Cuando todavía no había fracasado la sesión de Diputados para tratar la Ley Antidespidos, el board de uno de los principales bancos del mundo aprobaba la semana pasada el mayor préstamo para el sector privado argentino concedido en años. Fue tras largas consideraciones y minuciosos análisis de riesgo del país. Sus gestores sudaron horas y horas en el armado de escenarios y carpetas con datos sobre las contingencias posibles. Fueron llamativas las idas y venidas porque el financista nos conoce como nadie: es uno de los bancos colocadores de bonos que acaba de participar de la salida del default. A pesar de ello, el país sigue generando importantísimas dudas entre los inversores.
La buena noticia es que el directorio del banco aprobó la operación y se conocerá pronto el beneficiario y el proyecto. También lo fue que ese financiamiento fue concedido aún sin conocerse que el FpV no había logrado el quórum para discutir la iniciativa. El arbitraje entre riesgos y oportunidades se inclina a favor de quienes apuestan a la recuperación de los precios de los activos en el país. La lógica global y regional atraviesa y se sobrepone a la estrategia política y sindical de resistir el “momento mundo” de la Argentina. Algunas decisiones de inversión incluso pasan por alto el riesgo de los desopilantes movimientos oficiales, que llevaron al propio Macri a sentar una posición de dudosa oportunidad al adelantar su veto indefectible a la Ley si era aprobada en el Congreso. Tal tensión con los sindicalistas da fe de la voluntad de llevar al extremo el “new model” que propone el Gobierno, que describió ayer en estas páginas Jairo Straccia en su nota “Un gobierno de CEOs, harto del círculo rojo”. Demostrar que un gobierno legítimo no peronista puede generar un bienestar en la población por la vía liberal es desafiante para la historia política argentina. Deberá refutar la historia de que la legislación laboral es un peligroso brete del cual no pudo salir ningún gobierno que no fuera del signo del general Perón. Alfonsín derrapó, a poco de asumir, con la Ley Mucci de 1984, que buscaba la “democratización” del movimiento obrero. Lo que “consiguió” fue abroquelar al movimiento obrero disperso tras la derrota del PJ, calzándose la oposición de la CGT durante los siguientes cuatro años. En 2000, el debate y sanción de la inmortalizada “Ley Banelco” de flexibilidad laboral determinó la fractura de la Alianza tras las denuncias de sobres en el Senado por parte de Hugo Moyano. Cabe ahora recordar que sólo Menem, ungido por el PJ y los sindicatos, logró en los 90 un disciplinamiento obrero a las condiciones del capital para las inversiones; y que Néstor y Cristina, en la última década, pudieron mantener a raya a los muchachos, en un silencio inexplicable en comparación con el baruyo del último mes, con el rigor peronista del control de la caja de las obras sociales.
Vale preguntarse entonces si, el interés inversor a toda costa, como diría otro insigne peronista implica que estamos condenados al éxito o no. “En perspectiva, todas las joyas que brillaban en América Latina están en decadencia: Perú, Colombia, Chile, y ni hablar Brasil. Sólo la Argentina, con bajos precios de activos y oportunidades muy marcadas en el agro y en energía a la cabeza, es interesante. Acá todos hablan en esos términos y están preparándose para lanzarse”, graficó ante PERFIL en Nueva York un financista argentino que dejó su puesto en el departamento de inversión de un gran banco y arma su propio fondo de energías renovables.
A propósito, argentinos radicados en los últimos años en Nueva York están empezando a recibir ofertas de repatriación para actuar en el emergente mercado local. Durante los últimos diez años, la ausencia de instrumentos financieros impidió otro desarrollo de especialistas en los bancos que no sea de los que trabajaban en la operatoria de consumo. Pero ahora, momento en que, por ejemplo, el Tesoro se propone en dos semanas realizar dos colocaciones de bonos en dólares o las empresas comienzan a estructurar financiamiento y las provincias obtienen luz verde para endeudarse en el exterior con tal de descomprimir la comprometida caja nacional, los bancos y financieras no dan abasto ni encuentran ejecutivos para llevar adelante los encargos. Por el momento, los salarios y lo incipiente de la recuperación del mercado en la Argentina siguen siendo una gran promesa que no ofrece los incentivos suficientes para mudarse del centro financiero del mundo aunque la nuestra sea la periferia más prometedora del orbe.
Mientras tanto, como casi siempre en nuestros 200 años de historia, los grandes trazos históricos de la Argentina se definen afuera. Ni el auge ni la caída del gobierno kirchnerista podrían sensatamente explicarse sin los vaivenes de la demanda de China y de Brasil y de los precios de los productos que ambos nos compraron por una década. El rumbo de Brasil, su recuperación, los precios de la soja, de esos factores dependerá el gobierno de Macri. Empleo industrial e ingresos fiscales dependerán de las exportaciones al principal socio comercial del país. Eso explica, más que un repudio ideológico al PT de Dilma, el rápido reconocimiento del gobierno argentino a la unción institucional del vicepresidente Temer tras la votación del impeachment.
Si Brasil “tracciona” pronto, el experimiento de Cambiemos tendrá más chances, sobre todo si se cumple el enfático vaticinio del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, que repitió y subrayó que en 2018 se llegará a una inflación anual del 5%, a fuerza de la pieza maestra de la tasa de interés. Habrá que olvidarse del ancla del tipo de cambio para controlar los precios. En síntesis, adelantó que seguirán un tiempo las altas tasas de interés, y que el tipo de cambio flotante será política de Estado. Una combinación preocupante para los industriales que ante las exhortaciones a la inversión, perciben precios caros y un dólar que lejos de hacerse competitivo se erosiona con la inflación y amenaza caer más. Sobre todo, si el ingreso de capitales, esa “condena al éxito” de las inversiones, se hace efectiva, y los dólares empiezan a inundar al mercado.