Desde 1916, cuando tuvo lugar la primera elección presidencial con voto universal, secreto y obligatorio, la campaña electoral de 2007 es la que ha tenido menor clima y participación ciudadana.
Son varias las causas de este fenómeno. La primera es que la democracia se va convirtiendo en rutina, ha dejado de ser novedad; la segunda es que los partidos políticos están en crisis de representación y la falta de interés de la gente se vincula con su falta de representatividad; la tercera sería que se trata de una elección con baja incertidumbre y ello genera menor interés que en otras en las que existió una verdadera puja.
La rutinización de la democracia resulta inevitable y también sucede en las democracias estables. La primera elección presidencial del restablecimiento de la democracia tenía un sentido de gesta épica, que un cuarto de siglo después se ha ido perdiendo. Alfonsín gana con la consigna de que con la democracia se come, se educa y se cura, y la mayoría de los votantes creían en ello.
Las sucesivas crisis y el fracaso de la democracia en lograr una mejora de la calidad de vida de la gente –fenómeno general en América latina– generó un votante más escéptico. Este ya no cree que uno u otro resultado electoral vaya a cambiar sustancialmente su vida.
Se trata de un fenómeno negativo en términos cívicos, pero que tiene su faz positiva en el sentido de que para la sociedad, por primera vez en su historia, la democracia ha pasado a ser un dato incorporado.
Quizás hoy el ciudadano argentino sienta aquella frase de Churchill que afirma que la democracia es el peor sistema de gobierno, exceptuando todos los demás.
Como se ha mencionado, la segunda causa de la falta de calor popular es la crisis de los partidos políticos, que son los grandes actores en las elecciones y quienes deben organizar y canalizar las aspiraciones de la sociedad.
La última vez que el peronismo realizó internas para elegir fórmula presidencial fue en 1988, cuando Menem le ganó a Cafiero, y el radicalismo en 1982, cuando Alfonsín le ganó a De la Rúa, aunque en 1998 la Alianza las utilizó para elegir el candidato presidencial entre este último y Graciela Fernández Meijide.
La UCR sigue siendo un partido, pero ha dejado de ser una fuerza política, ya que en la última elección presidencial no llegó al 3% de los votos y ha perdido el control sobre cuatro quintas partes de sus gobernadores e intendentes. A su vez, el PJ ha dejado de funcionar como partido. Sin embargo, sigue siendo una poderosa fuerza política, que alinea a una amplia mayoría de los gobernadores y los intendentes del país y a los sindicatos.
Ni por la izquierda ni por la derecha han surgido nuevos partidos que sustituyan a los dos históricos. De esta forma, para ser candidato hace falta la decisión de quien está en el poder y quienes lo ejercen están más atentos a lograr la adhesión de gobernadores e intendentes que a captar voluntades individuales.
Ya en 2001, el llamado “voto bronca” con el récord de sufragios negativos y el “que se vayan todos” de 2002 mostraron la crisis de representatividad que subyacía en las estructuras políticas tradicionales agonizantes.
La tercera explicación al fenómeno es la baja competencia electoral. A ello se suma que esta elección presenta la oposición más dividida de la historia argentina. Esta baja competencia hace que en el oficialismo se pierda el entusiasmo militante y en la oposición, la sensación de que, pese a los esfuerzos, es muy difícil poder ganar.
* Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.