Quería plantear algunos costados de la vida universitaria, sabiendo que infinidad de cuestiones quedarán fuera de esta reflexión. Para ello tomaremos la conceptualización de campo de Pierre Bourdieu, quien lo define como el “sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas (en las luchas anteriores),
el lugar (es decir, el espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por desafío específico el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica
y como poder social”.
Comencemos con una certeza; precisamos marcar una agenda de reflexión
sobre un campo que se sobrevalúa en cada instancia del pensamiento colectivo: la universidad.
Funcionamiento. Adentrarnos en las lógicas de las matrices culturales de la institución universitaria es poner de manifiesto un complejo conjunto de tensiones, conflictos y mediación de fuerzas contrapuestas, que configuran modos diversos de proyectar las funciones básicas –docencia, investigación y extensión– de la vida universitaria. Desde hace más de una década se realizan eventos académicos que tienen como misión pensar desde lo individual y colectivo el campo universitario (se realizaron 15 coloquios de gestión universitaria de América del Sur, siete encuentros nacionales, cuatro latinoamericanos y tres congresos de la Red Argentina de Posgrados en Educación Superior, sólo por mencionar algunos). Sabemos que estos esfuerzos gozan de una excelente intencionalidad; sin embargo, no han logrado marcar un impacto profundo en el corazón mismo de las universidades.
La universidad es la organización social más compleja que existe entre nuestras realidades organizativas (cuenta con una tradición de 800 años articulando relaciones entre lo social, político, económico, cultural y científico). Su abordaje puede limitarse a la institución como casa de estudios concreta, o ampliarse hacia el horizonte de promesas que delinean –no sólo en la generación de nuevos conocimientos, sino en la construcción de un hacer profesional– lo que conocíamos como la ecuación “a mayor formación, mayor capacidad de acceso a las posibles oportunidades de empleabilidad”.
Hoy esa ecuación está quebrada, desdibujada, desdoblada en un conjunto de nuevas realidades espiraladas, entrecruzadas y por momentos confusas, al punto que la educación por momentos no posee un correlato directo con las competencias a las que aspira el mundo del trabajo, para que un profesional pueda insertarse exitosamente. ¿Eso significa que la universidad perdió su sentido originario? Una respuesta cerrada sería insuficiente para comprender esta realidad. Cada día la universidad renueva y reedita su sentido original. Despliega nuevas potencialidades como institución capaz de dar respuestas a los actores que componen el difuso entramado de la realidad social.
Tal vez podamos hacer el intento de observar la producción de otras organizaciones sociales y su derrame e impactos en el cuerpo social, y para nuestra sorpresa encontraremos que, a diferencia de éstas, hay una fidelidad histórica en el campo universitario de reinterpretar su sentido como lugar de fortalecimiento de las relaciones sociales, a partir del crecimiento individual y colectivo de todos sus actores. Ese ida y vuelta que tiene la institución universitaria con su entorno nos hace profundamente responsables desde lo académico –como docentes e investigadores– y desde lo organizacional –como autoridades–.
La universidad es, como campo analítico de reflexión, un tiempo más que un espacio, dado que en su evolución se articulan procesos complejos con una base sólida: pensar el mundo, la vida, la realidad con la sistematización propia del desarrollo científico y tecnológico. Pero la ciencia en el fondo es ciencia anclada en la decisión política; ya no se trata sólo de descubrir o desarrollar, sino de interpretar un abanico incesante de formas de pensar lo que nos rodea y contiene en cada esfera de nuestra existencia social y personal.
Apertura. Actualmente asistimos a un fenómeno que tardo más de cincuenta años en producirse: el acceso a la vida universitaria de los que menos tienen (cabe destacar, por ejemplo, que la actual Universidad Tecnológica Nacional –UTN–, fundada por el general Perón en 1948 con el nombre original de Universidad Obrera Nacional –UON–, fue pionera en este proceso). Hoy, en las universidades del Conurbano –universidades nacionales de Avellaneda, General Sarmiento, José C. Paz, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Quilmes, San Martín y Tres de Febrero, entre otras– tiene lugar un proceso de movilidad extraordinario, un alto porcentaje de estudiantes que son primera generación de universitarios, realidad que nos habla de una nueva presencia del actor fundante de la universidad: el alumno. No ya el joven de clase alta o media acomodada, sino el joven hijo de los postergados históricos emerge, aparece y con certeza renueva el pensar universitario, instalando su agenda de prioridades.
La universidad, sin lugar a dudas, ha cambiado (sin alterar su sentido originario). Se ha democratizado profundamente en aspectos que van más allá de su tradicional gratuidad en materia arancelaria (establecida por el decreto presidencial Nº 29.337 del 22 de noviembre de 1949). Nos plantea nuevos requerimientos –haciéndose eco de las nuevas necesidades sociales–, desafíos y escenarios posibles
*Director de la Maestría en Docencia Universitaria (FRBA-UTN).