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Cosas que danzan

La supuesta realidad es un trampantojo.

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La supuesta realidad es un trampantojo. En sociedades infectadas por el cáncer mediático, es tarea de los artistas mostrar los posibles escapes. Porque los colectores de la realidad lo han tomado casi todo. No hay mejor denuncia que la imaginación.

De todas las formas de virtualidad yo tengo especial debilidad por la danza, esa hermana loca, relegada, que carece de sindicatos y se lleva demasiado mal con las palabras como para enfatizar sus enunciados en productos. Luis Biasotto no deja de sorprender. En Cosas que pasan logra un grado de abstracción preocupante. El espectáculo no hace lo que se espera. No baila cuando podría. No teoriza ya sobre la danza. Pero tampoco hace lo contrario.

Supongo que el asunto de esta familia disfuncional que es su elenco es la catástrofe, la falta de relación entre un acontecimiento y su siguiente. Allí donde se hunde el procedimiento causal, el mero devenir del movimiento podría convertirse en cómodo leitmotiv, en retrógrada danza moderna. Pero ante cada posible estabilización de lo que pasa, el elenco se retira, discreto y ya sin bromas, hacia el desconcierto. Se me ocurre que la eficacia de tal estupor radica en que nuestra cultura está saturada de enfrentamiento político tan básico y tan escandaloso que ha vulgarizado todo discurso, toda poesía, en la urgencia de las cosas que pasan día a día. Urge perderse en el escenario de efectos suspendidos y de abismos. Porque, disminuidas y reiteradas las palabras, ¿qué mejor terreno queda para la danza si no la pura audacia, el sinsabor de la duda puesta definitivamente en cuerpo?