Hace dos semanas, los pronósticos de dólar blue futuro se dividían entre los kirchneristas que apostaban a que después de las vacaciones bajaría a 6 pesos y quienes vaticinaban que hasta podía llegar a los 10 pesos. Sólo quince días después, y cuando recién pasó la mitad del verano, quienes previeron un dólar sin techo parecen estar más acertados: ya alcanzó los 8 pesos y en determinadas operaciones se lo termina pagando hasta 8,25 pesos. Y no resulta fruto de un deseo destituyente pronosticar que el dólar termine el año a 10 pesos porque con sólo agregar el 25% de inflación anual, los 8 pesos de enero se transforman en 10.
Desde el Gobierno hay perplejidad y cada vez son menos quienes defienden la idea de que la cantidad de operaciones en dólar blue hace a ese mercado marginal y no afecta la economía real, que sigue su curso por el dólar oficial de 5 pesos. El propio columnista de Página/12 Mario Wainfeld, que ha venido defendiendo las políticas kirchneristas desde su inicio, salió a criticar el método de autorización de compra de moneda extranjera para viajes que implementa la AFIP. Es que, desde que se instrumentó el cepo cambiario, el dólar blue aumentó más de 70%, haciendo la brecha cambiaria cada vez más amplia, aunque se haya aumentado el ritmo de devaluación del peso frente al dólar oficial. Y todo parece indicar que ya no resulta inimaginable una brecha cambiaria del ciento por ciento donde el dólar blue cueste el doble que el dólar oficial, como sucede en Venezuela.
Quizás el problema sea intrínseco al modelo populista; el sábado pasado se dedicó esta contratapa al efecto que la confianza producía en la economía, y precisamente el que ejerce sobre el precio del dólar.
El Gobierno, en este caso siguiendo la tradición clásica del peronismo, tiene una dificultad para entender que la clase media piensa en dólares y la relación que esto tiene con el ahorro. El mejor ejemplo es que el kirchnerismo quiere cambiar la cultura inmobiliaria dolarizada, pesificándola, y logra solamente parar la construcción y el mercado inmobiliario. Es que los argentinos piensan en propiedades como una forma de mantener sus ahorros. Comprar propiedades es como comprar dólares, una forma de asegurar que sus ahorros no serán comidos por la inflación.
Enrique Pinti, al decir que “el dólar es el sorete verde que todos tenemos en el cerebro porque hace treinta años nos enseñaron que el dólar es lo único seguro, y ahora esta loca quiere que pesifique”, desnuda con la frontalidad inimputable que permite el humor la cuestión de fondo. Los ahorros son un seguro y, desde antes de existir los billetes, todas las culturas buscaron atesorar sus excedentes de la forma más segura posible.
Es cierto que en Brasil, a pesar de haber tenido también alta inflación como la Argentina durante los treinta años de economía convulsionada a los que se refería Pinti, la sociedad no piensa en dólares como sí se hace en nuestro país, y se maneja en la moneda local, el real, como le gustaría al kirchnerismo que hicieran los argentinos. Es que en la comparación con Brasil se devela el secreto de por qué al peronismo clásico y ahora al kirchnerismo les cuesta seducir a la clase media y sólo lo logran en momentos de mucha bonanza económica o excepcionalmente. La clase media es media porque tiene capacidad de ahorro, sus ingresos le permiten un excedente del que la clase baja no dispone porque gasta todo lo que recibe en su vida cotidiana. Ser clase media se podría sintetizar en poder ahorrar. En Brasil no hubo clase media hasta recién avanzada la era Lula, los pobres no podían ahorrar ni en reales, en esa época cruceiros, ni mucho menos pensar en dólares. Aquella pregunta de Perón en la Plaza de Mayo en los años 50 ironizando sobre “¿quién del pueblo ha visto un dólar en su vida?” en Brasil siguió valiendo hasta la actualidad. Y los ricos de Brasil, como los de la Argentina, siempre tuvieron formas de ahorro más sofisticadas que la clase media.
Dólar, propiedades y ahorro son sinónimos de clase media, el gran problema del peronismo. Hay un abismo cultural más que económico, que la economía simplemente desnuda cada vez que hay escasez.