Y, sí: llegó. Llegó el Señor Invierno y se instaló cómodamente en Rosario y sospecho que en el resto del país. Los climatólogos explican detalladamente los pasos que recorrió hasta llegar a los umbrales de nuestras casas. Que si los planos de humedad ambiente, que si la tierra está tibia, cálida o fría, que si se levantan o no los vientos que vienen de acá o de allá, que si se mezclan tierra agua y aire, que si influyen los grados de calor o de frío. Fascinante.
A una le dan ganas de saber, o al menos de dedicarse la climatología, pero tranquilos, es un berretín que pasa. Por mi lado al menos, no sé al resto de la humanidad que debe ser, no lo dudo, más proclive a puntos imperdibles de la ciencia del clima. No a mí que si pienso en
cuánto será siete menos cuatro tengo que usar los dedos de ambas manos para averiguarlo. Entonces, si climatología no, ¿qué me acercará a los misterios del clima? Eso de la lluvia y de cuántos grados habrá el martes a la mañana, ¿eh? Es el momento en el cual la historia acude en mi ayuda. Dígame, estimado señor, si no era mejor en siglos y más siglos atrás cuando todo era achacable (no sé si existe este neologismo, pero si no existe, merecería estar en el diccionario y gozar de una vida larga y útil) a los dioses y las diosas. Fascinante otra vez.
Y, no hay caso, este mundo, esta historia, nuestro mundo y nuestra historia son maravillosos. Son, como decía el maestro Borges, un gran cuento que nos contamos una y otra vez a nosotros mismos. En busca del tiempo perdido y Don Segundo Sombra nos hablan de lo que somos y de lo que somos capaces de llegar a ser. Todo, la televisión, las clases del doctorado en historia, las historietas de superseres capaces de todo. Todo, para repetir la palabra salvadora, todo es un gran cuento, todo participa de esa narrativa que, tal vez, empezó con Enheduanna y que todavía nos atrae irremediablemente hacia lo que somos capaces de imaginar. Dígame, querida señora, si imaginar a las diosas de flamígeras cabelleras moviendo el meñique de la mano izquierda y provocando así los tsunamis a lo largo de este mundo, no es más atractivo, misterioso, deslumbrante, que andar tonteando entre cifras áridas que exigen varias operaciones de nuestro pobre intelecto, para arribar a la misma conclusión: mañana va a llover. Bueno, no, mañana es probable que llueva si la tierra está tibia pero viene un vientito amable desde aquel lado pero no va a llover si no corre viento ni amable ni maligno de ningún lado o si hay un ventarrón que te la voglio dire porque se lleva todo a su paso. Sí, todo muy bien. Pero me gusta más pensar en dioses barbados y barbudos reclinándose en sus lechos de plumas y sedas para decretar: ¡Lluvia! ¡Lluvia para mañana! ¡Vientos, muchos vientos desde el este agua como peste! Y así de seguido.
El clima regido por los dioses y sobre todo por las diosas a las que como féminas que son no les gusta el desorden en sus hogares ni en el mundo en general, decretan un poco de viento si es posible con perfume a jazmines, y después una lluviecita tierna y suave que una deja que la moje porque total es poquito y no vale la pena andar con el paraguas que es algo que como los anteojos y las llaves se pierde en los trajines de la vida diaria.
También podemos, por qué no, acordarnos de años atrás cuando nuestros críos leían los libritos semanales que les hablaban de todo lo que los rodeaba y les decían que “el Señor Año tiene cuatro casitas, con una chimenea y dos ventanitas” (creo que era así, lo de las ventanitas digo; lo de la chimeneas no estoy muy segura) y según los cuales el Señor Año cerraba las ventanas cuando tenía que dar alojamiento y demás al Señor Invierno en la casita correspondiente. Creo que lo mejor que podría hacer el señor Año sería tirar tres de las casitas y quedarse con la de la primavera, que es la única estación femenina con la que cuenta el tal señor: amable, simpática y favorable a las flores y los perfumes y las noches estrelladas. Las otras son masculinas y mandonas. Y exigentes. ¡Vamos, Señor Invierno, vamos, cumpla con su tarea y tómeselas, por favor!