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Asuntos internos

¿Cuál es el chiste?

Durante mucho tiempo se contaban en la escuela, en el bar, en la oficina, en casa, en los encuentros con amigos. Había algunos ingenuos, infantiles; otros eran más surrealistas y grotescos; otros eran vulgares y picantes. Pero los mejores eran los abiertamente racistas, machistas, antisemitas, homofóbicos y xenófobos. Había gente que sabía contarlos y otros que eran incapaces. Algunos hicieron fortuna como cómicos, editores y productores de televisión, y en algunos casos contribuyeron a definir la personalidad de figuras públicas. Como Menem, el más controvertido e influyente político de los últimos treinta años, que poseía un repertorio en el que llegaba a ser él mismo el motivo de risa.

Los chistes fueron durante mucho tiempo una presencia constante en las conversaciones cotidianas, hasta que desaparecieron. Hoy se escuchan muy de vez en cuando, incluso en esos contextos donde solían escucharse. Fueron reemplazados por la comicidad inmediata del meme, los videos breves y los gifs animados. Desaparecieron completamente del mundo editorial.

Pero hace veinte años obtuvieron incluso cierto éxito editorial. El caso más famoso fue el de Pepe Muleiro, seudónimo de Ricardo Parrotta, quien publicó más de setenta libros de chistes de toda especie, pero sobre todo de gallegos, que empezaron a proliferar ayudados por las denuncias presentadas por algunos exponentes de la comunidad gallega en la Argentina ante el Inadi.

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Ya en aquellas denuncias, en 2008, empezaba a aflorar de manera incipiente, pero estúpidamente ruidosa esa idea que ahora parece haber cobrado musculatura y altura, aquella que más o menos puede resumirse en “Si no me hace reír a mí, no debería hacer reír a nadie”, o dicho en otros términos, “No me importa si alguien se ríe con esto, no me río yo y eso es suficiente para que merezca no existir”, idea que no hace más que contradecirse con el espíritu del chiste, que está relacionado con la mentira.

La verdad no hace reír. La verdad es tediosa y poco creativa. La mentira, en cambio, es múltiple y fantasiosa. Si alguien dice: “La Tierra es redonda” es probable que se lo mire con la misma seriedad con que se mira a una flor marchita. En cambio si alguien dice “La Tierra es plana”, bueno, la cosa comienza a ponerse interesante. Ningún borracho en la realidad es tan ocurrente como en el borracho de un chiste; ningún náufrago es tan infeliz como el náufrago de un chiste; no existe en el mundo nadie que exprese su racismo (o su machismo, o su homofobia, o su antisemitismo) como en un chiste: por eso hacen reír. O por eso hacían reír. Aunque esto no es del todo cierto.

El género chiste sigue proliferando, solo que de manera secreta; privada, no pública. Y el efecto sigue siendo el mismo, incluso entre quienes se esfuerzan por no dejar escapar la risa, que a esta altura parece haberse vuelto de derecha: los progresistas no ríen.

En un viejo programa político conducido por Mariano Grondona, estaban de invitados Pepe Muleiro y un representante de la comunidad gallega en la Argentina. Pepe Muleiro se defendió de las denuncias diciendo que él jamás había intentado ofender a nadie (“Los judíos hacen sus propios chistes sobre los campos de concentración, los franceses se ríen de los belgas, los uruguayos de los argentinos. Un chiste es un chiste y punto”), ante lo cual el gallego presente no tuvo mejor idea que retrucar citando un chiste del mismo Muleiro, alegando que “nadie puede reírse cuando oye decir que los gallegos se afeitan para no parecerse a sus madres”.

Todos (Grondona, Muleiro, los técnicos presentes en el estudio) contuvieron no solo la risa, sino también la respiración. Sigue siendo el mejor chiste de gallegos.