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Congelamiento caliente

26-10-2020-Logo Perfil
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La decisión de profundizar el control de precios dejó al descubierto temores y expectativas sin eufemismos. La primera es que la inflación sí existe. Si durante este año se hubiera cumplido la proyección del Gobierno, defendida hasta recién por el ministro Martín Guzmán, el IPC de septiembre se hubiera movido no mucho más de 2% y probablemente el resultado electoral tampoco hubiera provocado un giro abrupto de la táctica económica. Porque hablar de estrategia es un término que le queda muy grande a los volantazos con que el plan de “vamos viendo” intenta llegar con todo bajo cierto control a las elecciones generales.

Al darse por seguro que la alta tasa de inflación es imposible de bajar sin pagar un costo que no se quiere asumir, el nuevo norte es socializar la responsabilidad por ese fracaso. El plan B, incluso desde antes de las PASO, cuando los sondeos indicaban disconformidad con la situación económica a medida que el temor al contagio masivo despertaba de su letargo a otras aspiraciones, fue tratar de que no se desmadraran los precios a medida que los pesos inundaban la plaza. Y cuándo este plan pasó a ser la opción principal, siguiendo la repetida fórmula de poner la plata en el bolsillo de la gente, la alternativa fue el control de daños: en las góndolas y en el difícil mercado cambiario.

Para mitigar los efectos indudables sobre el nivel de precios la salida fue, entonces disponer de un congelamiento de 1432 precios, una forma de poner una losa sobre muchos productos de la canasta alimentaria, sabiendo que era imposible de ser efectiva sobre las más de 250 mil bocas de expendio. Lo curioso es que el rubro fue siguiendo el promedio general y no fue el que más subió en el último año. Allí surge la otra particularidad de una inflación que corre al 50% anual: la velocidad es muy diferente para los diferentes tipos de bienes y servicios. De hecho, ya había dos controles que mostraban sus efectos sobre la canasta básica: el tipo de cambio “oficial” pisado y las tarifas públicas casi congeladas. Ambas anclas se traducen inmediatamente en la repercusión que tienen sobre el ingreso popular, pero también por el abuso en su utilización muestran serias deficiencias y acumulan desequilibrios que han convertido a esta herramienta de política de ingresos en poco sostenible.

Justamente, la primera crítica que los empresarios afectados por listas teñidas de arbitrariedad, es qué pasará el día después del vencimiento de la resolución oficial. Descartan que sea prorrogada o morigerada para un tiempo más, aunque la historia económica argentina encontró múltiples ejemplos de éxitos temporales en lastres permanentes: el impuesto a las ganancias, las retenciones, el control de cambios, los subsidios a las tarifas o el impuesto al cheque. Lo que sí saben es que el formato del supermercadismo es el que permite cierta factibilidad al control burocrático, pero sólo canaliza el 30% de la oferta de alimentos. El resto, especialmente en su variedad fresca (frutas, verduras y carnes de todo tipo) se abastece en tiendas imposibles de controlar con eficacia… y honestidad.

Para muchos de los empresarios afectados, la verdadera finalidad de esta medida es la de traspasar la responsabilidad de la inflación hacia el último eslabón de la cadena, las que muestra los precios. Desde la usina de ideas y políticas del oficialismo, se habla de la cartelización del mercado y ven en este concepto el hilo conductor de un arsenal legislativo sobre la materia: ley de góndolas, reforma en el impuesto a las ganancias para empresas, control de precios, congelamiento y regulaciones para el mercado laboral. Un combo que, aseguran los empresarios, minó su capacidad de producir y emplear.

Mientras tanto, la otra ancla elegida, el dólar, vio en la última semana una escalada curiosa: pasó la barrera de los $ 190 en sus segmentos “financieros”, la misma que había alcanzado hace casi un año. Un congelamiento que fue mucho más efectivo que los inspectores militantes y se basa en el ABC de la política monetaria: jugar a favor y no en contra de la corriente, que sí permite márgenes de maniobra. Otra vez sopa.