He leído con preocupación su advertencia a un grupo de ciudadanos chilenos: “No les hagan caso a los zurdos”. Si es cierta esa frase debo manifestarle, respetuosamente, que ha sido muy desafortunada. A quienes desde siempre hemos sostenido un ideario socialista que propugna la igualdad social, el término “zurdo” nos provoca funestos recuerdos. Basta recorrer las páginas de los diarios en los años setenta para encontrar las amenazas pronunciadas por los grupos ultraderechistas como el Comando Nacional Universitario (CNU), el Movimiento Nueva Argentina (MNA), la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), el Sindicato de Derecho, todas dirigidas a los “zurdos” e impregnadas con olor a muerte. En la década anterior, a mediados de los sesenta, una organización nacionalista católica llamada Tacuara se dedicó también a atacar a la izquierda, incluyendo a los judíos, sus templos y los teatros de la comunidad. El adjetivo siempre se repitió: “zurdos”. Ni qué hablar de los sindicatos peronistas, siempre dispuestos a golpear (en el mejor de los casos) a cualquier militante de izquierda que pretendiera disputar una comisión interna en alguna fábrica.
No ha sido feliz su frase, estimado Francisco. Porque nos empuja a un pasado que fue trágico y porque resucita viejos odios que –no dudo- usted trata de serenar. En la Argentina se ha publicado con bastante frecuencia que usted tiene simpatías con el peronismo. Más aún, desde el Gobierno fue calificado con orgullo como “argentino y peronista”. Cierta o no, es legítima la adhesión a un movimiento popular que durante 70 años ha sido protagonista de la historia argentina. Pero usted, un hombre político y con convicciones, bien sabe que hay varios peronismos, ¿a cuál de ellos adhiere, estimado Francisco? Doy por sentado que no se identifica con ese peronismo macartista que durante décadas persiguió cualquier manifestación de izquierda. Entonces, deje de lado ese término tan odioso. Al ser arbitrarios por naturaleza, los adjetivos (epítetos podemos llamarlos) producen ofensas que muchas veces fueron irreparables.
No hace falta que se lo recuerde; en Argentina persisten aún calificativos denigratorios que deberíamos desterrar para siempre. Al de “zurdo” podríamos agregarle el de “gorila”. Basta no estar de acuerdo con un gobierno peronista, sea de la tendencia que fuere, para ser ubicado en la categoría de “gorila”. El sayo le cabe a cualquiera. Fíjese que en marzo de 1974, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, dos connotados peronistas, acusaron al presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, de “gorila”. Ya ve usted, nadie se salva. “Cada día más gorila” fue el título de un artículo de la revista Militancia, que ambos dirigían. Si Perón era gorila, usted, que ha provocado cierta irritación en grupos ultraconservadores, también podría ser catalogado de “zurdo”.
Es notable, pero no fueron los dictadores quienes impusieron esos epítetos. Durante los regímenes militares los términos “zurdo” y su equivalente “gorila”, fueron ajenos al lenguaje de los Videla o los Massera. Eramos acusados de subversivos, terroristas, antipatria, agentes del comunismo, etc. ¿Quién o quiénes introdujeron ese lenguaje? La respuesta es sencilla y nadie podrá desmentirla: el sindicalismo peronista creado hace 70 años, que quiso despejar del horizonte todo proyecto socialista.
Con la autoridad mundial que usted posee, y que ha sabido ganarse con palabras y acciones que muchos no esperábamos del Vaticano, volver a utilizar ese lenguaje puede despertar las antiguas inquinas que todavía guardan algunos sectores hacia los socialistas.
“No le hagan caso a la izquierda” puede ser una recomendación válida. “No les hagan caso a los socialistas”, también. Pero, respetuosamente, no diga “zurdos”. Igual que “gorila” es un adjetivo que sólo pretende descalificar al otro. No debatir con él.
*Coautor de Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros.