Hace apenas dos meses, desde la cercanía de Guillermo Moreno se conspiraba en la Unión Industrial Argentina para que continuara como titular José Ignacio de Mendiguren. Falló el intento, a pesar de la presión: se repuso a Héctor Méndez según las normas de esa organización y, de acuerdo con los mismos cánones, trasladó al Vasco a la vicepresidencia. Ahora, paradójicamente, desde ese mismo sector oficial se brama para que De Mendiguren sea desplazado de ese segundo lugar en la cúpula de la UIA, cese como directivo y lo extraditen del país, si fuera posible.
Irascible cambio cristinista por la decisión del empresario de aceptar la candidatura a diputado en la lista de Sergio Massa, responsabilidad que en rigor debe atribuirse a la negociación de otro intendente, Darío Giustozzi, quien lo ubicó en la nómina como su representante. La UIA, cuidadosa, resolvió con su cuestionado dirigente una licencia temporal para evitar más conflictos (en el pasado atravesó una demanda del mismo tenor, cuando a los gritos Moreno exigió sin éxito que arrojaran al infierno a Cristiano Rattazzi por haberse permitido declaraciones insolentes sobre la situación económica).
Esta anécdota sobre De Mendiguren –personaje que supo ser preferido de Cristina por los requiebros que le deslizaba– indica otra evidencia: la contraofensiva presidencial, término que no despierta los mejores recuerdos en ciertos sectores del peronismo, difícilmente se limite en los próximos meses a sectores y personajes del estilo de la Corte y Lorenzetti, Clarín y Magnetto, Massa y los intendentes rebeldes. Más bien apuntará a todo aquel que de amigo pase a enemigo según el index de la Casa Rosada. La parrilla está encendida.
Gobierna entonces una frase habitual de Néstor Kirchner que conocen de memoria su mujer, su hijo y allegados como Julio De Vido: “Con el poder no se jode”. Justifica, a partir del temor, descortesías, represalias y medidas jacobinas por la exclusiva razón de que con las elecciones quizás el poder gubernamental quede resentido, deshilachado, impotente. Ahora quedó fracturado, y por la sola presentación de listas disidentes –sobre todo en la provincia de Buenos Aires con la franquicia massista– y opositoras en gran parte del país (Capital, Córdoba, Santa Fe, Mendoza), incluyendo feudos que se suponían impenetrables, del tipo de Santa Cruz, Tucumán o La Pampa.
Al revés de Daniel Scioli, De Vido confesó, temeroso: “No es una elección más”, como si al oficialismo le fuera la vida. Atendible preocupación: si Massa aglutina un paquete de diputados propio o aliado luego de los comicios, entra en riesgo la mayoría automática que hasta ahora presume el cristinismo (ya complicada en las últimas sesiones). Y, para desgracia de la omnipotencia, ese nuevo capítulo obligará a un arte en la Cámara no demasiado ejercitado: la negociación, palabra inexistente en el diccionario K.
Con los anuncios de las candidaturas, curiosamente, es como si ya se hubiera votado, se conocieran los porcentajes a repartir en las cámaras y las figuras a considerar para 2015. Un fenómeno inaudito de anticipación provocado por las encuestas que deprime y exaspera al Gobierno mientras sus adversarios ni saben de dónde les llueve el dinero. Como si el comicio futuro se convirtiera en un mero termómetro que consagra la temperatura exacta, aunque ya se percibe la tendencia de la fiebre alta. Una profecía autocumplida, para ser obvios.
Ni siquiera cuentan las primarias de agosto, ese fatuo ejercicio de democracia en la mayor parte del territorio (donde no compiten el cristinismo, el macrismo ni el massismo, ni siquiera los radicales porteños que fingen una disputa), uno de los mas inútiles gastos, invento parlamentario de los dos grandes partidos para eliminar minorías, y que ya no sirve ni para ese objetivo. La farsa. Al igual que la instalación forzada del cupo femenino, que en este capítulo de las listas mostró a las mujeres como objeto (de conveniencia y obediencia), figurando muchas por ser “la señora de...”, la prima, la novia, la tía, la amante de cierto jefe, o por disponer de un apellido reconocido o magra fama en los medios. Es la instalación de una casta política cuando el propósito inicial eran la apertura y la participación del género.
Parecen la Corte, por la administración de fondos, y su titular, Ricardo Lorenzetti, los primeros blancos de la contraofensiva. Aunque no sorprende la pesquisa de la AFIP, presunta o negada, sobre su persona y adláteres (en la Argentina, una investigación de ese organismo no se le niega a nadie). Pero, en verdad, sobre Lorenzetti ya aterrizaron otras incursiones en su vida privada –le costará negarlo– vía interferencias o fotos, intimidades que no deberían preocupar a un señor divorciado. No ocurrió lo mismo con Carlos Fayt, más transparente que el vidrio transparente, al que imputan ser “centenario” como delito. Igual acusación se le podría imponer a Shimon Peres, el lúcido presidente de Israel.
Material anecdótico, intimidatorio en general, que vendrá a extenderse sobre otros sectores y personajes, ¿o acaso sólo Cristina y su corte aparecen tocados por venalidades? Sin embargo, el fundamento de la contraofensiva cristinista se apoyará en un terreno con menos cotilleo: fortalecer la recuperación económica, la misma que dejó perder el Gobierno por falta de destreza profesional. La quimera: más consumo, más crecimiento (ya hay signos al respecto), captura de dólares desterrados, una primavera soñada para impedir que la odiosa irrupción massista y cierta consistencia opositora se vuelvan gravitantes a partir de octubre. Según las encuestas, parece demasiado para una sola mujer.