Increíblemente la fórmula Scioli – Zannini está hoy en día primera en las encuestas de cara a las próximas elecciones presidenciales. Sorprendente realmente teniendo en cuenta que, tanto los mismos candidatos como la presidente, aclararon que es ésta la fórmula continuadora del modelo kirchnerista, el cual, luego de 12 años gobernando, nos deja en la situación que padecemos actualmente.
Mi primer hipótesis al respecto se basa en que el problema sea que los votantes no conocen cual es efectivamente nuestra realidad y lo que creen conocer de ella es lo (des)informado a través de los medios oficialistas o de la TV Pública, ciegamente adepta al poder, en donde las gerencias se encuentran ocupadas por hombres de La Cámpora y el salario promedio duplica al de los medios privados, claro está que esto no se debe a la productividad o eficiencia del canal, sino a la fuente de donde los fondos provienen, es decir, los bolsillos de los contribuyentes, quienes miramos para otro lado siempre y cuando el fútbol continúe con esa extraña gratuidad que paradójicamente nos cuenta más de $1500 millones anuales.
Aunque la primera conjetura parece probable, personalmente la descarto puesto que la realidad no puede ser ocultada pese a los inconmensurables esfuerzos del gobierno al respecto, ya que esto equivaldría a intentar generar un eclipse con nuestro dedo pulgar.
Mi tesis final radica en un lamentable conformismo argentino, donde nos hemos acostumbrado al “podría ser peor”, donde el desempleo no es preocupante mientras el desempleado no sea uno mismo, donde no importa si se coarta nuestra libertad de ahorrar en otra moneda cuando la nuestra pierde su valor en nuestras manos si de todas maneras siempre contamos con un mercado negro en el cual refugiarnos, donde no nos preocupan los insoportables impuestos que nos obligan a trabajar más de la mitad del año para el estado si de todas maneras ya encontraremos la forma de evadirlos, en dónde parece cosa de ilusos intentar compararnos con países como Canadá o Australia que hasta hace menos de un siglo hacían lo posible para convertirse en la potencia que nosotros éramos; en fin, en donde todos nuestros males no son para tanto, puesto que no vivimos en Europa, vivimos en Argentina.
Nuestra situación hoy no es algo normal ni mucho menos algo pasable, es lisa y llanamente paupérrima. Literalmente nuestro país está en ruinas, ocupamos el podio en los más vergonzosos rankings, solo superados por nuestro estratégico aliado, Venezuela; citemos a algunos de ellos para hacer memoria: somos el segundo país con más inflación del planeta, estamos penúltimos en “clima de negocios”, ocupamos el segundo lugar en el raking de países que más desdichas les provoca a sus ciudadanos guiándonos por el World Misery Index elaborado por Steve H. Hanke, y somos, como si fuera poco, la segunda economía más miserable del mundo según el Índice de la Miseria 2015 elaborado por la agencia agencia Bloomberg.
Los índices anteriormente nombrados no son un simple capricho del autor, sino que fueron escogidos por ser todos ellos tomados en cuenta por quienes poseen capital disponible para invertir, ya que nadie va a arriesgar su patrimonio en un país en dónde no se pueda realizar un cálculo económico de tan solo 6 meses debido a la inflación, en donde no se pueda utilizar la moneda más conveniente para las transacciones ni en donde el respeto a la propiedad privada se ve constantemente amenazado, razón por la cual no solo los capitales extranjeros no se instalan aquí, sino que los locales también escapan a destinos más confiables, y, lógicamente, con la huida de capitales se fugan también empleos, mejores salarios, y, por supuesto, una mejor calidad de vida.
Cada año se los responsabiliza a los políticos por los males del país, pero tristemente este año me estoy convenciendo que la culpa es de nosotros, los ciudadanos, por acostumbrarnos al fracaso y tomarlo como natural, por desinteresarnos del progreso y, de esta manera, castigarnos tanto a nosotros como a las generaciones venideras con una Argentina de la cual solo podemos enorgullecernos por contar con el mejor jugador del mundo, quien tuvo que emigrar al extranjero porque nuestra realidad no le permitía un óptimo desarrollo físico, como así también nos condena a nosotros en la actualidad al subdesarrollo económico, político y social.
(*) El autor es investigador del área de Estudios Económicos del Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad