“La ironía se aproxima mucho al chiste y se incluye entre las subvariedades de la comicidad. Su esencia consiste en enunciar lo contrario de lo que uno se propone comunicar, pero dando a entender, por el tono de voz o con gestos, que en realidad uno piensa lo contrario de lo que dijo”
Sigmund Freud (1856-1939); de ‘El chiste y su relación con lo inconsciente’ (1905).
La entrevista había tenido un tono amable, reflexivo, hasta melancólico, con esa dulce cadencia que tiene el idioma alemán hablado sin estridencias. El tema, claro, era el affaire FIFA. Durante media, hora Roger Schawinski, prestigioso conductor suizo, 70 años muy bien llevados, PhD en Economía y con programa propio en la cadena SRF, había bombardeado con oficio y sonrisa profesional a Walter de Gregorio, director de Comunicación y Relaciones Públicas de la entidad desde 2011; 49 años, periodista, licenciado en Historia y en Filosofía Política.
El mismo hombre que, a horas de la redada policial en el Hotel Baur al Lac, afrontó la dura misión de poner la cara –dicho esto sin asociaciones irónicas, o casi– frente a la prensa mundial para sugerir que la FIFA era “víctima” de un escándalo que ya había comenzado de manera surrealista; con dirigentes que desfilaban esposados y con las huellas de las almohadas marcadas en sus rostros rumbo a los carros de asalto del FBI mientras el madrugador Alejandro Burzaco, camuflado detrás de una colina de medialunas, huía hacia zonas más seguras como un hábil partisano de la causa All for business.
“Esto es muy bueno para la FIFA, para su reputación y para su limpieza. No es un día agradable, pero es un buen día”, afirmó lleno de tensión, y le salió algo parecido a una humorada. Quizá por eso a Schawinski se le ocurrió cerrar su nota con esa extraña pregunta.
–Por último Walter, ¿cuál es tu chiste preferido sobre el caso FIFA?
Pasaron 32 minutos y 18 segundos hasta que el programa por fin alcanzó su clímax. Di Gregorio disimuló la sorpresa y, sin perder su tono circunspecto, como un Buster Keaton siglo XXI, lo contó.
–Bueno…. Vamos en un automóvil el presidente Blatter, el secretario Jerome Valcke y yo. ¿Quién conduce?
Schawinski, divertido, le dio el pie. La respuesta llegó, tímida pero rotunda:
–¡Polizei!
¡Ja…! Risas cómplices, paneo aéreo de la cámara, música, títulos. Gran cierre para el show… y para la carrera de Walter en la FIFA. Porque su misma oficina, por orden de Blatter –que, se ve, no está para chistes en estos días–, rápidamente publicaba en la web oficial: “El señor Di Gregorio ha decidido renunciar a su cargo de director de Comunicaciones, aunque seguirá colaborando como consultor hasta fin de año”.
En términos futboleros, lo colgaron. Podría haber sido peor, Walter. Yo te banco. Y te sugiero nuevos gags, por si hay más reportajes. ¿Qué tal éste?
–Señor, mi jefe necesita hablar
con usted.
–¿Sobre?
–Sí, claro, con lo usual.
(…)
Ok, ya lo sé. Debería hablar de la Copa América. Del estado de Messi; de la batalla entre Agüero, Higuain y Tevez por ser el más 9 entre los 9; de lo bueno y lo malo de la táctica del Martino y del inevitable dilema: Copa o fracaso total, con tsunami de lloriqueos y furiosos reproches.
Debería, además, destacar la amplia mayoría de entrenadores argentinos. Y analizar la actualidad de los rivales. El extraño Chile de Sampaoli, la levedad ontológica de Brasil, el fundamentalismo estético colombiano, siempre entre lo efectivo o lo efectista, la solidez de Uruguay. Afirmar, por ejemplo, que el fútbol está muy parejo y que los superstars europeos se las verán, otra vez, con marcadores en serio; no esos grandotes ingenuos que los dejan hacer cualquier cosa. Mitos clásicos y otros más curiosos, como los abdominales sexys del inexplicable Lavezzi. Lo de siempre.
Pero no hay caso. La Copa América, ésta copa quiero decir, no me copa. Me distrae del juego, al menos en esta fase inicial tan amable que sirve para hacer dedos, diría un pianista. Facturar mientras llegan los partidos en serio, a todo o nada. Me hace pensar en otras cosas.
Por ejemplo, en el Vaticano; otro que se bajó, como ex aliado de Massa. Espantado por la trama de coimas y corrupción puesta al descubierto, instruyó al arzobispo Sánchez Sorondo, de la Pontificia Accademia delle Scienze, para que rompiera unilateralmente el contrato que la Santa Sede había firmado con la Conmebol –junto a la AFA, Futbolistas Argentinos Agremiados y la empresa TRISA– por el cual el programa Scholas Ocurrentes, una red mundial de escuelas creada por el Papa, recibiera 10 mil dólares por cada gol convertido o cada penal atajado en el torneo. Ay, esa foto de Segura, Marchi y los hombres de la tele, sonrientes todos junto a Francisco… Qué papelón, muchachos.
También pienso en los Jinkins, otros dueños del circo. Que hoy deben espiar el show de sus mejores trapecistas levantando la lona con disimulo, entre bambalinas, refugiados en algún discreto rincón de la patria –no tan pintoresco como Klobenstein-Collalbo, el pueblito alpino de Italia donde Burzaco cumple su detención a la espera de una extradición a Estados Unidos muy negociada y que le quita el sueño a muchos–, a salvo de topos y policías. ¡Ver la Copa, “su” Copa, por televisión! No hay derecho, viejo. O sí los hay. Mmm… no quisiera confundirme.
Para desasnarme, Francisco Castex, uno de sus abogados, que lo explica sin anestesia: “Acá hubo gente que se juntó para negociar derechos y ése es un tema entre privados. No son funcionarios, no hay delito contra el Estado. Y no están prófugos. Se presentaron a la Justicia argentina antes del pedido de detención y tienen derecho de afrontar el proceso de extradición en libertad. Aquí nadie va preso por una supuesta estafa. Los hechos que se investigan en Estados Unidos acá, en Argentina, no serían delitos”.
¿Ah, no? Mirá vos.
¿Ves? Eso ya no me parece tan gracioso.