Sin querer avalar el abuso de las metáforas bélicas que se usan hoy en día en referencia a la lucha contra el Covid-19, es importante reconocer que está pandemia es lo más cercano a la guerra que varias generaciones de argentinos van a conocer. Y en cuanto a la respuesta del Estado, los instrumentos que deben ser empleados no son muy diferentes a los que usaríamos frente a un enemigo externo convencional. Las Fuerzas Armadas son mucho más que “hombres y fierros”, son estructuras diseñadas para lidiar con la incertidumbre, el caos, y lo imprevisto.
Basta ver como Alemania desplegó sus A310 MedeVac (44 camas, 16 de ellas de terapia intensiva) para evacuar pacientes contagiados. Más al norte, Finlandia recurrió a sus amplios stocks de la Guerra Fría para proveerse de muy necesarios insumos sanitarios, desde guantes y mascarillas hasta respiradores mecánicos. En Israel el gobierno concentró operaciones para lidiar con el coronavirus en el Centro de Gestión Nacional, un bunker diseñado ante posibles ataques convencionales y/o nucleares externos. En nuestro continente, Colombia desplegó su avión estratégico para repatriar a ciudadanos y ha convertido transportes militares en aeronaves de evacuación médica.
En los cuatro casos mencionados, esos medios militares fueron incorporados para enfrentar amenazas armadas estatales o no estatales, pero también son parte estrategias integrales diseñadas para contribuir a la resiliencia de esos países ante situaciones inesperadas. En Argentina, décadas de desinversión y desinterés han corroído nuestra capacidad de respuesta. Los medios disponibles son limitados, y por ende nuestra capacidad de respuesta es limitada. Es una falencia que hoy parece coyuntural, pero que en la práctica es estratégica.
"Cuando llegan los militares los reciben con aplausos"
Como país en vías de desarrollo, nos debe quedar claro que nuestro potencial en la esfera internacional no yace en la capacidad de ejercer el poder en términos tradicionales como la proyección militar o el tamaño de nuestra economía, sino en la capacidad de adaptarnos ante los desafíos menos esperados de un mundo cambiante. Es decir, el poder proteano, en el cual nuestra orientación estratégica no se basa en pronósticos deterministas del futuro de las dinámicas globales, ni estrategias rígidas para las mismas, sino en la habilidad de ser flexibles para explotar las oportunidades que nos trae un mundo incierto e impredecible.
Con los tiempos que corren, debería quedarnos en claro que no podemos darnos el lujo de seguir desestimando a las Fuerzas Armadas, y que estas deben ser un elemento clave en el marco de una estrategia que adapte el sistema de defensa nacional a la realidad del siglo XXI, siguiendo los lineamientos de una estrategia de política exterior y entendiendo al instrumento militar como un elemento dentro de la panoplia de herramientas de las que dispone el Estado para cumplir su responsabilidad de garantizar que los argentinos puedan desarrollar su vida en condiciones de bienestar, prosperidad y libertad.