La actriz Thelma Inés Fardin Caggiano (Thelma Fardin, su nombre artístico) era casi desconocida hace no muchos meses, salvo por quienes fueron asiduos seguidores del teleteatro Patito Feo. Denunció públicamete haber sido abusada y violada por el actor Juan Darthés en Nicaragua, durante una gira del elenco. Su dramática revelación, acompañada por un importante colectivo de actrices argentinas, fue pieza fundamental para el crecimiento y solidez del movimiento Ni Una Menos y de las movilizaciones contra la violencia machista, en favor de derechos femeninos y –como derivación– de las acciones para lograr una sociedad más igualitaria, más inclusiva, menos sectaria y menos sometida a consignas patriarcales fogoneadas por los sectores más reaccionarios.
La exposición pública de Fardin y de su historia fue fruto de un largo proceso de crecimiento interior y de valiente actitud pública en un marco que discute, aún, los derechos igualitarios y la justa y necesaria libertad para denunciar hechos como el que vivió y para no ocultar preferencias sexuales o conductas sociales.
Esta introducción viene a cuento para ejemplificar lo bueno que es afirmar públicamente y respaldar con hechos lo que se reclama o comparte diariamente cuando algunos de esos derechos son vulnerados, cuestionados o condenados por anatemas como los expresados por el Papa y muchos de sus subordinados, tal fue el caso, esta semana, del arzobispo de La Plata, Héctor Rubén Aguer. ¿Es noticia, es un acontecimiento que merece la difusión masiva, que dos funcionarias manifiesten públicamente que llevan adelante una relación amorosa en un marco aún dominado por el machismo y las conductas negativas que se señalan más arriba? Y más: ¿lo es que una de las dos mujeres haya sido la esposa y madre de los hijos de Máximo Kirchner, hijo a su vez de un ex presidente y de una ex presidenta recién elegida como nueva vicepresidenta? Por supuesto que sí: las reglas básicas del buen periodismo respaldan esta afirmación.
Cuando este ombudsman puntualizó esta idea en redes sociales para mostrar su sorpresa ante la ausencia de tal noticia en algunos medios (en la mayoría se expuso con gran respeto lo que las protagonistas anunciaron públicamente), generó una polémica (pequeña, debo aceptarlo) que vale para abrir la cabeza y repensar el tema, ejercicio que propongo a los lectores como una gimnasia cotidiana.
¿Por qué el paralelo entre uno y otro hecho? Porque ambos valen para afirmar la concientización de la sociedad ante situaciones de vulnerabilidad como las que afectan a mujeres (para peor, jóvenes) sometidas al poder de hombres con poder, y a personas cuya elección sexual no es afín con el poder de las instituciones con poder. En los dos casos, llegará el día en el que dejarán de ser noticia: en el primero, porque no habrá más subordinación callada al poder del hombre con poder y dejarán de existir el abuso, la violencia y el impune ejercicio del más fuerte; en el segundo, porque la naturalización masiva de la libertad de elección sexual dejará atrás siglos de condena desde el poder institucional a quienes piensan y actúan de manera diferente.
No es callando, ocultando –o ignorando por mera especulación política– una información pública. Para eso, también, está el periodismo sin aditivos espurios.
Lo dijo. El lector Federico Stempels Hernández señala en su carta publicada en la página anterior su duda respecto de si Marcos Galperin dijo efectivamente que “capitalismo llevado al extremo es socialismo puro”. Bien: si leyó atentamente el reportaje publicado el domingo 3, verá que la cita corresponde a la página 38, quinta columna. Tal parece que sí, que es efectivamente lo que el entrevistado quiso decir.
