Kirchner ejerció el poder directamente o junto a su esposa, durante siete años y medio.
Fue el período de mayor crecimiento macroeconómico de la historia, en un contexto internacional favorable para los países de la región.
En lo político, logró reconstruir la autoridad presidencial, debilitada por la crisis de 2001-2002, articulando la acumulación de poder institucional más grande de un presidente constitucional, a través del uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia, los superpoderes y la prolongación de la emergencia económica, teniendo además mayoría en las dos Cámaras hasta el 10 de diciembre de 2009. Fue un modelo hiperpresidencialista con desequilibrio en la independencia entre los tres poderes, lo que comenzó a cambiar en 2010.
La historia va a recordar a Kirchner como el presidente que reconstruyó el poder tras la crisis 2001-2002, pero también como alguien que dividió en vez de unir.
La imagen de Cristina ha subido en este contexto por el efecto que genera el fallecimiento de su marido y ello, en principio, no favorece a la oposición. Pero falta un año para las elecciones presidenciales y muchas cosas pueden cambiar.
Como sucedió con Alfonsín tras su muerte –en el pasado también con Yrigoyen y Eva Perón–, la imagen de Kirchner parece haber resurgido y mejorado más ahora, que ha fallecido, que en vida.
En mi opinión, este fenómeno argentino de hacer de la muerte una situación de culto popular no tiene explicación fácil. Ya pasó en los años treinta del siglo XX, con el gran cantor de tangos Carlos Gardel, que sigue siendo un ídolo popular. Más recientemente, sucedió con Sandro. Se estima a la gente más cuando no está que cuando vive.
Kirchner deja un peronismo dividido y en ebullición. El 15 de octubre, sólo cinco intendentes justicialistas del Gran Buenos Aires fueron al acto en River, presidido por el matrimonio Kirchner y Hugo Moyano. El 19, sólo cinco gobernadores rechazaron la eventual candidatura presidencial de Daniel Scioli, que desafiaba al oficialismo nacional. En el kirchnerismo no quedan ahora dudas: la candidata para 2011 es Cristina.
¿Esto implica que la candidatura de Daniel Scioli ha dejado de ser posible?
Nada en política es seguro. El gobernador de la Provincia –que tiene que mantener unido al peronismo bonaerense– queda ahora como presidente del PJ nacional, tras el fallecimiento de Kirchner. Ha dicho que el liderazgo del partido de hecho quedará en manos de Cristina.
A su vez, Hugo Moyano, vicepresidente segundo del PJ nacional, queda como número dos detrás de Scioli, al mismo tiempo que ejerce la presidencia del peronismo bonaerense.
La acumulación de poder político y sindical de Moyano plantea la pregunta de si podrá ser contenido y quizás en este campo estén algunas de las respuestas políticas de la Presidenta en las próximas semanas. El acercamiento UIA-CGT y la postergación del proyecto de participación en las ganancias parece un buen indicio, pero puede ser precario. Por ahora, el kirchnerismo se ha apresurado a ratificar la alianza política con el titular del gremio de camioneros.
Además de la unidad o división del peronismo, la otra cuestión es si Cristina va a profundizar, cerrar o mantener los conflictos abiertos por el kirchnerismo con el campo, la industria, la Corte, el Congreso, la Iglesia y los medios de comunicación privados. Es la otra gran cuestión además de la división del peronismo.
Lo probable es que el rumbo ideológico del Gobierno no cambie. Era compartido por Cristina, que lo ejercía desde la presidencia con el apoyo y cooperación de su esposo.
Ella rápidamente ha dicho que no es el momento de cambiar y ello es lo que hará.
El conflicto entre el sector agropecuario y el gobierno de Cristina caracterizó la primera mitad de su mandato, y el enfrentamiento con los principales medios privados lo hace en la segunda.
En ambos casos, lo más probable es que el rumbo se mantenga. Es que sin Kirchner habrá más y no menos kirchnerismo.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.