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Corea del Norte: el golpeador vitalicio

Vientos de guerra soplaron en la península coreana. Un arsenal nuclear que amenaza desatar un conflicto impredecible. El rol de Estados Unidos y de China.

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Panmunjom es el nombre de una aldea –hoy desaparecida– donde en 1953 se firmó el acuerdo de cese del fuego que puso fin a la guerra desatada en 1950. Estaba situada sobre la frontera de facto que media entre Corea del Norte y Corea del Sur, países que desde entonces no firmaron la paz, por lo que técnicamente continúan en guerra. En las inmediaciones está enclavada el Area de Seguridad Conjunta (JSA, Joint Security Area en inglés), en la que se sitúan los edificios pintados de azul que albergan discusiones entre representantes de los gobiernos de Corea del Norte y del Sur: una de las últimas reliquias de la Guerra Fría. La inexistencia de un tratado de paz y la existencia de un resabio del mundo bipolar no son una buena combinación para la armónica coexistencia. La psicología define al golpeador del modo siguiente: “Lo que el hombre desea es tener a una mujer como se tiene a una serpiente: en el extremo de un palo, con un lazo corredizo alrededor del cuello, para poder alejarla o acercarla a voluntad”. A veces, la psicología puede prestarle un valioso auxilio a la política internacional.

En noviembre de 1984, una patrulla norcoreana cruzó la línea de demarcación intercoreana tras las huellas de un fugitivo que intentaba huir de Corea del Norte: se produjo una balacera en Panmunjom con un saldo luctuoso. Cinco soldados surcoreanos murieron en junio de 2002, como resultado de un intercambio de disparos en alta mar. En julio de 2008 fue asesinada una turista surcoreana luego de haber ingresado dentro de una zona militar de acceso restringido. Aunque Corea del Norte niega su responsabilidad, en marzo de este año la corbeta ROKS Cheonan (PCC-772) –con 104 hombres a bordo– se hundió tras una explosión en el mar Amarillo; murieron 46 marinos.

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El martes 23 de noviembre, Corea del Norte disparó decenas de proyectiles de artillería sobre Yeonpyeongdo, agresión que incendió decenas de viviendas, mató a varios soldados e hirió a militares y civiles. La isla surcoreana, que está ubicada 120 kilómetros al oeste de Seúl en aguas del mar Amarillo, es reclamada por Corea del Norte desde el fin de la guerra. Allí residen unos 1.600 civiles y mil soldados. Según la agencia Reuters, desde Corea del Sur y con binoculares pueden verse los refugios en la roca erigidos por Corea del Norte para montar su artillería. Un gran cartel apuntando hacia el mar reza: “¡Rueguen por las Ideas Revolucionarias del Gran Líder Kim Il-sung!”, en referencia al fundador del Estado, cuyo régimen ha sido continuado por su hijo de 68 años, Kim Jong-Il. Reliquia del republicanismo socialista autodependiente. Por añadidura, el ataque sobre Yeonpyeongdo tuvo lugar en una atmósfera sofocante vinculada con la revelación de que la República Popular Democrática de Corea está enriqueciendo uranio con dedicación asiático-oriental.

Inmediatamente, Estados Unidos despachó el portaaviones George Washington –una nave de propulsión nuclear de la clase Nimitz, con 75 aviones de combate a bordo y 6 mil tripulantes– desde su base en el Pacífico hacia la península coreana, con el alegado fin de desarrollar una serie de maniobras y de “ejercicios” de entrenamiento en conjunto con la armada de Corea del Sur, que según el Pentágono “fueron planeados varios meses antes”. Sin embargo, al tiempo que “condenaba firmemente” el ataque a la isla fronteriza, el gobierno norteamericano dijo que era demasiado pronto como para considerar una respuesta militar. El vocero del Pentágono, coronel Dave Lapan, indicó que se “monitorea la situación con los aliados”. El portavoz del Departamento de Estado Mark Toner, sostuvo que su país quiere una respuesta “mesurada y unificada” de la comunidad internacional. El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, solicitó compostura, que es lo que hace un conserje con dos huéspedes achispados.
El presidente surcoreano Lee Myung-Bak advirtió que contraatacaría duramente si hubiera nuevas provocaciones de los norcoreanos. A su tiempo, el comando supremo de Corea del Norte acusó a Seúl de haber disparado primero y amenazó con “seguir sin vacilar sus ataques militares si el enemigo surcoreano se atreve a invadir nuestro territorio, aunque sea en 0,001 milímetros”. Delicias de la retórica métrico decimal. El jueves 25 de noviembre, Lee Myung-Bak removió a su ministro de Defensa, Kim Tae Young, que se había salvado por un pelo en mayo –cuando se fue a pique la corbeta Cheonan–. El panorama se completa recordando que Pyongyang testeó armas nucleares en octubre de 2006 y en mayo de 2009, sin mayores sinsabores.

Así las cosas, aparecen dos interrogantes: ¿qué busca Corea del Norte? ¿A qué se debe la permisividad frente a sus malos tratos? Algunos analistas concuerdan en que la conducta norcoreana consiste en articular varios objetivos estratégicos con una multiplicidad de tácticas. Objetivos estratégicos son volcar en su favor el escenario para la definición de los problemas fronterizos pendientes, continuar con el desarrollo de su programa de armamento convencional y acelerar su desarrollo de artefactos nucleares. Algunas de las tácticas fueron mencionadas en las líneas precedentes.

La permisividad tiene muchos padres: “Norcorea carece de petróleo” es una de las justificaciones para explicar el palabrerío sin actos de Occidente. “Está protegida por China”, es otra. Pero ninguna de las dos explica la tolerancia de Corea del Sur, cuya existencia misma pareciera estar amenazada. La agencia Stratfor ensaya una artificio retórico: pareciera ser que Corea del Sur teme el poderío del Norte, o bien es consciente de la debilidad del Norte, pero Occidente no sabe cuál de las dos opciones es la correcta. Como fuere o termine siendo, el maltratador –según algunas escuelas psicoanalíticas– es alguien que proviene de ámbitos donde la violencia interna es habitual, y que ha sido maltratado gravemente por sus figuras significativas. Un repaso por los hábitos gubernamentales de la dinastía Kim Il Sung –Kim Jong Il (hijo), Kim Jong Un (nieto y próximo sucesor)– arroja abundante material para explorar en esa dirección. En lo que todas las escuelas psicoanalíticas coinciden es en que no hay golpeadores vitalicios sin maltratados resignados.