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ECONOMIA

Corrida y tropiezos

Las tarifas y la suba del dólar dejaron al desnudo errores reiterados del Gobierno.

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TERMINEGGER FEDERICO STURZENEGGER | DIBUJO: PABLO TEMES

No hay dudas: fue una de las semanas más difíciles que debió enfrentar Mauricio Macri en los casi dos años y medio que lleva de gestión. Si se analizan las causas, nadie debería sorprenderse: el Gobierno está pagando el costo de una inadecuada lectura de la dinámica de la realidad. Lo que no deja de sorprender es que esa lectura errónea se haga sobre inflación y tarifas, dos ítems sobre los cuales se supone este gobierno tiene abundancia de especialistas. En el centro del poder se pensó que el aumento de las tarifas no generaría tanta resistencia como la que se está viendo en distintos sectores de la población. Los muestreos de opinión pública revelan que la gente es consciente de que los valores que se pagaban durante el kirchnerato eran irreales. Lo único que pide es poder pagarlos.

Efectos. El malestar social trajo aparejada no solo una caída de la imagen del Presidente y de su gobierno al nivel más bajo en lo que va de su gestión, sino también cortocircuitos políticos dentro de Cambiemos. El descontento inicial lo manifestó Elisa Carrió, y al de ella le siguió el del radicalismo. Cuando en el peronismo observaron ese cuadro de situación comprendieron que debían pasar a la acción.

Eso fue lo que se vio en el Congreso en estas dos semanas. La sesión de la Cámara de Diputados del miércoles pasado puso al Gobierno en alerta. Desde el punto de vista reglamentario, en dos semanas la oposición estará en condiciones de aprobar alguno de los proyectos que buscan modificar el cuadro tarifario que motiva este complicado presente político. Esto ha alertado al Gobierno sobre la necesidad de recurrir a un eventual veto presidencial para frenar la promulgación de una ley que alteraría seriamente los planes presupuestarios del oficialismo. Por eso se ha puesto en marcha una serie de conversaciones con los gobernadores afines a la Casa Rosada para ver cómo, desde ahí, se frena a una veintena de diputados a fin de tornar inviable la aprobación de los proyectos opositores. ¿Le será posible al oficialismo lograrlo?

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En la Argentina pendular hemos pasado de un gobierno que creía que la gobernabilidad pasaba por la comunicación –de ahí los insufribles Aló Presidenta por la cadena nacional de radio y televisión con los que agobió Cristina Fernández Kirchner– a este otro que, hasta aquí, ha mostrado desprecio por esta tarea. Las conferencias de prensa se han espaciado y los funcionarios hablan, en general, en ámbitos de confort. Esto puede estar en revisión en estas horas. En la reunión que hubo el viernes en la Casa Rosada encabezada por el Presidente, de la que participaron –entre otros– Jaime Duran Barba, su socio Santiago Nieto, el publicitario Joaquín Molla y el sociólogo español Roberto Zapata, se habló de esto. Zapata trajo información desde las provincias referidas a la imagen de Macri. Nadie adelantó ninguna cifra aun cuando algunos de los asistentes confirmó una caída de ese guarismo. Es lo que la totalidad de las encuestas corroboran.

Sobrevolaron en esa reunión las duras críticas que recibió desde distintos ámbitos del macrismo el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, quien muy suelto de cuerpo dijo en el reportaje que concedió en la mañana del viernes a Radio Mitre que no había que ponerse nerviosos por la suba del dólar. Hizo acordar a la tristemente célebre frase de Lorenzo Sigaut –“el que apuesta al dólar pierde”–. Con esa declaración, el ministro demostró tener un desconocimiento sorprendente de lo que significa el dólar en la cultura económica de los argentinos. Pero no solo eso, porque además de los muchos que temen que el aumento de la divisa estadounidense se traslade a precios y/o a cuotas de créditos hipotecarios, también hay nerviosismo dentro del Gobierno por el impacto político que produce una corrida cambiaria como la que se vivió en estos días.
 

Alguna vez Macri explicará qué lo llevó a la designación en un cargo de tamaña relevancia a un funcionario de tan poca entidad política que, al final del día, le trae más problemas que soluciones. Tanta es la preocupación del jefe de Estado por la volatilidad del precio del dólar que el viernes ocurrió un hecho que tuvo consecuencias importantes: la conversación que tuvo con el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger. Durante esa comunicación, se bajó una orden taxativa: poner freno a la corrida cambiaria que vino ocurriendo desde el comienzo de la semana. En términos concretos, se tradujo en dos medidas: se vendieron en el día US$ 1.382,1 millones y se aumentó la tasa de interés al 30,25%. anual. Pero además, el hecho representó una reivindicación para Sturzenegger, cuya autoridad había quedado esmerilada luego de aquella conferencia de prensa del 28 de diciembre pasado en la que el jefe de Gabinete, Marcos Peña, junto al ministro de Finanzas, Luis Caputo, y a Dujovne, hizo añicos la tan mentada independencia del Banco Central que meneaba el Gobierno. Macri reconoció que ese fue un error.

Endógenos. La corrida cambiaria es además una enseñanza para el Gobierno. Hubo sorpresas en la Casa Rosada por este hecho inesperado para muchos. “Dónde quedó la confianza de los mercados”, se preguntaba una voz que suele hablar con el Presidente. Hay una respuesta técnica para la corrida de estos días: el alza de la tasa de interés en Estados Unidos y la aplicación del impuesto a la renta financiera a partir del 1º de mayo. Pero, más allá de esto, aparecen en el Gobierno las conductas propias de la enfermedad de poder. En el reportaje que les concedió a Eduardo van der Kooy y a Julio Blanck, Macri dijo “escuchamos mucho pero tampoco podemos escuchar todo”. La pregunta que surge a continuación es: ¿con quiénes lo analizaron? ¿Lo hicieron con especialistas de otros partidos? ¿Evaluaron algunos de los proyectos que están analizándose en el Congreso? No hay constancia de que así haya sido. Desde el radicalismo, por ejemplo, hubo quejas por no habérselos consultado. Sobrevuela en algunos funcionarios del Gobierno un cierto aire de infalibilidad. La infalibilidad y la soberbia van de la mano. Y la soberbia, ya se sabe, es uno de los siete pecados capitales.