El libro más grande y el libro más chico que leí este año hablan de presos políticos. Empiezo por el más chico. Se llama Artículos sobre Irlanda y lo compré por agradable diseño y porque me pareció de lo más raro que se podía encontrar en la librería: una colección de artículos sobre la Irlanda del siglo XIX. Al final no resultó tan exótico, porque la autora es Jenny Marx Longuet, la hija mayor de Karl Marx. Jenny Marx (1844-1883) escribió estos artículos en 1870 para La marseillaise, un periódico republicano francés. En ellos habla principalmente de las crueles condiciones de detención de los nacionalistas irlandeses y de la hipocresía y crueldad del gobierno liberal de Gladstone. La hija de Marx escribe con el celo, el sarcasmo y la indignación características de la prensa política de la época; el tema es interesante y su prosa es amena y vivaz, pero es la filiación de la autora lo que la trae hasta nosotros.
En cambio, el libro más grande se llama Mi siglo y es extraordinario por derecho propio. Se trata de las memorias de Aleksander Wat (1900-1967), intelectual, periodista, poeta y editor polaco que se destacó en los años treinta, empezó por ser preso de un régimen de derecha y pasó varios años en el Gulag soviético. El libro está estructurado como una serie de conversaciones entre Wat y el Premio Nobel Czseslaw Milosz, grabadas en Berkeley y en París hacia 1965 y publicadas por primera vez en Londres en 1977 (la traducción de Acantilado es de 2009). Si Jenny Marx está inflamada de optimismo revolucionario, Wat es un pesimista que se fue alejando lenta pero profundamente del comunismo, del sistema de pensamiento cuyo análisis resulta el núcleo de las más de mil páginas del libro. Pero Wat no intenta una aproximación teórica sino biográfica y la desarrolla a medida que cuenta sus peripecias y describe los cenáculos y personajes que fue conociendo desde que dirigió la influyente revista Miesicznik literack en Varsovia, hasta su estadía en Kazajstán hacia el final de la Segunda Guerra después de atravesarla recorriendo prisiones. Wat es un narrador sofisticado, que logra que el lector se interese por el carácter y la posición política de gente llamada Boniewski, Rudniki o Bagritsky mientras suelta párrafos terribles como éste: “Todavía hoy creo a pies juntillas que el estalinismo fue la única realización pura y perfecta del marxismo, del comunismo; en particular el estalinismo de los años 1937 y 1941 que cultivó aquel terror espléndido. Es una verdad tan vieja como el mundo, la descubrieron los historiadores antiguos, los griegos: la plebe quiere tener un caudillo, quiere tener un dictador y quiere que haya terror, o sea que ésta no es una característica exclusiva del marxismo ni del leninismo.” O ésta: “a diferencia de la atomización generalizada de las sociedades modernas, el comunismo crea una cofradía, una hermandad entre los miembros de la secta y una deliquenza settaria.”
Estas frases, que parecen formar parte de una textura intelectual del pasado adquieren una inesperada vigencia frente al espectáculo de un grupo importante de diputados que juran su cargo no sólo por una idea o un partido, sino por su líder viva, una líder que no fue precisamente ejemplo de lucidez, de honestidad ni de equilibrio.