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satisfacciones

Confesiones de invierno

Hubo un tiempo en que fue mozo y fue libre –de verdad– de someterse a la tiranía de las noticias, sobre todo las proporcionadas por la prensa escrita, que eran objeto de su mayor predilección. No es difícil explicar esa preferencia; provenía de la relación entre el medio y el tiempo: toda noticia, una vez publicada, era relato de un hecho del pasado que seguía sin embargo promoviendo la ilusión de un estrecho vínculo con un acontecimiento reciente. La noticia volvía presente un pasado que se volvía inmediato y hasta perentorio en el momento de la lectura, y que no obstante no dejaba de haber ocurrido. Leer un diario era estar en dos tiempos a la vez, dos tiempos condensados y en disputa de sabores, como los chicles dos en uno de su infancia: la evocación mental del hecho y la conciencia del acto de la lectura. (Esto no tiene nada que ver con el “deme dos” del menemismo ahora resurrecto, que obtiene el placer de pagar para viajar y conseguir dos objetos idénticos, sin duplicar su valor intrínseco).

Pasado el tiempo, él comprendió algo que la prensa escrita, como tal, había advertido bastante antes: que para el lector promedio el goce del simple recuento de sucesos había disminuido, prefería instalarse en la inmediatez que proporcionaban radio y televisión, estar al tanto al mismo tiempo –o casi– que ocurrían los hechos. Por supuesto, los hechos siempre habían ocurrido antes, pero la franja temporal se achicaba, y en esa carrera los medios escritos corrían con desventaja. Sobre todo cuando radio y televisión se aventuraban a instalarse en el presente puro, produciendo ellos mismos la noticia. ¿Me seguís, Chango? Sabiamente, entonces, la prensa escrita aceptó que, ya en el momento de sentarse a leer, su lector estaba enterado de lo que le contaban, y produjo un plus de significado: la opinión, el comentario, el análisis sesudo o disparatado. A él, ese salto lo fascinó: ingresaba sin saberlo a un estadio segundo, un salto cualitativo. De los hechos a su significado. El reino de la interpretación. Ahora, después de años de frecuentación, descubre que eso que fue su realidad de lector ya no lo satisface y cualquier día de estos agarra una novela, a ver si descubre algo nuevo.