George W. Bush, en pleno road show para la presentación de su libro de memorias Decision Points (“Momentos decisivos”), acaso se sorprendería si alguien le hiciera notar el paralelismo que existe entre su obra y una vieja frase de Karl Marx: “En la historia como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida”. Menos por el “laboratorio de la vida” con el que culmina el pasaje, que por la “podredumbre” con el que comienza.
Durante una entrevista para NBC que Bush mantuvo el martes 9 con el conductor Matt Lauer –posiblemente la más importante desde que dejó su puesto–, se produjo el siguiente diálogo: Matt Lauer: “¿Por qué opina que la aplicación del ‘submarino’ (ahogamiento simulado) es legal?”. Bush: “Porque los abogados dijeron que era legal. Dicen que no está comprendida por la ley anti tortura. No soy abogado, pero uno tiene que confiar en el juicio de las personas que lo rodean, y yo confío”. Lauer: “Le estoy preguntando: ¿sería correcto que otro país aplicara el ‘submarino’ a un soldado estadounidense?”. Bush: “Todo lo que pido es que la gente lea el libro”.
Con la velocidad del rayo, su archienemigo, el cineasta Michael Moore, ofreció a la NBC, en forma gratuita, la exhibición de su documental Fahrenheit 9/11 (una crítica hiperrealista al comportamiento de la administración Bush a propósito de los atentados del 11-S). “Hay que equilibrar toda esta publicidad que le han estado dando”, aseguró Moore; “espero que nunca olvidemos lo que hizo este hombre”. Si bien es cierto que en su libro Bush compara al director de cine con el mismísimo Osama Bin Laden (según el sitio Público.es), habiéndose impreso un millón y medio de ejemplares, ¿qué otra cosa iba a pedir George W. Bush sino que le compren la mercadería?
Por lo demás, es sabido (esta columna lo informó) que el asistente del procurador general federal de los Estados Unidos, John Yoo, escribió que lo que los interrogadores de la CIA hacían con los prisioneros no se consideraba incluido dentro de la definición jurídica de tortura, a no ser que fuera “equivalente en intensidad al dolor producido por una lesión corporal seria, tal como falla de órganos, deterioro de las funciones corporales o inclusive la muerte”. Por dicha razón, siempre que se torturara “de buena fe” (por ejemplo, sin llegar al extremo de inutilizar un riñón), aunque los tormentos hubiesen sido practicados con minuciosidad coreográfica, para los “abogados” no había técnicamente ni un crimen de guerra ni un delito cometido contra la humanidad. Por añadidura, John Yoo tuvo un inspirador: inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, el entonces abogado de la Casa Blanca (otro abogado más), Alberto Gonzáles –luego promovido a fiscal general–, escribió que las Convenciones de Ginebra que norman el Derecho Internacional Humanitario eran “anticuadas” y no aplicables a la “guerra contra el terror” descerrajada por el Gobierno de los Estados Unidos. Aunque el valor de la palabra de Bush no cotiza en alza, cosa que según ha declarado “no le interesa”, “sus” abogados le dijeron que esas cosas no eran tortura, y él confió en ellos.
Como la vida rara vez es equitativa, mientras Bush intercambia pareceres por televisión con Matt Lauer, John Yoo –que enseña Derecho Constitucional en la Universidad de California– suele ser aporreado (emotivamente, se entiende) durante las ceremonias de graduación de los alumnos de la Facultad de Derecho, mediante súper pancartas que dicen “Silencio + Tortura = Complicidad” o “Despidan a John Yoo e inhabilítenlo para el ejercicio de la abogacía”. La solitaria voz del decano Christopher Edley, que lo defiende bajo la bandera de la “libertad académica”, no es suficiente para acallar al colectivo El Mundo no puede esperar, que convoca al repudio (bajo la bandera de la “libertad de expresión”).
Otra confesión que ha dado que hablar es el relato de cómo se formó en Bush su conciencia anti abortista. La postura adoptada por el ex presidente, se materializó cuando –siendo un adolescente texano– su madre Barbara le mostró un feto en un frasco tras sufrir un aborto involuntario. El comentario estrella escogido por un sitio español de noticias dice lo siguiente: “OVDP (posteado el 08-11-2010; 19:11 horas). A mí me afectó una de las fotos a toda portada en la prensa tras el primer bombardeo de Bagdad, con una niña de unos dos años despedazada. Pero, por supuesto, nada comparable a un feto en un frasco mostrado por la abortante a otro feto”. Por usar una expresión castiza, “en todas partes se cuecen habas”.
Siempre dentro de la Península Ibérica, el periodista Ernesto Ekaizer, autor de la monumental obra Yo, Augusto, sobre el dictador chileno Pinochet, enlaza la relación entre George Bush y José María Aznar (a quién el primero llama “un líder visionario”) con la película Fair Game, traducida en España como “Caza del espía”, en la que actúan Sean Penn, Naomi Watts y Anand Tiwari. Según Ekaizer, el film refleja con fidelidad la realidad de “la colosal manipulación informativa que condujo a la guerra de Irak y el relato de Bush –sobre todo en lo que se refiere a España y a José María Aznar– permite entender cómo encajan algunas piezas en tiempo real”. El 5 de marzo de 2003, Aznar declaró ante las Cortes (el Congreso español): “Con respecto al programa de armas nucleares, Irak ha intentado en los últimos años hacerse con tubos de aluminio de alta calidad aptos para enriquecer uranio. Además, ha intentado hacerse regularmente con stocks de este mismo mineral”. A pesar de que el 8 de marzo el entonces director de la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica), Mohamed El Baradei, calificó esta afirmación como incorrecta y fundada en documentos falsos, Aznar insistió y persistió hasta las vísperas de la invasión de Irak, que confirmó la afirmación de El Baradei.
Si a Bush le va bien con sus cuartillas, se habrá verificado lo que Francisco Luis Bernárdez escribió en el segundo terceto de su conocido Soneto: “Porque después de todo he comprendido / que lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado”.