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Cuanto peor, mejor

El presidente Alberto Fernández, junto a Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof.
El presidente Alberto Fernández, junto a Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. | NA

Durante 2016 surgió una iniciativa para que los empresarios, fuera de las cámaras y organizaciones que los representaban, pudieran contar las inversiones que iban realizando, en lo que creían era la apuesta por un nuevo orden económico. Tarea estéril: no había inversiones de magnitud y las pocas que se anunciaban eran para la tribuna; en este caso, para el palco vip. Evidentemente, en “el gobierno de los CEOs” faltaba una mirada global desde la economía que no se le puede exigir al que todos los días está practicando la supervivencia empresaria. Los años pasan, el signo político de los gobiernos cambia, pero los problemas se suceden casi calcados.

Desde que asumió, Alberto Fernández se ufanó de que el suyo era un gobierno de científicos, para contraponer a lo que se supone son los valores del ámbito empresario. Quizás por eso se siente mucho más cómodo con los problemas que le plantea la pandemia que con otros que fluyen a veces sin tanto ruido, pero no con menos fuerza. Hubo un esfuerzo en mostrar a un “comité de expertos”, médicos, epidemiólogos y sanitaristas, que trataban de consensuar una misma lectura de la situación y aconsejaban los pasos a seguir. El desafío que presenta la economía es mucho más complejo que el que se pensaba hasta marzo, cuando el escenario conflictivo giraba alrededor del eje de la renegociación de la deuda. La parálisis de buena parte de la economía agregó desequilibrios a una economía que, además del frente externo, presentaba una serie de flancos débiles potenciados por el estancamiento de casi una década. Pero no se vio un comité de expertos económicos, justo en aquel aspecto en el que la complejidad social que produce muchas variables e infinidad de interacciones entre las personas, a veces impredecibles.

 Y como en el resto del mundo, las discusiones tienen que ver con la modalidad de descongelamiento de la cuarentena obligatoria para desandar el camino a una recuperación lo más rápido posible. La forma de la V de la curva implicará, en definitiva, la rapidez con que se recuperarán dos variables claves: la actividad y el empleo. Para las economías que, como la norteamericana, generan rápidamente desocupación mediante un sistema aceitado de seguro de desempleo, se apuesta a que, en el tercer trimestre, la tendencia cambiará de signo. Para la Argentina, con prohibición de despidos y la carga del costo del despido de parte del empleador, tendrá menos desocupados en el sector formal pero también la recuperación debería ser más lenta. El otro partido lo juegan los cuentapropistas e informales (casi 40% de la población económicamente activa), casi sin red en este subibaja pandémico de sus propios ingresos. Para cuando el resto del mundo esté celebrando con alivio la vuelta a la normalidad y su única discusión pendiente sea cómo financiar los efectos del Covid-19 en el diseño de un escenario diferente, en Argentina el radar estará puesto en la inflación. La restauración del equilibrio en los mercados de bienes también presionará por encontrar nuevos precios de referencia, ahora aplastados. El énfasis que hoy pone el Gobierno en controlar el precio del dólar “financiero” en todas sus variantes (carrera que solo tendrá chances de ganar en el corto plazo) lo volvería a poner en contener el índice de precios al consumidor.

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La gravedad de la crisis y sus perspectivas pueden tener otra lectura: solo una gran crisis puede derribar los grandes lastres que hacen de la economía argentina un modelo único de decadencia a lo largo de más de medio siglo. Parafraseando a los revolucionarios rusos, cuanto peor, mejor.