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Cristina barroca

Elkirchnerismoes una gran empresa degerenciamientode recursos humanos bajo el disfraz de una épica berreta.

Corbacho le respondió a Cristina luego de que lo llamara "burro".
| Cedoc

Hace un par de días, peleándome por mail con una de esas personas que no vacilan en disciplinarse o militarizarse y llaman a Cristina “la jefa” y se refieren a las acciones de gobierno como “el proyecto” sin tomarse particular trabajo en explicitar de qué proyecto se trataría (y sin recordar siquiera que el único plan de acción de gobierno a mediano o largo plazo fue el Quinquenal, de Perón Juan Domingo, a quien las malas lenguas acusan de haberlo copiado íntegro del plan energético de la Alemania nazi), se me ocurrió contestarle así: “El kirchnerismo es una gran empresa de gerenciamiento de recursos humanos bajo el disfraz de una épica berreta”.

Desde luego, mi interlocutor ni se mosqueó frente a mi rabieta. Para él, una persona, Cristina, que en ejercicio de la más alta investidura del país no vacila en acusar de burro a un profesor después de admitir que ignora su nombre, con ese acto no se descalifica a sí misma sino que se ubica en el pedestal de genia. Lo que en el fondo no deja de ser comprensible: pocas cosas más difíciles de cambiar que una convicción ya asumida, sobre todo por lo costoso que es arribar a una cualquiera. De hecho, es más difícil dejar caer aquello que llegamos a creer que cambiar de novia, porque en el abandono o la sustitución sentimental no deja de florecer el sueño de una futura mejoría de estado, ilusión cuya falsedad constatan día a día las víctimas de segundos o terceros matrimonios. Por el contrario, el cambio de opinión nunca es aliviador ni ilusorio, porque pone en juego aquello en lo que imaginamos consiste nuestra identidad. ¿Quién soy yo, quien fui yo que tanto creí en todo lo que hoy se me muestra equivocado y que tal vez mañana, en otro giro de la vida, vuelva a presentárseme como cierto?

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Así, también podría darse en unos meses, cuando se resolviera de una buena vez la pugna electoral entre los tres millonarios criados durante el menemismo, que yo tuviera que tragarme mi afirmación y terminara pensando que a fin de cuentas la berretada de una épica es mejor que lo berreta de una época sin épica alguna, como la que parece venir.

En todo caso, lo interesante es cómo la épica cristi-kirchnerista –el fermento verbal beligerante, la construcción de una causa y de un enemigo– fue un recurso de alineamiento tan eficazmente formulado desde un lugar de enunciación y desde una práctica concreta tan diferente de las imaginables. No hay en estos idealistas de Estado nada de la pasión agónica de quien ofrenda la vida por el otro, ni siquiera la de quienes hacen todo lo que pueden.

Esa asimetría entre la imagen y lo real es el principio barroco que vuelve interesante a este pequeño mundo que habitamos y dentro de él a nuestro país, que desde nuestro lugar se ve como una parcela peronista, un mundo entero.