COLUMNISTAS

Confesiones de invierno

Ahora que todos los caminos del trendy literario llevan a la escritura en primera persona, a la autoficción, al triunfo universal del yo, puede ser bueno recomendar textos recientes en los que el yo es exhibido con maestría.

|

Ahora que todos los caminos del trendy literario llevan a la escritura en primera persona, a la autoficción, al triunfo universal del yo, puede ser bueno recomendar textos recientes en los que el yo es exhibido con maestría. De hecho, acabo de leer un libro absolutamente nuevo sobre el tema: las Confesiones de Rousseau: “Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y ese hombre seré yo. Sólo yo.” Todo pasa y todo queda, pero lo propio de la gran literatura es quedar (mientras que en la literatura de mercado todo es pasar: hace un año la moda era convertir blogs en libros, ahora son los libros firmados por mediáticos, para el año que viene pronostico un revival del soneto). Jean Starobinski escribió un célebre ensayo sobre Rousseau llamado La transparencia y el obstáculo, en el que, ya desde el título, plantea la doble relación que opera sobre el yo. La primera persona se vuelve interesante cuando desconfía de la empatía, de lo cristalino, de la transparencia; es decir, cuando el propio yo se plantea como un obstáculo para sí mismo, una obstrucción para el pacto de lectura más convencional. El arte de las Confesiones de Rousseau se juega en “ese repliegue en la resignación del yo”, como escribe Starobinski.

Ahora que lo pienso, Francia tiene una larga tradición en el género intelectual-confesional. El porvenir es largo, de Althusser, es seguramente un hito en esa historia. Historia personal desdichada, que comienza con la impactante descripción del asesinato de su mujer, estrangulada como etapa superior de los masajes que, un minuto antes, le estaba haciendo en el cuello, y continúa a lo largo del texto con un ejercicio despiadado de autoanálisis, de traumas infantiles y de descripciones intelectuales brutales, que convierten a su confesión en uno de los grandes textos literarios del siglo XX. Desdichada es también la traducción al castellano. L’ avenir dure longtemps, cuyo título original remite a una cierta idea de tragedia, a la sensación de encierro, de duración eterna: el futuro dura demasiado, dura mucho tiempo, es eterno; es decir que el futuro –como la culpa– no termina nunca (allí reside la tragedia), mientras que la traducción al castellano como El porvenir es largo conduce a la idea opuesta: al ingenuo optimismo de suponer que hay un por-venir (algo que está por llegar, por arribar, cuando la angustia de Althusser es justamente porque lo que está por llegar ya pasó, y lo que le espera en el futuro es la eterna repetición de lo mismo). Reforzado además por la idea de que ese porvenir es largo, lo que remite aún más al error de creer que todavía hay tiempo para esperar, para alguna esperanza, cuando el texto de Althusser indica todo lo contrario.

Y ahora sucede que Francia acaba de dar otra extraordinaria confesión intelectual: Carta a D. Historia de un amor, de André Gorz (debo confesar, ahora yo, que me lo recomendó un librero amigo. Me alegra que todavía haya libreros que recomienden buenos libros). Gorz fue uno de los fundadores de Le Nouvel Observateur y un ensayista contracultural de mucha importancia en los alrededores del 68 (Historia y enajenación me sigue pareciendo un hermoso libro, una relectura muy libre del joven Marx que desemboca en una crítica tanto al socialismo real como al capitalismo hegemónico). Carta a D… es el relato de la relación amorosa con su mujer entre 1949 y 2007. Cincuenta y ocho años de convivencia hasta que ella cae enferma de un cáncer terminal, y ambos deciden suicidarse. Y entre medio, la narración da una vuelta de tuerca a la idea del amor como neurosis, pero también al ideal del amor romántico; matizado con leves pero precisas descripciones del mundo intelectual parisino desde la posguerra hasta el gauchisme setentista, los cambios en el mundo del periodismo, y una defensa de la escritura como forma de poner en suspenso al yo.