Cuando se trata del seleccionado nacional de fútbol, suele decirse que en la Argentina hay 40 millones de directores técnicos. Hace unos días se presentó la nueva Ortografía de la lengua española y ahora parece que también tenemos 40 millones de lingüistas. No pensaba retomar este tema, que ya traté el 13 de noviembre en “Los puntos sobre la i griega”, pero bastó que se informara que las normas ya regían, para que volviera a estallar la discusión, cada vez más virulenta, en los foros de los diarios.
En realidad, la discusión no es entre los foristas, que en su mayoría están de acuerdo entre sí, sino contra el libro, que no han leído, y contra los autores, que no saben identificar. Y sobre un tema que muchos dicen que no tiene importancia. Están de acuerdo en oponerse, pero las razones que dan son contradictorias: “Quieren imponernos una nueva manera de escribir” y “Ahora se va a poder escribir de cualquier manera”; “Quieren cambiar la lengua” y “La lengua es algo vivo”. Y se quejan de “esos gallegos que pretenden seguir dominándonos como en los tiempos coloniales”, y hasta proponen que la Argentina tenga una academia propia. Ni siquiera saben que existe la Academia Argentina de Letras, que durante muchos años se jactó de no ser una academia de lengua, pero que interviene en estas cuestiones como todas las demás. Tampoco saben, o no quieren saber, que la nueva Ortografía, como todas las obras normativas que se publican, no es cosa de “esos gallegos”, sino del trabajo conjunto de la Real Academia Española y de todos los países hispanohablantes.
Muchas de esas quejas se deben a errores conceptuales, de conceptos elementales. Nadie quiere cambiar la lengua ni podría cambiarla, aunque quisiera. La lengua la hace el pueblo y en la lengua el uso hace la norma. Pero en ortografía es al revés: la norma hace el uso. Como ya he explicado, la norma ortográfica no puede hacerla el pueblo porque para establecer un buen sistema ortográfico se necesitan conocimientos que la mayoría de la gente no tiene. Pero otras quejas se deben a errores de información. Y esos datos los tenían ya equivocados los quejosos o se los dio equivocados la prensa cuando informó sobre esta reforma.
Se ha dado la impresión de que una reforma mínima es toda una revolución. Aun sin haber leído el libro, nadie que piense un poco puede creer que los cambios ocupan las más de 700 páginas del mamotreto. La obra es una descripción razonada del sistema ortográfico español y, dentro de ella, algunas normas, pocas, aparecen modificadas. Las reformas ortográficas se hacen de a poco por varias razones. Cuando se advierte que una norma está en contradicción con el resto del sistema, se corrige. Otras normas se sabe que algún día deberán cambiar, pero si se modificaran todas de una vez, la gente no podría asimilar los cambios. Y hay algunas que podrían cambiarse ya, por ejemplo unificar B y V en B, pero nadie se atreve a tomar el toro por las astas.
La impresión de que los cambios son muy grandes se debe, en parte, a que mucha gente no estaba informada de cambios que se habían hecho hacía mucho tiempo (en algunos casos, hacía más de cincuenta años) y ahora los toma como novedades. Pero los toma como novedades porque así se los presentan. La escuela no les enseñó esas reglas en su momento y la prensa, que no las aplicaba, las da como cosas nuevas.
Por ejemplo, muchos se escandalizan porque les dicen que Catar debe escribirse con C. Yo me pregunto por qué no se escandalizaban antes, cuando lo veían escrito con Q, en contradicción con la regla general de que los nombres provenientes de lenguas que no utilizan el alfabeto latino deben transcribirse adaptados a las normas ortográficas españolas. La consonante árabe inicial de esa palabra no existe en español. Entonces, hay que trasliterarla usando la que representa el sonido más parecido. La Q debe ser descartada porque en esa posición nosotros no la usamos. Y de las dos letras posibles, C y K, lo más lógico es elegir la más usada. Pero esa regla de adaptación no es nueva y, de hecho, es lo único que puede hacerse cuando se trata de transcribir nombres originalmente escritos en otro alfabeto.
Ya que los diarios informaron tan mal sobre la nueva normativa, por lo menos deberían aplicarla. Sin embargo, he visto que se sigue escribiendo *Qatar y *quórum. Con ese capricho, la prensa renuncia a la función docente que en otro tiempo cumplía.
*Profesora en letras y periodista
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