporarse activamente al mundo, pronto descubrirá que algo falla. En la época en que vivimos, no hay política interior duradera y con posibilidad de éxito si no se desenvuelve en paralelo con una activa política exterior. Tenemos los instrumentos para ejecutarla, como es el caso de nuestro servicio exterior, sin duda el mejor cuerpo de funcionarios de la administración argentina.

Con todo, como dije al inicio, aunque no tengamos ninguna esperanza de cambio, deberíamos ser cuidadosos sobre algunos asuntos en trámite, en particular la evolución del tratado con Irán.

Hace casi cuatro meses, el Congreso votó el proyecto de ley que trasformó el memorando en tratado. El trámite parlamentario fue de una urgencia extrema, como si en cada hora que corría se jugara la posibilidad de lograr la verdad y la justicia sobre el mayor atentado terrorista producido en América latina.

Luego de la aprobación, publiqué en PERFIL una columna en la que insistía sobre el riesgo de olvidar las promesas que había distribuido el Gobierno para vender su idea. Mencioné que, pasados tres o cuatro meses, deberíamos preguntar al ministro de Relaciones Exteriores sobre los avances producidos en los puntos centrales a los que se comprometió.

Vista la celeridad del trámite legislativo, en estas semanas deberíamos estar con la Comisión de la Verdad funcionando a toda máquina.

No es así. Ni se empezó con la reunión del grupo de expertos que integran la comisión. Mejor dicho, no hay grupo de expertos porque tampoco se inició el proceso de selección. No sucedió nada. Absolutamente nada: no hubo audiencias, no se presentó a declarar ninguno de los sospechosos; no se pudo comprobar si, finalmente, se producían las indagatorias; no se pudo saber qué pasaba con la prohibición que tiene todo ciudadano iraní para comparecer en una indagatoria hecha por extranjeros; tampoco podemos obtener cifras de la evolución del comercio bilateral en el último trimestre, lo que nos habría dado una pista sobre las razones de ser del tratado expreso.

Sólo hubo algunas declaraciones del fiscal Nisman, un tanto confusas, y la información de un documento de 500 páginas de su autoría que sólo se conoció en dosis homeopáticas.

Por supuesto, lo más importante fue la “elección” –luego de una selección teocrática– de Hassan Rohani como presidente de la República Islámica. Fue secretario del Consejo Supremo de Seguridad en el tiempo del ataque a la AMIA, aunque el señor Nisman se esforzó por aclarar que, a pesar de su cargo, no participó en la decisión del ataque. El fiscal argentino se basa en las declaraciones de un arrepentido, miembro del servicio de inteligencia iraní. Parece poca prueba para semejante afirmación, sobre todo cuando se trata de hechos que pertenecen al mundo del secreto de los Estados y a los cuales sólo se accede cuando se es miembro de los cuerpos de inteligencia de esos Estados. Resulta osado afirmar que el señor Rohani no participó en la decisión, porque dudo de que el fiscal tenga acceso a los laberintos ocultos donde se tratan esas cuestiones. ¿Por qué asumir, entonces, los costos de tal osadía?

En definitiva, nada de lo que dijo el ministro que sucedería sucedió. Fantasías o mentiras del Gobierno, continúa la incógnita acerca de qué se negoció a cambio de semejante invento.

Todavía se puede esperar que algo acontezca, aunque ya es tiempo de que el señor Timerman aclare frente a la opinión pública adónde estamos con este embrollo. A menos que, embargado de súbitos temores, él también nos diga –como su colega de Economía– que se quiere ir y que estas cosas no se preguntan.