En una nota del pasado domingo 3 de abril en este diario pudimos enterarnos de que para el 9 de Julio el gobierno nacional prepara una fiesta que no sea “reivindicativa”, para diferenciarse de las celebraciones kirchneristas. Debería estar claro que una conmemoración del día de nuestra Independencia se propone, esencialmente, reivindicar los hechos que sucedieron en Tucumán el 9 de julio de 1816, las circunstancias y los personajes que condujeron a tan magna decisión a pesar de que las situaciones internacionales eran desfavorables y que todos los otros pronunciamientos coloniales contra España habían fracasado, salvo el nuestro. Mucho para reivindicar también en los apasionantes debates que tuvieron lugar en la casona de Tucumán.
Es excelente la idea de darle un tono federal al festejo y hacer participar a las provincias, aunque en las declaraciones a PERFIL nada se refiera a la convocatoria de historiadores y pensadores de las mismas. También es bueno darle lugar al cuerpo de baile del Teatro Colón, no demasiado bien tratado en las últimas temporadas, y retomar el desfile militar, siempre y cuando no se emita el mensaje de las dictaduras de jerarquizar la preponderancia de las Fuerzas Armadas en nuestra historia política.
Lo que sorprende en grado sumo es que se haya decidido evitar hacer revisionismo “para diferenciarse del kirchnerismo”. Es decir, excluir a una de las dos corrientes historiográficas predominantes en Argentina, por una parte la oficial, es decir la de orientación liberal, porteñista, conservadora, y por la otra parte el revisionismo histórico, es decir la corriente nacional, popular, federal e iberoamericana.
Confundir revisionismo con kirchnerismo es ignorancia o malevolencia. Lo propuesto es hacer a un lado a grandes pensadores revisionistas como Arturo Jauretche, Jorge A. Ramos, Scalabrini Ortiz, Manuel Ugarte, Hernández Arregui, Fermín Chávez, Ortega Peña, William Cooke. ¿Qué proyecto puede idearse y llevarse a cabo exitosamente si no está basado en una clara percepción y comprensión de nuestra identidad raigal? ¿Cómo construir una conciencia nacional tirando a la basura a quienes pensaron una Argentina de nosotros y para nosotros? Ideario que los llevó a enfrentarse en desventaja con sectores liberales y reaccionarios de su tiempo, que los condenaron a la exclusión, al ninguneo, a la marginalidad. Persecución que, está claro, en la plena vigencia sin tiempo de sus convicciones, continúa haciéndolos y haciéndonos víctimas de la intolerancia y del reemplazo del debate por gestos autoritarios.
Está también claro en la nota que la propuesta es diferenciarse de la celebración del Bicentenario de 1810, cuando cientos de miles de personas sin distinción partidaria se lanzaron a la calle con espíritu patriótico a celebrar tan magna fecha. Ya entonces el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires dio muestras de su austeridad en las celebraciones patrias pues dedicó ese día a la inauguración de las reformas en el Teatro Colón de Buenos Aires.
Afortunadamente, en esa oportunidad no se prescindió del revisionismo y entonces se pudo asistir a algunas de sus reivindicaciones: la puesta en valor de la gesta de la Guerra del Paraná, más recordada con el nombre de su primer combate: la Vuelta de Obligado. Asimismo, se enalteció la decisiva importancia en Mayo de los pueblos originarios, también de los afrodescendientes. Es decir de los sectores populares tan dejados de lado en nuestra historia oficial. No se olvidó tampoco en proyecciones y en representaciones el heroísmo de muchas mujeres como Juana Azurduy, que hirieron el paradigma oficial de mujeres costureras, pasivas, insignificantes. Los caudillos federales, Dorrego, Rosas, ocuparon el lugar que se merecían en el panteón de nuestros próceres. Y fue novedosa y emotiva la dimensión iberoamericana, la de Patria Grande, con la presencia de varios presidentes de naciones amigas.
Es muy posible que algunos de estos homenajes se repitan en la celebración de este año aunque es seguro que los historiadores y políticos liberales se cuidarán muy bien de aceptar que lo hacen porque no pueden eludir la presión de la ciudadanía, que ha elegido entender nuestra historia y por lo tanto su propio presente por fuera de las enseñanzas del pensamiento único historiográfico que impregna nuestras mentes desde hace 150 años.
En la nota se nombra a dos conspicuos representantes de la historia liberal conservadora, quienes tienen mi respeto porque no dudo de su honestidad y capacidad intelectual, pero debo agradecer al autor de la nota, Ezequiel Spillman, por nombrarme junto a dos amigos talentosos y luchadores, Hernán Brienza y Felipe Pigna, quienes, cada uno con su estilo, con defectos y virtudes, bien representan a la pléyade de historiadores e intelectuales que se juegan por una historia alternativa, más verdadera.
El revisionismo no teme a clausuras ni exclusiones. El llano, como todos los movimientos populares, es su ámbito natural. Volvemos a los bares, a los domicilios particulares, a los clubes, a las unidades básicas. Porque sabemos que lo bueno y lo malo que signa su accidentada trayectoria pertenece a la política. Así lo entendía el gran don Arturo: “No es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es en realidad una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos, destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional, que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad de un revisionismo histórico”