COLUMNISTAS

Consejos de un crítico

En Argentina no hubo una figura como Alone en Chile. Ni siquiera estoy seguro de que sea demasiado conocido entre nosotros o si lo es, su nombre no parece estar muy presente.

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En Argentina no hubo una figura como Alone en Chile. Ni siquiera estoy seguro de que sea demasiado conocido entre nosotros o si lo es, su nombre no parece estar muy presente. ¿Con qué adjetivo definirlo? ¿Importante? ¿Influyente? Este es uno de los casos en que los adjetivos en vez de sumar, restan. Sobre él podría decirse, sí, lo siguiente: Alone encarnó la crítica literaria como nadie en Chile, y quizás en el resto de América latina.

Seudónimo de Hernán Díaz Arrieta, Alone nació en 1891 y murió en 1984. Autodidacta, trabajó durante décadas en puestos anodinos en el Estado (donde llegó a ser jefe del Registro Civil), nunca se casó, vivió toda su vida en la misma casa y murió a los 92 años, ciego y mudo. Entre medio, publicó más de 20 libros, ganó el Premio Nacional y durante 39 años, mantuvo una crónica literaria en El Mercurio. Su Historia personal de la literatura chilena, de 1954, es un clásico insuperable, así como sus defensas de María Luisa Bombal y, por supuesto, de Gabriela Mistral. Según cuenta la leyenda, de su bolsillo habría salido el dinero para pagar Crepusculario, el primer libro de Neruda, de 1923. Hace poco estuve en Santiago y buscando libros suyos en las librerías de viejo de las Torres de Tajamar, en Providencia, y luego en cenas con amigos, cada vez que mencionaba su nombre comprobaba que tampoco estaba demasiado presente en su propio país. Bolaño lo convirtió en personaje de no se qué novela, pero eso tampoco lo sacó del olvido. Casi nadie lee hoy a Alone.

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Grave error. Porque su prosa es brillante, llena de erudición y leve ironía. Cargada de tintes memorialistas, nunca cae en la fatalidad de convertirse en testimonial; y cuando se vuelve intimista como en Pretérito imperfecto, sus memorias publicadas apenas antes de morir, lo hace en sistema con su monumental Historia de la biografía, de 1959, que debería ser de lectura obligatoria para tantos y tantos proyectos de escritores que suponen que escribir en primera persona, que decir “yo” en literatura, tiene la misma complejidad que en la publicidad (como esa que dejan en los contestadores y que dice: “Hola, soy Germán Kraus y recomiendo este sistema de salud privado…”). Precisamente uno de mis textos favoritos (llamado La tentación literaria) es aquel en el que se detiene a dar consejos, por llamarlo de algún modo, a futuros escritores: “Recibo con cierta frecuencia cartas de jóvenes, o no jóvenes, que en un momento dado han sufrido la tentación literaria y me dirigen preguntas difíciles de contestar. En el fondo, quieren saber si tienen o no talento”. Avanza luego con un rodeo sobre la dificultad de averiguar la respuesta, para detenerse en una argumentación por la cual se cuela toda su discreta ironía: “Nadie nace sabiendo (…) Un joven que desea en Chile dedicarse al conocimiento de las letras y ‘aprender a escribir’ se halla desprovisto de medios para orientarse. Porque los pintores tienen la Escuela de Bellas Artes (…) pero el futuro escritor por mucho que busque, no encuentra dónde reclinar su cabeza. Más bien hallará dónde perderla. La puerta a la que invariablemente llaman esos candidatos a la celebridad son las revistas y los diarios (…) pero seguramente no figura allí lo único que necesita saberse. La vocación literaria juvenil requiere su atmósfera, una temperatura especial, íntima, no sin cierto misterio”.

Y allí Alone hace su propuesta pedagógica, a la que debemos tomar bien en serio: “He pensado, a veces, que para ella y no para los aprendices de contaduría se han hecho los llamados cursos por correspondencia. He allí un terreno favorable. Se tiene un maestro y no se le ve. Se pueden hacer preguntas sin temor y recibir respuestas con total libertad”. Qué pena que pocos, o ninguno, siguió el consejo de Alone.