Ya no quedan margaritas ni para arrojarle a los cerdos. De ahí que Martín Guzmán no puede deshojar las florcitas y preguntarse: “¿Me quedo?”, “¿Me voy?”, “¿Me echan?”. Como si el Ministerio de Economía fuera su amada y, sus tribulaciones, una ronda interminable de la mañana a la noche.
Interrogantes personales que atraviesan esta semana con la explosiva discusión parlamentaria sobre el acuerdo con el FMI y que, luego, alcanzará mayor plenitud si el funcionario consigue el respaldo de las cámaras para el entendimiento. O sea que Guzmán tiene más dudas sobre las derivaciones del éxito que certezas sobre un eventual fracaso. Y no solo por razones políticas.
Antes de resolver esa incógnita, el ministro deberá salvar –a partir de mañana– la blitzkrieg legislativa de un sector de su Gobierno y la sucesión de minas colocadas por ciertos opositores. Objetivamente anuncian el mismo resultado común contra el Fondo y su gestión.
Camporismo puro. De un lado, La Cámpora, cuyos miembros se han hecho fama por no haber cobrado jamás una quincena y, mucho menos, pagarla, alimentándose del Estado o sin preguntar de dónde provenían los fondos que los mantenía vivos cuando no estaban en el Gobierno. Adhieren al “Vivir con lo nuestro”, transitar el aislamiento que Occidente cree habrá de imponer en Rusia.
Este grupo, comandado por Cristina y Máximo, le declaró la guerra abierta a la Casa Rosada por arreglar con el organismo internacional luego de haber compartido años esa negociación. Sin subterfugios ni complacientes interpretaciones, como hicieron durante el último ciclo; ahora lanzan videos, discursos, frases, actos, en contra hasta de sí mismos.
Es la confrontación más importante desde que el FdT llegó al poder, un corte brutal. Y, en su ofensiva, La Cámpora se apaña en la mezquina excusa de que “si firmamos el acuerdo perdemos la elección del 2023”. El resto del relato, sea la protección de los pobres, la avidez del imperialismo o la injusticia de los ricos, se convierte en “sarasa” de baja estofa según el término popularizado por Guzmán.
Cristina, más volátil que nunca, ahora se manifiesta opuesta al control trimestral que demanda el Fondo sobre el destino de su nuevo préstamo (9.000 millones) y la refinanciación del viejo. Como se sabe, no quieren que se lo gasten en una Ferrari; ocurrió con Rusia hace varias décadas con créditos que desaparecieron.
La vice, dicen, se concentra en objetar esta rigidez sanitaria, lo debe considerar un “cogobierno” futuro sobre la economía y un atentado a la soberanía administrativa de un país considerado pródigo, inclusive con lo que no le pertenece.
Parece que ahora se asienta en este repudio a la auditoría y olvida otros reclamos de antaño, desde exigir mayores plazos de pago o menores intereses.
No trascendió el esqueleto de su última discusión con Guzmán, hace escasos días, sí la naturaleza meteorológica de la reunión: chubascos, tormentones, ella dolida como mujer engañada, le atribuyen un “me mintió” (no es la única que reprocha al ministro esa característica).
Desde ese encuentro se habla de otro posible espejismo: Cristina demanda cambios en el Gabinete luego de esta semana clave. Tenue ejercicio del poder: hoy no se sabe si solo tiene identificación política o familiar con Máximo, a quien no puede contener en su respaldo como candidato a gobernador a Martín Insaurralde, mientras avanzan las ínfulas de Kicillof para hacerse reelegir en un territorio que considera propio.
Si bien ella está ofendida con el ministro, en rigor ha roto los puentes con su elegido: Alberto Fernández. No se deben confundir los roles secundarios de los principales.
Grieta opositora. También divididos aparecen los más ultras del PRO. Esgrimen otra ridiculez: antes de votar, queremos conocer lo que harán Cristina y Máximo. Es decir, carecemos de pensamiento propio, nos adecuamos a la madre y al hijo. Como si la prioridad fuese atender mas la actitud del enemigo partidario que diseñar su estrategia.
El sino opositor semeja al del oficialismo: está partido en dos, por el acuerdo quizás voten como La Cámpora. Solo se ha salido de ese esquema Elisa Carrió, quien hace pocas horas habló casi media hora con Alberto Fernández y le dijo que votaría el acuerdo. Nadie sabe si expuso alguna condición para ese consentimiento.
Otro que avala lo que haga el gobierno de Fernández, como conducta, es Gerardo Morales, gobernador y cabeza del radicalismo. En cambio, Mauricio Macri piensa en otra dirección: prefiere la abstención, no compartir responsabilidades. Obvio, antes concede el quorum.
Deshojar la margarita. Si finalmente esta semana se aprueba el proyecto de ley, Guzmán parece un ganador, al igual que Alberto. Como Cristina no tiene que votar, se conformará con exhibir un despliegue de mohines insinuantes y ordenar a su tropa sin reconocerla como propia. Y la oposicion dirá lo de siempre: el default era peor.
El titular de Economía puede cancelar un ciclo de más de dos años negociando y se quedará para velar el cumplimiento de ese convenio tardío, una suerte de vicario del FMI. Dirá: misión cumplida. Ninguna nueva tarea a menos que se cambie la infraestructura del Gabinete y asuma otra responsabilidad, con reminiscencias hegemónicas del estilo Cavallo.
No hay firma ni cumplimiento del pacto con el Fondo sin autoridad en el Gabinete.
Algo que pretende imponer Sergio Massa, tal vez ofreciéndose él como superministro. Sería un dilema para Guzmán, para su inhallable margarita del “me voy”, “me quedo”, “me echan”.