El reemplazo del juez que interviene en la causa por la desaparición de Santiago Maldonado generó –además de las razonables reacciones de autoridades, dirigentes, familiares del joven, instituciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos– un ejemplo claro de cómo la percepción de un acontecimiento puede ser analizada, debatida, discutida desde ángulos diversos y –mejor aún– opuestos, con argumentos que contienen porciones de verdad y porciones de mentira en un mismo paquete. Es buen ejemplo para abordar un tema que este ombudsman quiere proponer a los lectores como sano ejercicio de actualización conceptual y –al mismo tiempo– disparador para tomar con pinzas cada información que les llega: la posverdad, palabreja flamante (tanto, que recién a fin de año será incorporada al Diccionario de la Real Academia Española. El director de la RAE, Darío Villanueva, anticipó la definición: la posverdad está referida a aquella información o aseveración que “no se basa en hechos objetivos sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.
Es seguro que la mayoría de quienes acceden a los materiales que ofrece PERFIL tiene claro de qué se habla cuando se habla de posverdad. Vayan, pues, para los lectores desprevenidos estas líneas. En palabras simples: un mismo hecho, transmitido de manera interesada por uno u otro sector antagónico (o no, pero vayamos a los extremos), puede ser interpretado, aceptado y transmitido de manera diferente y no discutible, sea cierto o no.
Estos son tiempos en los que la verdad se relativiza y queda subordinada, en buena medida, a los variables humores de quienes la aborden. En este sentido, lo que está sucediendo con la opinión pública (en particular por el acceso irrestricto a crecientes formas de comunicación no tradicionales, como las redes sociaes) se está acercando más a una realidad construida que a la realidad misma. Una vieja frase dice que “la realidad es la que es, no la que quisiéramos que sea”, como una manera de poner fronteras a la falta de ecuanimidad en medios y periodistas. Hoy, tal parece que los términos se invierten y crecientes sectores de las sociedades compran la idea de que la realidad es lo que queremos que sea, idea ésta fogoneada por verdaderos arquitectos de los mecanismos de comunicación. Un ejemplo: Donald Trump fue beneficiado en su ascenso a la presidencia por el bombardeo de noticias falsas generadas desde Moscú contra su rival, Hillary Clinton.
En un artículo publicado por el diario El País de Madrid en agosto pasado, el doctor en Periodismo Alex Grijelmo –autor de libros sobre comunicación imprescindibles, como Palabras de doble filo (Espasa, 2015) y La información del silencio. Cómo se miente contando hechos verdaderos (Taurus, 2012)– señaló: “La era de la posverdad es en realidad la era del engaño y de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos (N. de R.: noticias falsas) prosperen. La mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por una verdad”. Grijelmo introduce a la posverdad a partir de lo que define como “posmentira”: “Hoy en día todo es verificable, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la insistencia en la aseveración falsa, pese a los desmentidos fiables; y la descalificación de quienes la contradicen. A ello se une un tercer factor: millones de personas han prescindido de los intermediarios de garantías (previamente desprestigiados por los engañadores) y no se informan por los medios de comunicación rigurosos, sino directamente en las fuentes manipuladoras (ciberpáginas afines y determinados perfiles en redes sociales). Se conforma así la era de la posmentira”.
Señala el catedrático que “se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa”; y va más allá: “La mentira siempre es arriesgada, y requiere medios muy potentes para sostenerse. Por eso suelen resultar más eficaces las técnicas de silencio: se emite una parte comprobable del mensaje pero se omite otra igualmente verdadera”.
El tema apasiona y merece ser tratado con mayor amplitud que este limitado espacio. En la entrega del domingo venidero, este ombudsman ofrecerá más elementos para que los lectores mantengan la neurona atenta, como decía el gran Tato Bores.