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Fin de la era k

Culto a la personalidad

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Las cifras terminadas con cero dan la ilusión de cierre y apertura, de situación que obliga a sacar una conclusión para iniciar un nuevo camino. Se impone un balance y muchas veces una celebración.
En estos diez años que cumple PERFIL esta semana, muchos hechos han sucedido en la Argentina vinculados al periodismo, a la libertad de expresión y a la cultura. Nada me sugiere que el aniversario implique un natural cambio de ciclo. Se ha producido una fragmentación y un antagonismo que una efeméride no puede resolver.

Hace diez años se realizaba la primer renovación legislativa del gobierno de Néstor Kirchner, quien asumió con una débil legitimidad, ya que sólo obtuvo el 22% de los sufragios y quedó electo por decisión de la Justicia Electoral ante el retiro del ganador de la primera vuelta, pero en abierta contradicción con los porcentajes que impone la Constitución para proclamar un presidente.
Esta situación tornaba aquellos comicios más importantes porque medían la aceptación popular del Gobierno y el crecimiento de su base de legitimidad. En esos comicios observamos prácticas que pre-anunciaban los tristes hechos que hoy rodean a los actos electorales de muchos distritos, del cual Tucumán emerge como el más dramático y notorio. Tal vez la maniobra más espúrea, fue la utilizada contra Enrique Olivera que encabezaba las encuestas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y le fue imputado un hecho falso, sin tiempo a poder defenderse antes del acto electoral. Su inocencia se demostró luego del comicio.

La voluntad de conservar y extender el poder sin importar el medio se mostró vigorosamente, tanto como el agresivo discurso contra los opositores, fueran políticos o simples ciudadanos e impuso un comportamiento cultural que la Argentina posterior a la última dictadura militar parecía haber confinado al pasado.
El triunfo en ese acto electoral consolidó la fuerza del espacio, lo nutrió de nuevos adherentes y comenzó a extender un modo de ejercicio del poder cada vez más personalista, concentrado e intolerante. Con el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner para suceder a su marido en la presidencia, práctica sin precedentes en las repúblicas democráticas, estos rasgos se acentuaron para alcanzar su expresión más extrema luego de la muerte de Néstor Kirchner.

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El culto a la personalidad y el continuo ataque a quienes no adhieren al régimen, se convirtieron en hechos que la sociedad ha naturalizado. Ya no asombran la imposición del nombre a cuanto edificio u obra se inaugure, la continua hostilidad contra medios o personas no afines, los crímenes sin castigo.
Hubo un cambio cultural en estos diez años. Este diario permitió dar espacio a muchos que fueron omitidos y recibió la punición de la pérdida de publicidad oficial.

Si la terminación del período presidencial podrá destinar al “cielo del olvido” (de María Elena Walsh, Vals del diccionario), estas conductas, es una incógnita que se resolverá luego del 10 de diciembre. Mientras tanto sólo me queda oscilar “entre la esperanza infatigable o la prudente falta de esperanza”, (Marguerite Yourcenar. Prólogo al Opus Nigrum).

 

*Profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales. Reside en Montevideo.