¿Algún analista de la política argentina se ha detenido en la consideración de que antes de encajar el ya célebre bollo en la boca de Carlos Kunkel, Graciela Camaño atinó a bajarle el brazo derecho con su brazo izquierdo, para dejar así libre el camino al mamporro? Por supuesto que es un detalle menor, ¿pero dónde, sino en el detalle menor, va a rastrearse el sentido de un proceder tan grueso? Sin dejar de ser un exabrupto, la agresión se articuló en dos tiempos, siguió dos pasos, contuvo un cálculo, supuso preparación. Tal vez por eso, porque midió y apuntó, Camaño le acertó a Kunkel justo en la boca con eso que hace años Martín Karadagian consagró como “el cortito”. Le dio ni más ni menos que en la boca, porque lo que quería no era otra cosa que callarlo. En fin: para una mujer que está dispuesta a hacerse cargo de las cosas que su marido dice o dijo, y Camaño a todas luces lo está, no debe resultar nada fácil estar casada con el hombre que se largó a declarar que en la Argentina había que dejar de robar “por lo menos por dos años”. Corrían por entonces tiempos de impunidad en el país. Y la impunidad no solamente implica que se promulguen leyes de olvido indecente y perdones oprobiosos. También implica que se instale socialmente la sensación de que cualquiera puede decir cualquier cosa, y no va a pasar nada.
Pero los tiempos han cambiado y esas mismas palabras, cuando retornan, suscitan por lo que se vio la imperiosa necesidad de tapar la boca que las trae a colación. Yo no sé qué ha opinado Osvaldo Príncipi de todo esto, pero la fortaleza evidenciada por Graciela Camaño no ha hecho más que subrayar la notoria debilidad, la tremenda debilidad, de sus colegas Cynthia Hotton y Elsa Alvarez, que se sintieron respectivamente presionadas por la frase “y mucho más”, sin saber lo que quería decir, o por un llamado de parte de De Vido, sin siquiera haberlo atendido. La apabullada Alvarez cortó el teléfono de repente, sin disculparse ni despedirse, no porque la presionaran, sino porque pensó que la iban a presionar. Y la temblorosa Hotton decidió que recibir un llamado de Patricia Fadel no le traería sino amedrentamiento, hasta que recordó que era ella la que en verdad la había llamado (¿para amedrentarla? ¿Para presionarla? En todo caso para pedirle que apoyara su proyecto “a favor de la vida”; lo que, tratándose del aborto, según se dijo, habrá de ser un proyecto sobre su legalización, a favor de la vida de tantas y tantas mujeres que mueren en abortos improvisados).
Por detrás, o por debajo, o en medio de todo esto, Elisa Carrió se ponía anaranjada de furia para lanzar las denuncias que por lo visto más le gustan, que son las que no se pueden probar. Tantas veces ya la vimos enarbolar escapularios entibiecidos para advertirnos sobre verdades terribles. Tantas veces ya la vimos ir y venir de sus enigmáticos respiros espirituales: hacerse espíritu y rehacerse cuerpo, para alcanzar primero y para traernos después las revelaciones más trascendentes. La hemos visto sufrir por nosotros; darse entera al sacrificio redentor, como sólo un mesías estaría dispuesto a hacer, para salvarnos de nuestros pecados cívicos (o del pecado cívico original, que sería no votarla a ella). La vimos aparecer en no pocas ocasiones para anunciar entre trompetazos un surtido de Apocalipsis nacionales: golpes de Estado, inflaciones repentinas, complots siniestros, desintegración.
El diputado Agustín Rossi nos ha sorprendido en cambio con una imagen bien distinta de Lilita Carrió: la de madama de cabaret. Yo creo que lo que ha detectado, y no diría que por error, es la potencia de ese cuerpo quieto y retirado, que no obstante consigue poner en movimiento y en acción a otros cuerpos, cuerpos dóciles, intimidados, discipulares. No nos hace pensar en Liza Minelli, tampoco en la dupla de Bertolt Brecht y Kurt Weil, mucho menos en la gloriosa semblanza de Pappo (“Mis amigos me dicen/ que lleve una vida normal/ no obstante lo cual/ me sigue gustando el cabaret”); pero sí, tal vez, en la célebre definición “Boca es un cabaret” que brindara Diego Latorre, en la época del Bambino Veira con Caniggia y Maradona en el elenco.
La presidenta Cristina Fernández ha dicho mientras tanto que “hay que respetar a todos, aun a los que nos pegan”. Habrá tal vez alguna maestra de grado, en alguna de las escuelas de la Patria, que quiera enseñar a sus alumnos la diferencia entre la “s” y la “c”, mostrando la diferencia entre la crispasión y la crispación.