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Cristina dixit

En su sobreactuación para demostrar el supuesto apoyo político al peloteado ministro de Economía, Martín Lousteau, la fuerza de los hechos le jugó una mala pasada a la Dra. Cristina Fernández de Kirchner.

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En su sobreactuación para demostrar el supuesto apoyo político al peloteado ministro de Economía, Martín Lousteau, la fuerza de los hechos le jugó una mala pasada a la Dra. Cristina Fernández de Kirchner.
Habían terminado ya las presentaciones con los integrantes de la delegación empresarial vinculada al sector de los útiles escolares, cuando la Presidenta cedió la palabra al licenciado Guillermo Moreno para hacer los anuncios correspondientes a los acuerdos de precios previamente pactados. Fue ahí cuando Cristina Fernández de Kirchner dijo:
“Y ahora, tiene la palabra el señor ministro… perdón, el señor secretario Guillermo Moreno”.

Fue un segundo eterno. La cara del ministro Lousteau quedó congelada en una expresión pétrea. La de la Presidenta fue una mezcla de azoro y consternación. El resto de los presentes, incomodísimos ante tamaña situación, sólo atinaron a sonreír. Toda la puesta en escena para demostrar el apoyo al ministro de Economía había quedado reducida a la realidad de la nada en cuestión de segundos.

Nota del autor:
Primero: el audio, misteriosamente, se borró del video en que se registró ese momento. Segundo: lo que le ocurrió a la Presidenta fue un lapsus linguae.
La palabra “lapsus” es una palabra de origen latino que significa “resbalón”. En su uso actual alude a todo error o equivocación involuntaria de una persona. Se lo llama también “acto fallido”.
“A partir de Sigmund Freud la palabra lapsus o parapraxis es muy usada en psicología y, en especial, en psicoanálisis, para definir a una manifestación del inconsciente en forma de equívoco que aparece en la expresión consciente.”
En su libro llamado Psicopatología de la vida cotidiana, Sigmund Freud da una explicación de los lapsus linguae o actos fallidos de la lengua (es decir los dichos) y de los lapsus calami o equívocos de cálamo o pluma; es decir, los equívocos al escribir.

Para Freud la explicación del lapsus reviste una connotación psicoanalítica muy importante. “Yo creo que es una manifestación no intencional de mi propia actividad mental que demuestra algo oculto, aun cuando ese algo pertenece a mi realidad mental”.
La explicación dada por Freud (y por el psicoanálisis en general) radica en el surgimiento de lo reprimido (generalmente producido en un momento de estrés, ansiedad, angustia, o déficits de atención) cuando se relajan las represiones conscientes.
La represión continuada, si el deseo posee la suficiente intensidad, en algún momento, por fatiga, se relaja y es entonces cuando ocurre el lapsus.
Uno de los famosos lapsus linguae citados por Freud en su libro Psicopatología de la vida cotidiana hace referencia al caso de un profesor que, al asumir una cátedra, quiso decir: “Yo no me reconozco en los méritos de mi predecesor” pero, inconscientemente lo que expresó fue: “Yo no estoy dispuesto a reconocer los méritos de mi eminente predecesor”.

A esta altura hay que insistir, ante la ola de rumores que inundó la semana que pasó, con algo que expresamos en esta columna el domingo último: Martín Lousteau no piensa ni remotamente en renunciar a su cargo de ministro de Economía y la Presidenta está lejos de considerar el pedirle la dimisión. El problema se genera alrededor de los roles que se le asignan, en el universo kirchnerista, al ministro de Economía.
Decididamente, en ese universo, el manejo político de la economía recae en Moreno que es, fundamentalmente, Néstor Kirchner. Al ministro de Economía le está asignado un rol más técnico y, por ende, secundario. Es al revés de lo que habitualmente sucede. O sea, es el ministro el que desempeña el rol político y de mayor peso e importancia y son cada uno de sus secretarios los que se abocan a una labor más técnica y, por ende, secundaria. Fue por no aceptar esta asignación de roles que Miguel Peirano declinó seguir siendo ministro de Economía.
“Hay diferencias de modo” reconocen desde el Ministerio de Economía cuando se los consulta sobre aspectos puntuales que reflejan esta realidad como, por ejemplo, la estrategia de lucha contra la inflación que implementa el Gobierno. Y es claro que las hay. Ese no es el problema. El problema es que el punto de vista que prevalece no es el del ministro sino el de su supuesto subordinado, el secretario Moreno.
En esto, claro está, se juegan también internas dentro del poder. Hay quienes lo quieren poco al ministro y se encargan de reducir su figura a la de un técnico sin peso político.
Veamos el caso de la ley de Incentivo Impositivo que aquí explicamos la semana pasada. Tal como adelantáramos, la Cámara de Diputados modificó la media sanción del Senado en un punto clave, referido a quién iría a supervisar la distribución de los fondos destinados a esos subsidios. No va a ser el Ministerio de Economía sino el Poder Ejecutivo quien diga sobre quién recaerá esa tarea.
“El ministro nunca estuvo interesado en manejar esos fondos”, replican en las cercanías de Martín Lousteau. Lo cierto es que la naturaleza propia de la materia –un tema impositivo– debiera hacer asignar al ministro de Economía el manejo de esos recursos. El no hacerlo es una muestra más de falta de peso político.

A propósito, un dato no menor sobre esta ley que inquieta. Esta ley reedita la ley 25.294 que caducó en octubre pasado y que también se refería a beneficios fiscales a empresas que adquirían bienes de capital para ampliar su producción. Supuestamente, las principales beneficiadas iban a ser las pequeñas y medianas empresas. Pues bien, el repaso de lo sucedido durante los tres años en que la ley estuvo en vigencia muestra qué lejos estuvo de cumplir su cometido de ayuda a las pymes.

Veamos el detalle:
En 2005, el 62% de estos incentivos fue para Aluar.
En 2006, el 90% se repartió entre Siderar, Molinos. YPF, Acindar, Celulosa y Cargill.
En 2007, el mayor porcentaje de estos fondos fue para obras de infraestructura y no para bienes de capital.
Recordar aquí, lector, por favor, que cuando hablamos de infraestructura hay que remitirse al señor De Vido quien, casualmente, es el ministro de Infraestructura y Planificación.
Preguntas: Con la nueva ley, ¿todo seguirá igual? ¿Será, una vez más, el cambio que no cambia?

El discurso ante el Congreso

El dato es indiscutible. La Presidenta impresionó cuando acometió su discurso de apertura de sesiones del Congreso sin leer. Lo hizo con hilación, seguridad y con una impactante y muy buena memorización de las cifras. Eso demuestra una capacidad oratoria que ninguno de sus predecesores tuvo y un minucioso y dedicado proceso de elaboración. Otra cosa es el contenido del discurso. Ahí empiezan los problemas.
Veamos algunos ítems.
El crecimiento económico es algo indiscutible. Este crecimiento tiene sus raíces en la devaluación y en la impresionante bonanza producida por las exportaciones de materias primas (soja, principalmente). Las retenciones a las exportaciones son un ingrediente fundamental del superávit fiscal que los Kirchner cuidan como ningún otro presidente lo ha hecho en el pasado. Ellos saben perfectamente que éste es un factor de gobernabilidad esencial en la Argentina. En este contexto, analicemos cómo encaró la Presidenta los problemas del diario vivir.
Habló de un modelo de “acumulación, de matriz diversificada e integración social, con participación de la industria y el campo, gracias al comportamiento virtuoso del Estado.
Cuando dijo “comportamiento virtuoso del Estado” se estaba refiriendo al superávit fiscal. Ahora, ¿es virtuoso un Estado que no cumple con las resoluciones de la Corte Suprema de Justicia que ordena atender la movilidad de los haberes jubilatorios? ¿Es virtuoso un Estado que tiene a un Poder Ejecutivo que gobierna con superpoderes que le permiten manejar los fondos públicos con total discreción? ¿Es virtuoso un Estado que otorga descontrolados subsidios a empresas concesionarias de servicios públicos que dan prestaciones cada vez peores?
De la inflación no habló.
De los jubilados, tampoco.
Por la falta de crédito les echó la culpa a los banqueros. Sin dudas que los banqueros tienen sus culpas inocultables (Recuerde lector aquella definición de banquero que decía así: un banquero es alguien que te presta un paraguas cuando hay sol y que te exige que se lo devuelvas cuando llueve”). Ahora, ¿habrá incluido también a los banqueros del poder que compran empresas clave de la economía casi sin poner un peso?
Habló de la educación y de los 180 días de clase y e “instó a los docentes a buscar mejores formas de protesta”. Y, en una aclaración significativa, vinculó la protesta al “año electoral”. ¿Habrá incluido en ella a la que le costó la vida al profesor Fuentealba en Neuquén? No habló, en cambio, de la necesidad imperiosa de terminar con la parte no remunerativa (en negro) que reciben muchos docentes y que compromete seriamente su futuro cuando se jubilen.
Habló de la necesidad de abordar el tema de la calidad educativa. Fue bueno que lo hiciera. Ahora, no habló de las dificultades que tienen los docentes para acceder, por ejemplo, a la capacitación permanente.
Fue buena, también, la referencia a la importancia de la Universidad pública. Ya que la Presidenta gusta de dar cifras comparativas, hubiera sido importante dar algunas para dar idea de cuán lejos se está: las 38 universidades nacionales de la Argentina tienen asignado un presupuesto de 1.782 millones de dólares. En cambio, la Universidad Autónoma de México tiene, sólo para ella, un presupuesto de 1.600 millones de dólares y la Universidad de San Pablo, de 1.100 millones. ¡Qué lejos estamos!

Denostó a los que hablan de la crisis energética y por su falta de acción en los 80 cuando había crisis por falta de actividad económica. Se olvidó de los 90 y de la venta de YPF, apoyada tanto por la Presidenta como por su marido, en uno de los errores estratégicos más graves cometidos en la historia del país y que tiene que ver con la crisis.
Incluyó el tema de la inseguridad. Al hacerlo, atribuyó los problemas a falencias de la Justicia –que las tiene–, al Congreso –que las tiene– y a las fuerzas de seguridad –que también las tienen. ¿Y el Poder Ejecutivo? ¿No tiene ninguna responsabilidad?

Hubo también –no podría haber sido de otra manera– la habitual sección de crítica hacia la prensa. “Es que, en el desayuno, los Kirchner viven obsesionados con las tapas de los diarios”, confiesa alguien testigo de algunas mañanas del matrimonio presidencial.

En el párrafo final de su alocución, la Presidenta dijo:

“Pero creo que todos hemos hecho un duro aprendizaje de los errores y una clara asimilación de los aciertos, que son la clave en la vida no solamente política e institucional de un país, sino también en la vida personal de todos y cada uno de nosotros.”

En su discurso, errores propios, la Dra. Cristina Fernández de Kirchner no mencionó ninguno.


Producción periodística: Guido Baistrocchi con el aporte de Laura Bartolomé.