COLUMNISTAS
hinchas impunes, futbolistas desatados, dirigentes extorsionadores

Cuando la violencia se pone varios trajes

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Los hechos dejan en claro que el fútbol argentino no tiene pensado resolver sus miserias. No, al menos, por decisión propia.

Basta un repaso ligero de los últimos días para insistir con que aspirar a un espectáculo futbolístico sano, serio, responsable y productivo constituye una espera vana.

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Barras de Huracán aprietan y golpean a futbolistas. No hay detenidos ni se sanciona al club. Todo se acaba cuando los tres jugadores renuncian.

Violentos de Excursionistas se suben a un micro –tratándose de un vehículo privado contratado para la ocasión, de por sí constituye un delito– para amenazar a los jugadores de su propio equipo. No hay agresores presos. Nadie del club se responsabiliza por la impunidad con la que se mueven los mercenarios. El partido se suspendió.

En las redes sociales, barras de Independiente amenazan abiertamente a los futbolistas. Mientras el mundo se conmueve por casos de espionaje que terminan con la pinchadura de celulares de primeros mandatarios, pero que comenzaron con ciberespías, en la Argentina sólo consideramos que aquello que pasa a través de mails, Twitter o Facebook es valido cuando nos conviene. Nadie consideró, hasta el momento, que una extorsión informática es, sin matices, una extorsión.

Cuatro futbolistas y un asistente de cuerpo técnico son mínimamente sancionados después de una gresca lamentable al final de Godoy Cruz y Boca. Algunos, como Palermo, bajan de inmediato un mensaje: responsabilizarse para no volver a caer en bochornos similares. Otros, como Bianchi, asegura no haber visto nada en la cancha, que poco importa lo que vio en la tele y sigue dedicando sus conferencias de prensa a chicanear periodistas. Boca Juniors se expresa preocupado por la actitud de sus muchachos, pero a nadie se le ocurre una sanción interna. Todo depende del tribunal de disciplina, cuyos miembros representan, para nada casualmente, a clubes miembros de la AFA.

Hace pocas horas, futbolistas, asistentes, allegados y hasta utileros de Arsenal y Gimnasia participaron de un todos contra todos difícil de calificar. No se sabe aún si habrá sanciones mínimamente acorde con el patético espectáculo que dieron. Hubo cinco expulsados pero, ya sabemos, cuando se arma una de éstas, nunca se sabe quién la empezó ni quién la continuó. Por cierto, si a quienes la hicieron linda en Mendoza recibieron poco más que un llamado de atención, parecería injusto ser justos con los que la pudrieron en Sarandí.

Anteayer, Nueva Chicago le ganó 1 a 0 a Los Andes de visitante un partido postergado. Durante la semana, dirigentes del club de Mataderos denunciaron que desde la Dirección General de Seguridad en el Deporte les llegó una comunicación firmada por Daniel Herrera, en la que se sugería que “los jugadores visitantes deben retirarse ni bien culminado el encuentro con la ropa deportiva colocada y sin higienizarse”, advirtiendo sobre la posibilidad de una agresión por parte de la barra brava local. Lo expresado en esa notificación fue desautorizado por Oscar Boccalandro, titular de la Aprevide.

Desde el fútbol, pero por fuera del espectáculo, siguen las firmas: cientos de personas en la avenida Maipú detenidas en su pánico por barras de Colegiales que culparon por la muerte de su líder a un par de ex amigos que, encima, son de la contra en la interna política del barrio, tampoco tuvo castigos. Lo mismo sucedió con la denuncia de que hubo barras de Platense metidos en la elección de un decano de la UBA. Y veremos qué hay de cierto en que uno de los detenidos por el intento de asesinato del gobernador Bonfatti es barra de Central.

Podemos seguir yendo para atrás y morirnos de aburrimiento; todas las crónicas dejan el mismo saldo: un fútbol sitiado por delincuentes a los que nadie detiene. Un país invadido por un gigantesco grano de pus que no se detiene en su metástasis, si me permiten la digresión.
Un país que, en sus distintos niveles de responsabilidad, tiene resuelto no considerar al de la violencia barra en un problema profundo, de imprescindible solución.

Lejos de la violencia barra, pero en el contexto de otro tipo de violencia, cuatro de las cinco integrantes del equipo nacional de BMX (la última disciplina ciclística sumada al programa olímpico que le dio a la Argentina un cuarto lugar en el debut en Beijing 2008) firmaron una carta pública en la que hacen una serie de reclamos entre los que se destaca una reflexión elocuente: “¿Por qué la beca deja de ser una ayuda para ser una herramienta para amenazar a los corredores?”,  se preguntan mientras no comprenden por qué son obligadas a entrenarse con alguien a quien cuestionan. Esa frase representa no sólo lo que sienten estas chicas. En los últimos años la he escuchado en boca de referentes de distinto nivel en no menos de una decena de deportes panamericanos y olímpicos, entre los que incluyo atletismo, natación, patinaje, remo, hóckey sobre césped, ciclismo, yachting y yudo. Todos reclaman en off. Sólo los yudocas y, ahora, las chicas del BMX, se atrevieron a ponerse delante del conflicto.

La beca, los recursos para preparación y los viajes han aumentado sensiblemente gracias al aporte que hacemos los argentinos del uno por ciento de nuestra facturación de uso de teléfonos celulares. Este dinero lo administra el Enard, organismo constituido en partes iguales por el Comité Olímpico Argentino y la Secretaría de Deporte de la Nación. Todo esto tiene el inestimable respaldo de haber nacido a través de una ley votada mayoritariamente por ambas cámaras. Esas mismas que hoy se renovarán parcialmente.

Quizás quienes sigan en sus bancas no se han enterado de que los recursos producidos por una buena idea como ésta no siempre llegan a destino o son usados como corresponde. Tal vez tampoco sepan que son demasiados los casos en los que los atletas se callan la boca por temor a que se les quite todo apoyo. Pero tanto quienes sigan en el Congreso como los que llegarán a partir de diciembre saben el significado de la palabra extorsión. Basta con que se tomen el trabajo de conversar con un puñado de deportistas argentinos –entre los que hay no pocos medallistas panamericanos y olímpicos– para saber que, además de ayudar a que haya más dinero, hay que poner un poco de énfasis en controlar que se cuide un poco más a nuestra materia prima.

Hasta aquí, ni el COA ni la Secretaría han puesto debidamente en caja a los dirigentes que maltratan a sus deportistas. Tal vez sea la hora de que se encarguen de ello quienes convirtieron aquella idea en, ni más ni menos, una Ley de la Nación.

Tiren un centro, amigos y amigas con poder de decisión. Se ve que con los barras nadie quiere meterse en serio. ¿Con los dirigentes que destratan deportistas, tampoco?