“Como dijo un señor: ‘La historia se repite primero como tragedia y después, como comedia’.”
Cristina Kirchner(En la Casa Rosada el 17 de junio)
“Adviertan que si la historia primero fue tragedia, hoy se repite como comedia. Y que los argentinos ya no queremos más comedia.”
Cristina Kirchner(En la Plaza de Mayo el 18 de junio)
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa.”
Carlos Marx (En su libro El 18 de Brumario de Luis Bonaparte)
En dos de sus últimos tres discursos al hilo por cadena nacional, la Presidenta evocó a Carlos Marx. No lo nombró, pero usó como muletilla una de las más conocidas máximas del padre del comunismo, acaso el ícono más manoseado de la izquierda mundial.
Se desconoce cuánto habrá leído Doña Cristina a Don Carlos. Pero es posible que lo haya leído muy mal. O que, como con tantas cosas, sólo lo tenga a mano para cuando cree que le puede venir bien como arma para descalificar al enemigo. De hecho, los “comediantes” de esta hora vendrían a ser, según ella, los del campo, quienes pretenderían repetir la tragedia que nos propinaron los de uniforme.
Lástima que Marx hablaba de otra cosa. Es decir, de personajes acaso mucho más parecidos a los Kirchner que a los Buzzi, los De Angeli o hasta los Miguens. En principio, sepamos percibir que el golpe denunciado por el oficialismo es, por lo menos, un golpe bastante raro: la protesta rural se descomprimió cuando, forzado por interminables cortes de ruta, el matrimonio gobernante decidió poner a trabajar a un Congreso que estaba pintado.
Vayamos a Marx y a sus circunstancias.
Con aquella frase que tanto le gusta a nuestra Presidenta, escrita en 1851, pretendía, antes que nada, refutar la idea hegeliana de que la historia siempre se repite por ciclos, independientemente de los personajes, los esquemas productivos y culturales, y las circunstancias históricas. O sea, casi por obra de la física o por arte de magia. Y para ello le vino como anillo al dedo la irrupción en escena de Luis Bonaparte, un sobrino o hijo natural del Napoleón original –eso todavía se discute–, que se autoproclamó emperador de Francia y se hizo llamar Napoleón III. Porque no vayan a creer que esto de entender a la política como una obra dinástica lo inventaron Néstor y Cristina Kirchner.
Parece que Napo 3 tenía menos luces que Napo 1, aunque le alcanzaron para recrear entre los empobrecidos franceses la ilusión de viejas glorias nacionales. Porque no vayan a creer que esto de prometer un revival del caudillo muerto lo inventaron los Kirchner, cuando decidieron que Cristina entonara como Evita y Néstor asumiera “la difícil tarea de conducir el partido de Perón”.
Napo 3 había ganado en elecciones democráticas, pero, como no tenía chances constitucionales de reelección, se proclamó emperador y gobernó durante 22 años. Porque no vayan a creer que esto de pretender quedarse a vivir en el trono lo inventaron los K, o Menem, o el General, o los militares golpistas.
El emperador francés tenía una esposa bellísima: la española Eugenia de Montijo, condesa de Teba. Todas las europeas querían vestirse como ella, que ganó una impresionante influencia, al punto de quedar al frente del gobierno tres veces, cuando su querido Napo 3 se iba a hacer la guerra. Porque no vayan a creer que esto de delegar el mando en las esposas lo inventó Néstor solito. El tema es que desde hacía rato no sucedía algo así.
Otro detalle: el émulo del Napoleón de veras ganó las elecciones gracias al voto del campo y logró hacer una gestión exitosa en lo económico. Pero en su debacle, muchos señores rurales se sintieron postergados por una burguesía naciente y le dieron la espalda. Porque no vayan a creer que los productores agropecuarios empezaron a ser unos jodidos el pasado 11 de marzo.
Volvamos a casa. En la Argentina, los golpes de Estado jamás se repitieron como comedia: del ’30 al ’76, cada dictadura fue más trágica que la anterior. Y suena extraño que Doña Cristina, tan ducha en estos asuntos del pasado, pueda ignorarlo.
Si Marx tenía razón y la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, Néstor y Cristina deberían encender otras luces de alarma.El Perón de Evita se repitió a sí mismo, recontra trágico y patético, cuando volvió y la puso a Isabelita de vice. Acaso los K deberían temer como a nadie a sus propios pasos de comedia. Salvo que se asuman peronistas de opereta. O farsantes.