Alinear a Perón, Néstor y Cristina en la directriz de la emancipación argentina como puntos sucesivos de la peculiar revisión histórica del oficialismo con un mensaje capaz de unificar la dispersión de voces en que ha caído después de que la Justicia le dictase procesamiento, fue la delicada y compleja tarea encomendada a Amado Boudou para el acto central del 9 de Julio en Tucumán.
Privado de otra opción que no sea aceptarla, el discurso elemental pronunciado con énfasis rabioso por el vicepresidente da una idea de lo fatalmente aterido por la decisión de Ariel Lijo que llegó al Día de la Independencia el sistema de mandos, comunicación y control del Gobierno.
La laringofaringitis presidencial de aparente raíz psicosomática se percibió en este clima como alegoría de los fantasmas que merodean al populismo regional cuando la realidad le impone límites a su imaginario. Nicolás Maduro, José Mujica, Rafael Correa y Evo Morales chocaron con el más paradójico de ellos para oponer su presencia al vuelo en apariencia opresor, colonialista y amenazante del capital especulativo sindicado como fondos buitre: la confirmación de Boudou como orador en la principal fecha patria.
De poder imitarlos, el gabinete ministerial y un puñado de gobernadores lo hubiera hecho para evitarse escuchar con gesto adusto y distante la monserga que acomodó de urgencia la repetida épica del desendeudamiento con el único atractivo en el frente externo: la capacidad y voluntad de pago del Estado a cambio de la comprensión al intento de eludir la aplicación literal del fallo del juez Thomas Griesa.
La rudeza enunciativa dejada a un lado y las benignas alusiones a Washington dieron indicios de por dónde pasa la corriente de simpatía que Axel Kicillof despertó en Daniel Pollack, delegado de la Corte de Nueva York en las negociaciones. El autorreivindicado marxista keynesiano jefe del Palacio de Hacienda acredita con Repsol y el Club de París antecedentes de versatilidad para deshacerse de prejuicios ideológicos cuando la situación apremia. Dos acuerdos que dicen más que mil palabras.
Tan inverosímil como la inflación cercana a cero vaticinada para junio por el errático jefe del Gabinete, Jorge Capitanich, resulta la contribución de Ricardo Forster a una alocución que insumió apenas 10 minutos. Lapso de tiempo indigno pero también escaso para la prosa de dramaturgia que lo distingue, igual que cierta tendencia a la sofisticación banal.
La misma que utilizó para criticar a Lijo por asistir a la embajada de los Estados Unidos durante el tradicional brindis del 4 de Julio. Día de la Independencia en ese país al que la Policía Federal solicitó colaboración para identificar a los tuiteros que defienden a José María Campagnoli.
Gestión desmentida por el canciller Héctor Timerman pero admitida a medias por Cristina Camaño, reemplazo del suspendido fiscal, tras sentirse amenazada por algunos de ellos. Casi tanto como Leonardo Grosso, diputado nacional del Movimiento Evita, que reprochó al viceministro de Seguridad, Sergio Berni, la represión de la protesta social de trabajadores en las avenidas General Paz y Panamericana.
Demasiadas contradicciones condensadas para la pretensión de sintetizarlas en un solo discurso a cargo de quien encarna la principal para todo un arco oficialista que vio desmoronarse en vivo cada uno de los intentos de una voluntarista estrategia de comunicación, fundada en atar su suerte a la de la selección nacional en el mundial de fútbol y al efecto contagio que pudiese derramar en la opinión pública.
La omisión de cualquier referencia a este asunto en la primera plana de Clarín del 10 de julio, dedicada por completo a la clasificación de Argentina a la final, no es exactamente un póstumo logro relativo en esa empresa. Sugiere, más bien, que la imaginación dejó el poder y la amarga inversión de una emblemática consigna setentista.
* Titular de la cátedra Planificación Comunicacional, UNLZ.