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¿Cuánta pobreza tolera la democracia?

Urna pobreza Temes
Argentina cumplirá este año cuatro décadas de democracia ininterrumpida con altísimos niveles de desigualdad social. | Pablo Temes

En “La democracia ante la pandemia”, un reciente ensayo editado por el jurista alemán Armin von Bogdandy, el politólogo argentino Andrés Malamud y la jurista venezolana Mariela Morales Antoniazzi, se analiza el impacto que tuvo el Covid en el funcionamiento de las democracias latinoamericanas. Los autores sostienen que el virus afectó su desempeño, al desplegarse sobre un fenómeno de deterioro que se venía evidenciando desde hacía algunas décadas. La pandemia vino a profundizar un proceso de erosión de la calidad democrática que ya era evidente y preocupante.

Y, lo que es más alarmante, lo hizo con mayor virulencia en América Latina, donde la desigualdad social y la pobreza son aún mucho más expuestas que en los Estados Unidos o en Europa. De esa forma, en los países latinoamericanos se terminaba poniendo en cuestión el propio fundamento de la democracia, como sistema igualador de oportunidades y derechos.

La posible “muerte de la democracia” viene siendo estudiada por las ciencias sociales desde que la ampliación de la autocracia, la irrupción de la antipolítica y el aumento de la polarización rompió las reglas de juego. En ese marco, Bogdandy, Malamud y Antoniazzi advirtieron que el porcentaje de artículos publicados en la revista “Democratization” sobre cuestiones relacionadas con la consolidación democrática cayó del 72% en 2005 al 57% en 2015, mientras que los papers centrados en rupturas democráticas y en autoritarismo aumentaron del 7,5% al 23% en el mismo lapso.

Parafraseando a Guillermo O’Donnell, es posible concluir que las “democracias de baja calidad” vienen a contradecir lo que los estudios de ciencia política habían pronosticado a fines del siglo pasado, cuando anunciaban que la recuperación de la democracia latinoamericana iba a garantizar no solo la efectividad de la dimensión republicana, sino también el afianzamiento de la dimensión social.

A medida que los índices de pobreza aumentan, hay cada vez menos certezas sobre tan auspicioso vaticinio para los países de esta región.

Se trata de un paradigma que altera lo que la teoría de la transición había anticipado hacia fines de los ochenta. Durante las últimas décadas del siglo pasado, la teoría de la transición democrática empezó a centrarse en el estudio de las incipientes democracias que se recuperaban en América Latina y Europa del Este. Estos autores sostenían que el final de los regímenes totalitarios iba a contribuir con el bienestar social, gracias a la prosperidad económica que empezaría a decantarse a partir del supuestamente virtuoso proceso de apertura y de liberalización.

La ida era que los regímenes políticos democráticos iban a contribuir al bienestar económico y los derechos cívicos irían de la mano con los derechos sociales. Poder decidir en elecciones libres a las autoridades y ejercer libertades individuales permitirían garantizar, a su vez, las condiciones sociales de acceso a las necesidades básicas. Con la democracia se come, se cura y se educa.

La pandemia vino a profundizar un proceso de erosión de la calidad democrática.

Pero esa idea simplista, basada en un concepto pueril de la democracia, empezó a mostrar sus falencias cuando la desigualdad se ensañaba en la región y una inquietud se hizo cada vez más urgente: ¿cuánta pobreza tolera la democracia?

La evidencia empírica demuestra que, durante el periodo de recuperación democrática en América Latina, la relación entre liberalización política y liberalización económica no ha sido tan clara. Otra vez el interrogante: ¿es posible pensar en un sistema democrático cuando la fortaleza de la democracia no basta para resolver el flagelo de la pobreza?

Argentina es el ejemplo más reciente de semejante desafío. Este año se celebra el cuarenta aniversario de la recuperación democrática, pero dejar atrás los golpes de Estado no alcanza para encontrar mejores condiciones de bienestar social. El último informe sobre pobreza e indigencia, presentado esta semana por Unicef, junto a “La Garganta Poderosa”, demuestra que aceptables niveles democráticos pueden ser moralmente inaceptables frente al crecimiento de la desigualdad.

Unicef advierte que un poco más de la mitad (51,5%) de las niñas, niños y adolescentes en Argentina residen en hogares cuyos ingresos no alcanzan para adquirir una canasta básica total de bienes y servicios, y uno de cada diez (13,2%) vive en hogares extremadamente pobres o indigentes, es decir, con ingresos inferiores a los necesarios para comprar alimentos. Esto equivale a alrededor de 6,8 millones de personas menores de 18 años que viven en la pobreza monetaria y unos 1,7 millones de niños que están inmersos en la pobreza extrema.

El organismo para la niñez, que depende de las Naciones Unidas, estimó que entre 2016 y 2022 el precio promedio de la canasta básica total se multiplicó en Argentina por 8,2 y el de la canasta básica alimentaria se multiplicó por 8,9, mientras que los ingresos familiares se multiplicaron solo por 6,8. De este modo, se registra una disminución de los ingresos reales, situación que explica el aumento de la pobreza. En los últimos cinco años, según el indicador que estableció Unicef, la indigencia aumento 3 puntos y la pobreza creció 1 punto en la Argentina.

Unicef enfatizó, además, que la pobreza y la pobreza extrema en particular, serían mucho más altas sin las políticas de protección social, como la Asignación Universal por Hijo o la Prestación Alimentar. Pero ese paliativo no es suficiente, porque la situación es realmente grave: 2 de cada 3 niñas y niños (el 66%) sufren carencias materiales en la Argentina.

La indigencia aumento 3 puntos y la pobreza 1 punto en los últimos cinco años.

El Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (Idea) es un think thank creado a mediados de los noventa por ex presidentes y académicos de varios países occidentales, con la intención de instalar el debate sobre la transición en los Estados que habían permanecido bajo el control de la URSS e iniciaron un camino de independencia tras la desintegración soviética. La preocupación inicial de Idea giraba entonces en torno a la democratización del área poscomunista con una mirada, que entendían, sería superadora de la Guerra Fría.

En ese contexto, Idea auspició en el año 2000 un congreso para reflexionar sobre la calidad de las incipientes democracias europeas, a las que se sumaron las experiencias latinoamericanas para hacer foco en los altos índices de desigualdad social que presentaban estos países. A pesar de ser un espacio impulsado por una cosmovisión liberal de la democracia y del mercado, el foro resaltó que aunque se había dado un explosivo aumento en la adopción del sistema republicano, la democracia estaría lejos de consolidarse a menos que se resolvieran los problemas generados por la pobreza.

El coloquio fue titulado “Democracia y pobreza, ¿un eslabón perdido que a nadie le importa?”. Han pasado dos décadas pero la pregunta sigue sin responderse.