Clarín y La Nación alzan como nunca antes las banderas de los derechos humanos ante el caso Milani y de la defensa del petróleo nac & pop contra Chevron. Página/12 y Tiempo silencian las sospechas sobre un jefe del Ejército presuntamente involucrado en la represión ilegal y las críticas a las condiciones que impone el capital extranjero, que siempre azuzaron.
Parece el reino del revés, pero es la Argentina del año XIII, versión K. Una prueba irrefutable del triunfo cultural del kirchnerismo, en especial de la Presidenta, no sólo en relación con la polarización mediática, sino social.
Hasta ahora, y tal vez en estos momentos todavía más, nos han hecho creer que estamos partidos en dos franjas o bandos irreconciliables. El “ellos o nosotros” (muy anterior al eslogan denarvaísta) se recargó con el cristinismo y sacó a relucir lo peor de cada fracción, en una sociedad fértil para adoptar fácilmente cualquier tema con la mirada apasionada de un hincha y cambiar de camiseta como un jugador profesional.
El otro todo lo hace mal, miente descaradamente o hace lo que hace por dinero. Al nuestro se le perdona todo, tiene buenas intenciones y sólo piensa en un país mejor. Blanco o negro. En el medio, nada. Matices, bien gracias. Equilibrio, mala palabra. Demonizado, vendría a ser el “no lugar”, como acuñó el inefable Orlando Barone.
Ese fango esquizofrénico, donde supuestamente quedamos embarrados sin excepción, nos hace perder la enorme oportunidad de rescatar lo positivo y criticar lo negativo de unos y otros, de lo que pasa o deja de pasar. Nos vuelve menos tolerantes, menos racionales, menos responsables.
El kirchnerismo ha hecho aportes más que interesantes a la cultura política y socioeconómica de la Argentina. Pero también ha construido y alimentado demonios conceptuales (y de los otros) que nos costará superar.
Con optimismo, se podría pensar que los tiempos que vienen pueden ser más abiertos y variados de colores, que expresen el fin de un ciclo y el comienzo de otro, que salve los claros y deseche los oscuros. Con pesimismo, la renovación se puede limitar a las formas y el fondo ser más de lo mismo. O peor. Y no hablo sólo de política.