Todo demora veinte años o más en llegar a la Argentina, siempre. Bienvenido el debate por la interrupción legal de embarazos, la flexibilidad laboral, arancelarles estudios universitarios y tratamientos en hospitales públicos a extranjeros, los diversos regímenes de excarcelación anticipada y el aumento de las condenas por delitos. Pero en algún momento deberá plantearse también el debate por la situación económica, que se posterga como si nada grave ocurriese. La Argentina es la vieja loca que se pintarrajea y se endeuda para seguir aparentando riqueza, el automóvil bonito que circula a 130 kilómetros por hora en la autopista pero lleva diez litros de combustible en el tanque: de continuar así, en algún momento colapsará. Ya se dijo que, al ir subiendo Estados Unidos la tasa de interés, los capitales dejarían de venir con tanta facilidad hacia el Tercer Mundo. La política de dólar barato promueve los viajes y compras en el exterior y fomenta las importaciones, mientras encarece y dificulta las exportaciones. El argumento es evitar presión sobre los bienes y servicios, lo que aumentaría más aún el ritmo inflacionario. Esto es una verdad a medias, porque el Banco Central absorbe cientos de miles de millones de pesos atrayéndolos con una tasa de interés muy rentable, del 28% hoy, pero genera un problema de muy difícil solución que ya ha llevado a crisis en épocas pasadas. Por eso se dice que el monto de dinero en Lebac es “inflación diferida”. La suma alcanza en estos momentos el billón trescientos mil millones de pesos, algo así como 65 mil millones de dólares. Si se fueran a bienes y servicios, desatarían la madre de todas las hiperinflaciones; si esa cantidad de pesos buscara convertirse en dólares, el valor de la divisa saltaría a las nubes en cuestión de horas. Un economista muy vistoso como Javier Milei propuso un canje voluntario del 35% de ese total por bonos de la Tesorería, similar al plan Bonex de 1989. Surgieron de inmediato voces críticas, aunque al menos es una propuesta concreta. Las emisiones de bonos en pesos del Gobierno fracasan y deben ser cubiertas por el propio Banco Nación, que ahora debió aumentar la tasa de interés a niveles que complican el crédito al sector privado. Así, el Gobierno busca no endeudarse en dólares a costos cada vez mayores. Pero ¿hasta cuándo podrá hacerlo? El desequilibrio fiscal es de 40 mil millones de dólares por año, a lo que se suman los trescientos mil millones de pesos que se pagan de interés por las Letras del Banco Central –otros 15 mil millones de dólares anuales–, y a lo que se agregan los déficits de las provincias, que representan varios miles de millones de dólares adicionales. ¿Cómo se compensará esto, cómo se equilibra, cuál sería la solución? De acuerdo a los planes del Gobierno, inversores de todo el mundo extasiados por el resurgimiento de la racionalidad en Argentina traerían sus capitales para montar fábricas e instalar empresas, tal que el crecimiento económico haga disminuir en términos relativos el gasto excedente estatal. Eso hasta ahora no ocurrió, ¿por qué habría de suceder mañana? Se sabe que los impuestos son asfixiantes; las leyes laborales, por completo antiproductivas; el tamaño del Estado, colosal; la política inmigratoria, suicida, y deben seguir ajustándose las tarifas de los servicios públicos y el precio de los combustibles bastante más de lo que han aumentado hasta hoy, lo que motorizará por años la inflación. ¿Por qué vendrían los capitales aquí y no a Chile, Uruguay, Perú, Colombia, Brasil, México u otros países de la región más estables y que ya realizaron los cambios estructurales que requerían sus economías?
Mientras tanto, la deuda externa en divisas, la interna en pesos y dólares y el déficit cuasi fiscal que provocan las Lebac seguirán en fuerte crecimiento. Analistas y funcionarios adoran repetir que la deuda estatal medida contra el Producto Bruto es relativamente baja, pero esto tampoco es cierto porque el dólar subvaluado arroja una cifra de PBI artificial, inflada.
*Ex directivo de Ambito Financiero.