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Cosas que le pasan a la gente

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Todo hay que decirlo: me jubilé. Tras 60 años de imitar a Sísifo, me desprendí de la piedra y fuí al Ansés a recibir la herencia de mi sudor. Y como no soy alemán ni sueco me dieron lo que ya se sabe. Abundante cordialidad. Menguante mensualidad. En el Ansés nada suma. Todo resta. Una birria. Ya lo advertía un tango: "nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte". Así que, a callar, y a seguir trabajando. Para colmo, en día de tan triste jubileo recibí otro cachetazo. El doctor Enrique Malbrán ahondó en mi pupila y avistó e identificó mácula que clausura mi ojo izquierdo. No es justo, pensé. Pero así son las cosas. Con los altos años se disuelve la persona, se apresura la descomposición de células y una noche, arrivederci.

Dado el cuadro, y ya flamante tuerto invisible (o cojo de un ojo, si queréis), pedí a dioses griegos preservaran mi visor derecho al menos hasta concluir algunos libros ya en camino.  Aunque pretender sobornar al destino es inútil, al intento lo salva su inocencia. Así que aún adulto veterano fuí y solicité la tregua de un"pido". Es que ¿qué sería la vida sin ver lo que escribo? ¿Y, más grave todavía, sin poder corregirlo? Por lo demás, nunca convertiría en lazarillo ni a mi mujer ni a un amigo ni al perro que no tengo. Son motivos ignotos los que llevan a reaccionar así. A los 80 años uno recupera el formato interior de sus primeros 8. Igual invalidez. Cualquier transeunte es más contenedor que el Pami, el Ansés o la sala de espera de un hospital público. Ante la proximidad de anciano/anciana, siempre habrá alguien tratando de humanizar a sus hijos con un: "Chicos, dejen pasar primero al señor...(o a la señora)" o, de ofrecerse en directo con un "¿Quiere que lo ayude a cruzar?" También es visible el buen trato de los ancianos entre sí. Ni riñen como los niños. Ni disputan como los jovenes. Doy fe. En la piscina armenia donde desgravito mi osamenta un grupo de sexa y septa (genarias) me asiste por octa (genario) con el cuidado que se le presta a un bebé. Los varones somos menos y de igual modo nos comportamos con esas grandes damas. Creo que esto es así porque la supervisora acuática de gerontes se esmera en  mantenernos en un clima de parvulario. "Tómense de las manitos (sic), empecemos con la ronda de izquierda a derecha (sic), elijan su "flotaflota" (sic), hagan primero el caballito (sic),  sigamos con el bichito bolita (sic)". Tal lluvia de ternura verbal termina por dejarnos en las puertas del Paraíso. Nos relaja y nos ausenta de la edad real. Es una fiesta.

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Sucede como lo cuento. Lástima que a muy pocos de los 2 milllones de ancianos argentinos (entre ellos 360.000 porteños) les llegan atenciones semejantes. Y lástima bis, que el muy legal y escamoteado 82 por ciento jubilatorio siga siendo un beneficio utópico. ¿Hasta cuándo? Veamos. Hoy mismo perdió su efecto anestésico el Coliseo futbolístico y hay indicios serios de que este mismo lunes la Realidad arribará al país por Ezeiza o por donde sea. Al escribir esta Semana dudé si dedicarla a nuestro repetido presente, al empalagoso Mundial, a la carnicerías de los Sicarios, a las matanzas de Talibanres y a tantas mentiras como altos funcionarios hay. Fue entonces que recordé que lectores como Andrea Testa y Rubén Arderius me dicen estar hartos de artículos sobre política y economía y, sobre todo, de las discusiones con navaja de ciertos comentaristas. Sugieren que mejor haría en contar "cosas que le pasan a la gente". Eso hice hoy. Y por aquello de que "uno es el prójimo más próximo" solo encaré asuntos de mi más personal actualidad. Pirueta del oficio. Poner el yo privado en la "bandeja" de la columna.  Y servirlo.