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¿Cuál desamparo?

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No me diga que a usted no le pasó, querida señora, porque no sé si le voy a creer. Todas, bueno, no sé si todas todísimas pero sí casi todas, menos una pequeña fracción que no lo pensó o que lo hizo, todas soñamos con irnos de casa para siempre y siempre y no volver jamás y que nuestras madres y nuestros padres lloraran amargas lágrimas por nuestra ausencia sintiéndose horriblemente culpables y que aun así, no señor, no volveríamos jamás. O mejor todavía, que volveríamos diez años después, divinas, millonarias y famosas. Nunca nos fuimos, aunque, no sé, a lo mejor alguna lo hizo y quiero creer que le fue regiamente bien y volvió millonaria, etcétera. En fin, capítulo diecisiete del manual de psicología mezclado con cuentos de hadas, que de repente es verdad para alguna si es que la tevé no me mintió.

Con los señores es distinto, ¿se dio cuenta? Pasa como con la guita que se gana trabajando: en teoría, a igual tarea, igual remuneración. ¿Ah, sí? Sí, claro, por supuesto, pero en la práctica no, no y no. Tal vez en alguna parte y en especial vaya a saber por qué razones pero acá entre nosotros, nones.

Me sale todo esto del alma inmortal que me asiste porque acabo de oír (de lejos porque es raro que yo me acerque al televisor) de alguna señora que cuenta cómo tuvo que luchar para igualar su remuneración a la del señor del escritorio de al lado que hacía lo mismo que ella pero ganaba más que ella a igual antigüedad, antecedentes, etcétera. Lo consiguió, se lo digo para que si a usted le pasa en este momento no pierda las esperanzas y siga exigiendo igualdad, caramba, que es lo que corresponde.

Por lo tanto usted siga en la brecha y exija. No le digo que metralleta en mano porque en una de esas la meten tras las rejas, pero sí le digo que con gesto adusto de “a mí me corresponde y si no me lo das vas a ver lo que te sucede”. De paso, le juro porque a mí me pasó, le diré que resulta muy muy divertido.
Así que vaya, actúe y después me cuenta.

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