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Cristina cayó en su propia ley

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La impostergable necesidad de promover la unidad y el diálogo para reconstruir la calidad institucional es el paradójico legado a Mauricio Macri de su  antecesora en el cargo, Cristina Fernández: la estrategia desplegada en las dos últimas semanas de gestión terminó por instalar el tema en lo más alto de la agenda política. El  Presidente  instó ante la Asamblea Legislativa por la recuperación del arte de acordar.  

No es un postulado moderno. Es el mismo al que se abrazó con desesperación el oficialismo saliente ante cada crisis que lo jaqueó desde el 2007, pero que al final siempre desdeñó con algún ardid altisonante y oportunista: su incumplimiento es un déficit inescindible de otros que hereda de la familia Kirchner el nuevo gobierno.

La falta de crecimiento de la economía, la caída en las reservas y la inflación como signo del desfinanciamiento estatal fueron abonadas por medidas como la estatización de Aerolíneas Argentinas e YPF.

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Pero esa contribución fuera de cálculo no sería comprensible sin la más reciente de las derrotas sufridas en los tribunales, a cuya colonización dedicó Cristina los esfuerzos del último mandato. Del reconocimiento de Macri al Poder Judicial por evitar la caída en “un autoritarismo irreversible” podría desprenderse otro particular a María Romilda Servini de Cubría.

Parece poco casual que esa jueza convalidase la medida cautelar presentada por Cambiemos para restringir el mandato de Cristina hasta la hora cero del 9 de diciembre. Es la misma que atiende el expediente iniciado hace más de un año por Eduardo Duhalde para reclamar la reorganización del PJ y que podría derivar en que pierda su personería jurídica si antes del próximo 30 de junio no retoma su por ahora inexistente vida partidaria.

Así se sumaría una dificultad más al camino elegido por la ex presidenta para acaudillar al peronismo sin los instrumentos de poder con los que los obligó a guardar disciplina. La ausencia de José Luis Gioja  y Maurice Closs en la rueda de prensa convocada por los diputados del Frente para la Victoria para argumentar su ausencia de la Asamblea Legislativa es un síntoma.

En combinación con la presencia de los legisladores que responden al gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey y de los santiagueños alineados con el senador nacional Julio Zamora, el faltazo de los ex jefes provinciales adelante otras dificultades en el camino elegido por Cristina para liderar al peronismo: ya no dispondrá de los controles que el poder le proveía para disciplinarlos.

Por eso es improbable que acaten órdenes de Héctor Recalde, Carlos Kunkel o Juan Cabandié a quienes impuso como autoridades de esa bancada. Sencillamente porque carecen del poder territorial –votos propios– del que gozan esos dirigentes. Lo que pone a esa conducción en una encrucijada: cómo sostener la posición sin el consenso de los caudillos y responder a la vez a las órdenes de la ex presidenta.

En su mensaje inaugural Macri anticipó nuevas reglas de juego que exploran en esa contradicción. “Si nos animamos a unirnos seremos imparables” fue la metáfora de convocatoria que eludió citarlos en una caballerosidad que anticipa nuevas reglas para comprender el juego.

La fractura del frente peronista pone en crisis el principal argumento elaborado por el cristinismo los últimos 15 días y coronado en la despedida de su líder frente a una colmada Plaza de Mayo. El supuesto acoso de  una “Patria Judicial” en su contra de acuerdo a cómo evolucionen las causas donde se investiga su crecimiento patrimonial.

De allí habría surgido el “presidente cautelar” que Cristina nunca imaginó. Una confesión terrible para la líder de un espacio que construyó el mito de invencible gracias a la lógica de tramar en secretos iniciativas que tomen por sorpresa a sus oponentes. Por extraño que resulte frente a los acontecimientos recientes, hay que admitir que cayó en su propia ley.

              
(*) Analista político.