Está bien: si hay que recortar, recortemos. No voy a ser yo la que se oponga a lo que dictan quienes tienen autoridad para hacerlo. Pero eso sí: voy a protestar cuando me parece que la protesta cabe y sé que tengo derecho a alzar la voz como cualquier hija de vecina. He dicho.
No, señores, en el Conicet no. Recorten en donde sus saberes les indican pero no justamente en los saberes. ¿Qué es lo que hace grande a un país? A ver, ¿qué es? Sí, sí, claro, sus ciudades, sus carreteras, sus edificios, sus logros en deportes, en economía, en industrias, en presencia internacional. Sí. ¿Y de dónde sale todo eso? De la educación, queridas señoras, estimados señores. Cuando le preguntaron a Dinamarca cómo habían logrado dar ese salto en el concierto de las naciones, Dinamarca contestó: con tres cosas fundamentales.
Educación, educación, educación. Tenían razón: hay en la caja craneana algo que bien dirigido nos da todo lo que necesitamos, todo lo que hasta ahora nos ha hecho falta, y de ahí viene eso que lograron los países que se han hecho grandes. Si no hay lugares en los que se enseña a estimular el cerebro, estamos fritos. Sí, claro, hay tipos que no necesitan estímulos.
Cuando el señor Einstein era un chico que no levantaba esto del suelo, vio una brújula, y ahí mismo en ese instante nació la teoría de la relatividad. El parto fue largo, pero el nacimiento sigue dándonos satisfacciones. Si recortamos los lugares, desde el jardín de tres hasta el doctorado en la universidad, no habrá nada ni nadie que nos muestre el camino. No toquen al Conicet, por favor. No toquen sexto grado, el jardín de infantes, los exámenes en la facultad. No-los-to-quen. ¿Dije por favor? Es una orden. No los toquen porque nos vamos a quedar sin brújula, sin microscopio y sin radiotelescopio y vamos a ser en ese concierto de esas naciones una voz chiquita que nadie va oír porque no va a valer la pena.