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Cuidado, che

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No se ofenda, estimado señor, comprenda que no es más que una opinión; un modo de ver las cosas, vamos. Y usted puede o no estar de acuerdo pero no se me encabrite. Además sospecho que ya escribí sobre esto; sí, es muy posible porque lo que tiene que ver con el lenguaje me interesa especialmente. Así que tranqui, como dicen mis nietos. Pero no fue uno de mis nietos sino uno de mis hijos el que intentó llevarme mansamente al redil de las costumbres. No necesito decirle que fracasó. Sí, le dije, quizás tengas razón, pero sigue sin gustarme. Porque sos gorila, extranjerizante, imperialista y no sé qué otra cosa horrible me retrucó. Pero sí necesito decirle que hicimos las paces y comimos torta de limón y tomamos cafecitos. ¿Que de qué estoy hablando? Ah, me había olvidado. Estoy hablando del tuteo indiscriminado, ese que cualquiera usa con cualquiera.

Y no es porque yo sea todo eso que apunté antes, sino porque el lenguaje me preocupa y si todos nos tuteamos resulta que el lenguaje este maravilloso que hablamos pierde matices y eso sí que es horrible. Lo interesante y atractivo del lenguaje es eso, que no hablamos del mismo modo con la tía Ruperta que con el gobernador; ni con el Toto que vive en la otra cuadra que con el cirujano que nos dice que nos tiene que operar, ay.
Si todos nos decimos che mirá vení tomá andate, empobrecemos el lenguaje, y si el lenguaje se nos empobrece, nos empobrecemos a nosotros mismos. Piénselo, mi estimado señor (dije piénselo, no pensalo).