Ahora que Biondini propone expulsar a extranjeros y que en el gobierno nadie lo desmiente… eh… ah… ¿Dije Biondini? Perdón, cometí un lapsus, quise decir Berni. Empiezo de nuevo: ahora que Berni propone expulsar a extranjeros, y que en el gobierno nadie lo desmiente, sino que, al contrario, incorpora la posibilidad de llevarlo a cabo bajo la figura de la “conmoción social” en códigos jurídicos que se ofrecen como progresistas (la valija elástica del progresismo del gobierno incluye también a la Ley Antiterrorista), es un buen momento para volver a leer a dos de los mejores escritores extranjeros expulsados de Argentina. Julio Camba nació en Madrid en 1882, en el seno de una familia obrera. A los 13 años se escapa de su casa, toma un barco y llega a Buenos Aires, donde inmediatamente se pone en contacto con grupos anarquistas. Publica manifiestos, participa de encuentros literarios y políticos. En 1902 se aprueba la llamada Ley de Residencia. Ese mismo año es expulsado del país como condena a sus actividades anarquistas. Vuelve a España, luego viaja a Nueva York, y durante la Guerra Civil Española cambia de bando y se vuelve franquista. En 1949 se instala en la habitación 383 del Hotel Palace de Madrid, que sería su domicilio hasta su muerte, en 1962. Entre medio, publicó miles de crónicas –muchas de ellas geniales, cargadas de una ironía decadentista única– en diversos períodos. Esas crónicas –no todas, por supuesto– se compilaron en decenas de libros, varios de ellos en la vieja colección Austral de la editorial Espasa-Calpe que, con paciencia, se encuentran todavía en librerías de viejo porteñas. Yo leí siete de esos libros (y algunos más de otras editoriales). Mi favorito es Sobre casi nada, en el que, con un aire a William Hazlitt, escribe sobre esto, aquello y lo de más allá, elevando “los temas diversos” a categoría literaria. En Sobre el patriotismo en el extranjero, leemos: “Encontrándome en América, yo me permití silbar el estreno de una obra española, lo que me valió acres censuras (…) ¿Cómo convencerlos de que el mal patriota era el autor y de que el patriotismo consistía precisamente en silbarlo?”.
Rafael Barrett nació en 1876, en un pueblito en la Cantabria española. Llega a Argentina en 1903, y luego viaja a Paraguay, país al que dedica lo mejor de su obra. Sus biógrafos difieren, algunos dicen que de Argentina salió expulsado también por sus actividades políticas, y otros aducen razones de orden sentimental. De Paraguay sí es certero que es expulsado por su compromiso político, más tarde logra regresar y luego, enfermo, viaja a Uruguay y a Europa, donde muere. Entre nosotros publica un notable artículo llamado “El anarquismo en Argentina”, en el que escribe: “Es una suerte que Anatole France haya llegado antes de que entre en vigencia la ley, porque no lo hubieran dejado bajar del vapor. La obra de France es un curso de nihilismo, y si el señor Falcón [jefe de policía. Entre otras méritos, tuvo a su cargo el operativo, en 1909, en el que mandó a asesinar a más de 80 militantes anarquistas y de izquierda que conmemoraban el 1º de Mayo. Hoy una calle lleva su nombre en Flores] la ha leído, habrá colocado al maestro en la columna malsana de las rameras y los epilépticos. ¿Ravachol era anarquista? También lo fueron los ascetas, San Francisco de Asís y Tolstoi”.