Hace algunos años que a los argentinos esta época nos encuentra en un lugar parecido. En las últimas semanas de febrero y las primeras de marzo nos hacemos una pregunta a diario: cuándo empiezan las clases. El calendario escolar parece estar decidido, pero los sueldos de los docentes no. Entonces, año tras año esperamos que los gobiernos y los sindicatos lleguen a un acuerdo. En esta espera, hay noticias y conversaciones que apuntan básicamente a dos grandes temas. Por un lado, a la cantidad de días de clases: ¿cuántos días se van a perder?, ¿qué pasa con los chicos que tienen menos días de clases?, ¿cuántos días deberían asistir los estudiantes a la escuela para aprender? Por otro lado, al salario docente: ¿es justo?, ¿es poco?, ¿cuánto debería aumentar?, ¿cuánto ganan los docentes en relación con otros países?
Todos los días de clases cuentan. Las horas que estamos en el aula tienen el potencial de ser sumamente significativas. Desde mi experiencia como estudiante y como docente, estoy convencida de que cada momento compartido es una oportunidad de aprendizaje. Es importante que los estudiantes accedan a lo que se les garantiza desde el sistema educativo. Al mismo tiempo, el rol del docente es fundamental y es necesario reconocerlo. De hecho, es el factor que más influye en el aprendizaje, y reconocerlo implica hacerlo tanto económica como socialmente. Argentina tiene sueldos docentes bajos en relación con otros países, y también en comparación con otras profesiones dentro de nuestro país.
Los miopes vemos muy bien de cerca, casi como si usáramos una lupa, somos expertos en sacar astillas y leer la letra chica de los envases. La desventaja es que de lejos no vemos bien. La discusión que gira en torno a los días de clases y al sueldo docente es una conversación entre miopes. En el instante en el que asumimos que esa es la conversación que tenemos que tener, entramos en una espiral. Pero no deberíamos tener que elegir entre una cosa o la otra, deberíamos poder elegir las dos.
Por supuesto, el desafío del sistema educativo en Argentina es enorme y un solo factor no va a resolverlo. De todas maneras, seguramente podamos acercarnos a dar una respuesta más holística si rompemos la falsa dicotomía entre derecho a huelga y derecho a la educación para generar consensos colectivos, contextualizados y de largo plazo. Necesitamos involucrar a todas las voces, construir desde la diversidad y la pluralidad que nos caracterizan, partiendo de la idea de que en educación no hay recetas y que cada lugar tiene su propia realidad y especificidades. Necesitamos, sobre todo, salir de las lógicas electorales y de las soluciones que son parches, los cambios sistémicos solo pueden suceder en el tiempo.
Cuando la discusión sea otra, también van a ser otros los resultados. Animémosnos a romper con la dicotomía y a soñar la mejor educación para nuestro país. Una vez que tengamos los acuerdos básicos, hablemos de cómo lograr que todos los estudiantes completen su trayecto escolar y tengan aprendizajes significativos que los habiliten a construir sus proyectos de vida. Generemos las condiciones para hablar de lo que puede transformarnos: cuál queremos que sea el rol de la escuela, cómo involucrar a las familias en la educación formal, qué deberíamos estar enseñando y aprendiendo en las aulas, cómo formar y acompañar a los docentes y a los directivos. Dejemos las conversaciones con miopía y tengámoslas con anteojos.
*Directora del programa Enseñá por Argentina.